Nuevos aires en el Partido Demócrata
MIAMI.- A primera vista, Ned Lamont no parece el candidato más adecuado para representar el ideal del demócrata liberal norteamericano. Un empresario de 52 años, sin antecedentes políticos, con una fortuna personal superior a los 200 millones de dólares, que vive en una casa de 30 millones en Greenwich, Connecticut, descendiente de una familia de banqueros, casado con una inversionista de similares recursos y hasta hace poco, miembro de uno de los clubes más exclusivos del país, Lamont, por naturaleza, debería configurar el paradigma del bando contrario.
Y, sin embargo, tras derrotar el martes a Joseph Lieberman en las primarias demócratas de Connecticut, Lamont no sólo se ha convertido en una de las figuras más excitantes del Partido Demócrata, sino que su victoria ha servido de termómetro del ánimo que hoy anida en gran parte del electorado y que se caracteriza por una creciente oposición a la guerra de Irak.
Hasta fines de junio, cuando Lamont anunció su intención de salir de disputar la senaduría demócrata, Lieberman aparecía como imbatible. Tres veces senador e integrante, junto a Al Gore, de la fórmula presidencial en las elecciones de 2000, su campaña tenía el tenor de un acto de rutina. Con una salvedad: Lieberman insistía en defender la invasión norteamericana a Irak y hasta había vapuleado a los críticos diciendo que "socavaban la credibilidad del presidente y ponían en peligro a la nación .
En un principio, Lamont, indignado por lo que percibía como la perversa defensa de parte de Lieberman de una guerra indefendible, pensó en aplicar sus inmensos recursos económicos a apoyar a otros posibles candidatos, pero cuando éstos desistieron convencidos de que se trataba de una empresa fútil, Lamont decidió postularse él.
El eje de su campaña pasó por un inequívoco rechazo a la guerra en Irak, por la necesidad de repatriar las tropas norteamericanas y por una dura crítica a la posición de Lieberman y a su cercanía con el presidente Bush.
El martes, las dudas se disiparon y Lamont se alzó con la nominación demócrata. En los hechos, se trata de una pequeña elección partidaria, pero la lección de Connecticut es hoy analizada con sumo cuidado por ambos partidos.
La primera conclusión es que existe una enorme insatisfacción en el electorado, y aunque lo sucedido el martes afecta sólo a los demócratas, muchos analistas especulan que el mismo estado de ánimo puede verificarse entre los republicanos.
Cuando Lamont pedía a los votantes que pensaran en el significado de desviar 250 millones de dólares diarios del Tesoro y destinarlos a un cenagal lejano y a los bolsillos de los contratistas militares, no estaba invocando meramente las preocupaciones de algunos liberales, sino las de una buena parte de la sociedad norteamericana.
Sin ambigüedades
Tal vez por eso, muchos en la Casa Blanca y el Pentágono respiraron con alivio ante la noticia de que los británicos habían logrado interceptar una confabulación cuyas consecuencias podían haber sido tan nefastas como las del 11 de septiembre de 2001. En su configuración, el complot de Londres expone la dimensión del peligro que se cierne sobre el mundo occidental si los Estados Unidos con continúan librando su guerra universal contra el terrorismo.
Pero cada vez son menos los que compran esta clase de razonamiento. Por el contrario, muchos se cuestionan qué tiene que ver Irak con todo esto y hasta qué punto no ha sido, precisamente, la invasión a Irak el caldo de cultivo de una nueva generación de terroristas.
Lamont ha demostrado que un desconocido puede derrotar a uno de los senadores más poderosos del Capitolio por medio de una simple fórmula: decir las cosas sin ambigüedades. Su emergencia se ha transformado en un llamado de atención acerca de los peligros de la duplicidad y la cautela en una sociedad que cada vez resiente más a los políticos.
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