¿Hacia dónde estamos yendo?
Por Juan Carlos Eichholz
El Mercurio
Lentamente, nuestra mentalidad económica está tornándose más Estado-dependiente, en particular en la juventud.
Algo está pasando. Es posible percibirlo, aunque no es fácil definirlo, pero creo que es grave y debe ser discutido ampliamente. Los síntomas son variados y cada vez más evidentes: a raíz de las manifestaciones estudiantiles, discurso anti escuelas particulares y pro devolución de la educación al Estado; Codelco elegida, por amplio margen en las encuestas, como la empresa socialmente más responsable y aquella donde más estudiantes universitarios quisieran trabajar; dirigentes políticos decididos a votar por Chávez en la ONU; incisiva prédica para «corregir el modelo»; propuestas para devolver un rol protagónico al Estado en el sistema de pensiones.
Podemos describir todo esto como una tendencia hacia la izquierdización o hacia una mentalidad más estatista de la sociedad. El rótulo, en realidad, no importa mucho; lo concreto es que estamos reflotando debates del pasado, que muchos creían ya superados. Y es curioso, porque el debate que sí se mantuvo vivo durante los últimos 15 años fue el político, que derivó, acertadamente, en reformas que tendieron hacia la democratización de la sociedad, poniendo mayores cuotas de responsabilidad en los ciudadanos. El debate que hoy reaparece -de corte más económico- va en la dirección opuesta, esto es, hacia entregarle más responsabilidad al Estado.
Creo que esto no es bueno, pero, si se quiere hacerle frente, me parece importante entender por qué se produce. Un factor que incide, por cierto, es la creciente riqueza que hemos ido alcanzando como país y, de modo muy particular, el Estado durante los últimos tres años, lo que lo va transformando, en la mente de muchos, en un gran benefactor. Pero el asunto es gatillado por algo más de fondo, y pienso que, en gran parte, tiene que ver con las desigualda-des que existen en el país, que una y otra vez nos hacen volver la mirada hacia el Estado, como el gran padre que se debe hacer cargo de los hijos menos favorecidos, como ocurriría en cualquier familia.
Hoy, como nunca en nuestra historia patria, el problema de la desigualdad en el ingreso ha pasado a ser parte de la discusión pública y está presente en todo tipo de foros. Y esto me parece bien, porque el primer paso para hacer frente a un problema es reconocerlo como tal, en lugar de negarlo, que fue el proceso que se verificó con las violaciones a los derechos humanos. En este sinceramiento, la actitud de ciertas figuras de la Alianza fue clave, ya que, por primera vez, se asumió que, más allá de la pobreza, la desigualdad también era un problema del que había que hacerse cargo.
Pero reconocer el problema es sólo la primera parte; la segunda es conducir el debate hacia las soluciones más adecuadas. Y aquí es donde, como país, estamos equivocando el rumbo. Caemos en lo obvio, en lo más fácil, en lo que demanda el menor esfuerzo, en aquello que sabemos hacer y que a la gente le resulta más atractivo: el papá Estado se hace cargo. ¿Qué de nuevo hay en esto? ¿Por qué creemos que va a funcionar ahora, cuando antes no lo hizo? ¿Qué espacio nos estamos dando para repensar las cosas e innovar?
Lo que yo observo es que, lentamente, nuestra mentalidad económica está tornándose más Estado-dependiente, en particular en la juventud. Y esto es lo verdaderamen-te grave, más allá de medidas espe-cíficas, porque ya no se trata tan só-lo de un asunto de diseño de políticas públicas, sino del respaldo social que hay para llevarlas a cabo. En otras palabras, para avanzar como otros países lo han hecho, será necesario, crecientemente, ir en contra de los paradigmas de la gente, desafío que no cualquier político está dispuesto a asumir.
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