La Ética entre el Poder y el Derecho. Estado y Mercado
Por Armando Ribas
Diario Las Americas
El éxito logrado por Adam Smith con su obra la “Riqueza de las Naciones” tuvo un efecto no deseado. Que se creyera que la economía es una ciencia independiente de la ética y la política.
Therence Hutchinson.
El comentario anterior es de la mayor importancia para comprender al mundo, pero muy principalmente para comprender la situación de América Latina. El fracaso del denominado “neoliberalismo” ha traído de vuelta y aun con mayor ímpetu el nacionalismo y el socialismo, que caracterizara la política latinoamericana CEPAL mediante. Pero el hecho singular que recoge la observación de Hutchinson es que el liberalismo fue convertido en un proyecto económico. El nacionalismo y el socialismo, entonces, monopolizaron la ética del interés nacional y del interés general.
La anterior situación se resuelve en la propia semántica de los universales Estado y mercado. El Estado es la entelequia que surge como expresión política de la “Soberanía” tal como la define originariamente Rousseau: “La soberanía, que está formada sólo por los individuos que la componen, no tiene ni puede tener ningún interés contrario a ellos; consecuentemente no hay necesidad de que el poder soberano dé ninguna garantía a los súbditos, porque es imposible `para el cuerpo querer dañar a sus miembros”. Ahí tenemos la voluntad general y su consecuencia el jacobinismo.
Conteste con esta observación Emmanuel Kant, quien considera a Rousseau el Newton de las ciencias sociales, dice en su “Teoría del Derecho”: “De aquí surge la proposición de que el soberano de un Estado tiene sólo derechos en relación a sus súbditos, y no deberes coercibles… Aún la constitución no puede contener ningún artículo que pueda hacer posible para algún poder del Estado resistir o limitar al supremo ejecutivo en casos que él viole la constitución”. Y por supuesto cuando ya Kant sostenía que este poder provenía de Dios, esto es puesto claramente por Hegel en su Filosofía del Derecho, donde dice: ”El Estado es la Divina Idea tal como se manifiesta sobre la tierra” y en consecuencia “El individuo mismo tiene objetividad, verdad y eticidad sólo como miembro del Estado, pues el Estado es espíritu objetivo”.
En las palabras anteriores nos encontramos ante la justificación ética del poder absoluto, que ignora la naturaleza humana del gobierno en que, como bien señala Alberdi, se personifica el Estado. La oposición ética al despotismo del Estado proveniente del socialismo fue explicitado para Marx, en su “Critica Fehuerbakiana a la Filosofía del Derecho” de Hegel. Para Marx el Estado hegeliano no es más que el instrumento de la burguesía para imponer la libertad de unos a costa de la libertad de otros. Y así mismo descarta la eticidad de la burocracia, ya que sostiene que ésta, lejos de representar al interés general, convierte su interés particular en intereses generales. Esta última realista observación es desconocida en la práctica, pues la supuesta dictadura del proletariado es la nueva entelequia universal que monopoliza el poder político. Supuestamente, en nombre del pueblo la llamada “nomenklatura” justifica el poder absoluto en el logro de la libertad, que en términos de Marx significa la superación de la escasez.. Ese es el mundo de la utopía que, como bien señala Karl Popper, es la madre de la violencia.
Así el marxismo y su filosofía anárquica, resulta como lo mostraron los hechos en el poder absoluto y la tiranía del proletariado.
Por supuesto, como contrapartida de la eticidad del Estado se encuentra lo que Hegel igualmente siguiendo a Rousseau denominó la concupiscencia de las corporaciones (sic). Es decir el mercado es conforme a esta concepción otro universal, cuya naturaleza refleja el egoísmo de los intereses particulares en desmedro del interés general. Y Rousseau nos dice: “Cada individuo puede tener una voluntad diferente y aún contraria a la voluntad general… su interés privado le puede hablar muy diferentemente del interés común… una injusticia que puede provocar la ruina del cuerpo político si se expandiese”.
