Economía para la ciudadanía
Por Carlos Rodríguez Braun
ABC
Me entero gracias a doña Joaquina Prados, de «El País», que la asignatura Educación para la Ciudadanía pretende enseñar la conveniencia de «ser críticos con los gobernantes». Yo la aprobaría con una nota elevada, porque mi opinión es que la asignatura Educación para la Ciudadanía debería denominarse Educación para la Propaganda: es una completa basura totalitaria mediante la cual los gobernantes pretenden someter aún más a los ciudadanos, intoxicándolos con los camelos antiliberales del pensamiento único. Estos camelos pasan por importantes aspectos no económicos, por ejemplo, por la devaluación del papel de las familias frente al de las autoridades, o por la hostilidad a la Iglesia o al matrimonio, pero siempre son camelos antiliberales, es decir, procuran minar las instituciones y libertades ciudadanas, y justificar por consiguiente el avasallamiento de las mismas por la política y la legislación. Pero esto también se observa en las ideas económicas que sobre la Educación para la Propaganda tiene a bien adelantarnos el diario «El País».
Se habla explícitamente de «la feminización de la pobreza». ¿Alguien cree que las ideas que se van a transmitir son las de la libertad para las mujeres y la necesidad de que el Estado no intervenga en los bienes y los derechos de los ciudadanos, por ejemplo mediante leyes de igualdad?
En el apartado correspondiente a la globalización «se enseña que existe relación directa (sic) entre el modo de vida del Primer Mundo y las consecuencias en el Tercero». ¿Alguien cree que se va a recomendar el comercio libre y el fin de la PAC, y se van a denunciar el 0,7 % y las políticas socialistas de los corruptos dictadores del Tercer Mundo?
Y ahora, la perla económica: «pagar impuestos para redistribuir la riqueza y proteger a los necesitados es un concepto tan elogiado como la necesidad de moderar el consumo de bienes asequibles para los menores: juguetes, libros (!), discos, informática». Resulta asombroso que se piense que la moderación en el consumo de cualquier cosa en los menores de edad debería estar en manos de alguien que no sean sus padres. Pero lo de los impuestos resulta inquietante porque pulveriza toda noción de que el poder debe estar limitado. Al parecer, si ese poder usurpa los bienes de los ciudadanos para redistribuirlos y proteger a los «necesitados», eso no es así, esa noción desaparece. Y a nadie le preocupa, salvo a algunos grupos que «El País» nos informa que son «ultraconservadores». Con esa gente, claro, no vale el aplauso porque sean críticos de los gobernantes.
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