Por qué el castrismo morirá con Castro
Firmas Press – El Nuevo Herald
Con ochenta años, enfermo, y cercana su muerte, lo esencial no es cuándo desaparecerá Fidel Castro, sino qué sucederá a partir de ese momento. ¿Conseguirá sostenerse la dictadura sin el comandante? Probablemente, no: están dadas todas las condiciones para que se inicie el cambio. Aquí apunto ocho muy importantes.
Fidel Castro ha aplastado con su enorme peso todas las instituciones del país.
El Partido comunista es un cascarón vacío, habitado por autómatas que hace décadas perdieron la devoción y la mística revolucionarias. La Asamblea Nacional del Poder Popular (el parlamento), conocido como »los niños cantores de La Habana», es una jaula de papagayos donde jamás se ha oído una nota discordante. Las organizaciones de masas (sindicatos, federaciones de mujeres y estudiantes, etcétera) no representan a sus afiliados sino a la policía política que las controla.
La clase dirigente está totalmente desmoralizada y secretamente desea cambios profundos.
Gente inteligente al fin y al cabo, después de medio siglo de fracasado ejercicio del poder, la cúpula sabe que defiende una causa universalmente detestada. En la intimidad del hogar, eso es lo que escuchan de sus hijos, hermanos y esposas. Muchos de sus familiares se han marchado porque no pueden soportar un régimen tan desastroso. Los dirigentes saben que hoy no son los protagonistas de una epopeya heroica, como se percibían al principio de la revolución, sino los torpes gestores de una dictadura odiada y temida.
Medio siglo de fracaso material es demasiado tiempo.
El colectivismo autoritario ha hundido a Cuba en la miseria. El gobierno más largo de la historia de Occidente, pese a tener en sus manos todos los resortes del poder, ha agravado hasta el martirio los problemas más elementales de la sociedad: agua potable, comida, vivienda, transporte, electricidad y comunicaciones. Simultáneamente, ha realizado el asombroso contramilagro de diezmar la centenaria industria azucarera hasta dejarla en los niveles de producción de 1905.
Los »logros» de la revolución se han convertido en la prueba condenatoria más severa contra el sistema y en una fuente de frustración.
¿Cómo es posible que una población educada y saludable viva de manera tan miserable? ¿No habíamos quedado en que el capital humano es la clave de la prosperidad? ¿Por qué ese Estado arbitrario y dogmático, empeñado en un sistema absurdo, impide que los cubanos creen riqueza (y disfruten de ella) con su trabajo? No hay persona más inconforme y deseosa de cambios que un ingeniero, una médico o un maestro innecesariamente condenados a la pobreza y a la falta de esperanzas.
Cuba, situada en el corazón del mundo libre, no puede ser permanentemente la anacrónica excepción de una utopía enterrada hace más de quince años.
El comunismo fue una pesadilla del siglo XX que se saldó con cien millones de muertos y un tercio del planeta empobrecido y aterrorizado. Los cubanos (incluidos los castristas) no ignoran que todo el Este de Europa es hoy más feliz y próspero de lo que era antes de 1989, dato que se comprueba en el escaso respaldo electoral de los viejos estalinistas. También saben que chinos y vietnamitas se alejan rápidamente de las supersticiones marxistas y resucitan el mercado y la propiedad privada.
Hay vida más allá del comunismo.
Los »revolucionarios» cubanos no sólo tienen todos los incentivos para cambiar, sino, además, han aprendido que los viejos comunistas, si no han sido responsables de crímenes horrendos, pueden reciclarse dentro de formaciones políticas democráticas, como ha sucedido en Polonia, Eslovenia, o Rusia, y permanecer o reconquistar el poder por la vía de las urnas y el apoyo popular, siempre que respeten las libertades. Ya saben que el fin de la dictadura no significa una catástrofe personal para ellos, sino el inicio de una nueva y promisoria etapa.
Existe una oposición democrática dentro y fuera de Cuba con la cual pactar la transición.
Con los años, el dolor y la experiencia, dentro y fuera de Cuba se ha forjado una oposición democrática que, una vez desaparecido Fidel Castro, está dispuesta a propiciar una transición pacífica hacia la libertad, pactando las condiciones y los plazos con los sectores reformistas del gobierno.
Estados Unidos no quiere anexar a Cuba, sino contribuir copiosamente a que en la isla se instalen un gobierno democrático y un sistema económico capaz de generar prosperidad creciente.
Todos los cubanos saben, y eso es un gran incentivo para estimular la transición, que Estados Unidos volcará su poderío económico para estabilizar la situación en la isla y lograr que los cubanos vean de inmediato una mejora sustancial en sus formas de vida para disuadirlos de que intenten emigrar ilegalmente a Estados Unidos. Con democracia, libertad económica y Estado de derecho, en el curso de una generación Cuba se situará junto a Chile, Argentina y Uruguay, a la cabeza de América Latina, como ocurría antes de 1959.
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