De más está decir que Kant en su “Fundamentación de La Metafísica de las Costumbres” siguiendo a Rousseau, descalificó éticamente al comerciante, al considerar que nunca actúa moralmente pues no lo hace por deber sino por interés (sic). Y por supuesto Hegel continúa esa línea de descalificación y al respecto dice en la obra citada: “Como la sociedad es la liza del interés privado individual de todos contra todos así aquí también tiene su sede el conflicto del mismo con los corrientes negocios particulares y de éste junto con aquel contra los más elevados puntos de vista y mandatos del Estado”.
Evidentemente Hegel, influenciado por Hobbes, determina el absolutismo del Estado y la “voluntad general” en el monarca y olvida el hallazgo de Locke de que los monarcas también son hombres y por tanto falibles.
Marx, supuestamente en oposición al Estado, descalifica igualmente al mercado que considera la lid de la explotación del hombre por el hombre. Y esa explotación en el orden económico y alienación en el psicológico determina la necesidad y más aun el fatalismo del colapso del que denominara sistema capitalista. Así la razón en la historia determina la revolución proletaria como expresión del antagonismo entre los capitalistas (burguesía) y el proletariado, única clase universal .
Cuando este determinismo histórico no se producía, sino que finalmente lo que se produjo fue el colapso de la dictadura del proletariado, Eduard Bernstein vino a salvar al marxismo para la democracia y así surgió la social democracia. Es decir la verdadera triunfadora política e ideológica a partir de la caída del Muro de Berlín. Así, en sus “Las Precondiciones del Socialismo”, después de proponer la mayor falacia histórica de que el socialismo es el heredero del liberalismo, decía remedando a Rousseau: “En nuestro tiempo existe casi una garantía incondicional de que la mayoría en una comunidad democrática no hace ninguna ley que pueda herir por siempre la libertad personal” (él lo escribió antes del advenimiento de Hitler en 1899…). Y sigue diciendo, por si no nos hemos dado cuenta todavía, que “La democracia es un medio y un fin. Es un arma en la lucha por el socialismo y es la forma en el que el socialismo será realizado”. La unión Europea hoy es la prueba de este aserto tanto como del fracaso del mismo.
Yo sé que mucho de este análisis puede resultar esotérico y por tanto ajeno al realismo de la desaparición de las ideologías, dado el supuesto triunfo de la democracia liberal conforme al errado criterio de Francis Fukuyama. La realidad es que ni el estado ni el mercado existen como entelequias universales. El Estado no es más que la concepción del gobierno que lo representa y que esta formado por hombres falibles (diría muy falibles). De la necesidad de la limitación del poder político a través de la separación de los poderes, que es la garantía de la libertad o sea de la defensa y protección de los derechos individuales. El mercado por su parte es el nombre que recibe el ejercicio de tales derechos individuales, bajo el supuesto de que éticamente los intereses particulares no son contrarios al interés general. Y precisamente la función del gobierno es la protección de esos derechos.
Como bien dice Von Hayek en su ”Camino de Servidumbre”: “la única alternativa a la sumisión a las fuerzas impersonales y aparentemente racionales del mercado es la sumisión al poder incontrolable y por tanto arbitrario de otros hombres… una vez que admitimos que el individuo es meramente un medio para servir los fines de una entidad más elevada llamada la sociedad o la nación, la mayor parte de los caracteres de los regímenes totalitarios que nos horripilan sigue por necesidad.” Lamentablemente estas son las concepciones prevalecientes hoy, particularmente en América Latina, donde no queremos percibir el peligro que corremos de la mano de esta falaz lucha por la igualdad en desmedro de los derechos individuales y en aras de la supuesta eticidad de un poder político absoluto. Y recordando una vez más a Popper no olvidemos que todos los grandes dictadores pretendieron convencer a sus pueblos de que representaban una moral más elevada. Por ello la lucha no está en el campo económico sino en las concepciones éticas que justifican o no un poder absoluto cuya contrapartida necesaria es la falta de libertad y la injusticia.
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