El comandante sí tiene quien lo inmortalice

Fidel Castro se retrató convaleciente mostrando el titular de una edición del diario oficial cubano, Gramma, con el título: “Absuelto por la Historia”, en donde el dictador aparece fotografiado, aparentemente, el mismo día cuando por la visita de su ahijado Hugo Chávez el gobierno abrió “la cortina de hierro” de días de absoluto silencio y falta de información sobre su estado de salud.

Curiosamente, el exhibicionismo de Chávez se impuso sobre el secretismo de Fidel, y ambos posaron a una cámara en lo que la periodista venezolana Marianela Salazar, en su artículo “Extraña Pareja”, define como un expresión decadente – ya que no es la imagen de paparazzi sensacionalistas – y cita al gran escritor checo Milan Kundera: «Hay una frontera entre la vida íntima y la pública, una frontera mágica que no puede cruzarse impunemente…Cualquier hombre que fuese el mismo en público y en la intimidad sería un monstruo”.

En “La Inmortalidad”, obra del mismo Kundera, encontré un macabro y fascinante paralelismo entre la fotografía de Castro mirando en vida un supuesto titular publicado tras su muerte y este relato de la novela: “Del alcalde de un pueblo de Moravia, al que de pequeño yo iba con frecuencia de excursión, contaban que tenía en casa un ataúd preparado para su propio entierro y que en los momentos felices, cuando se sentía especialmente contento de sí mismo, se acostaba en él y se imaginaba su propio entierro. No conocía en su vida nada más hermoso que esos momentos de ensoñación en el ataúd: permanecía en su inmortalidad”.

Fidel Castro, en un claro síntoma de los efectos de la arrogancia del poder – intensificado por medio siglo del control del pensamiento y del culto a su persona que nutrió a su “catequizado” pueblo – cual alcalde de algún lugar de Moravia, se deleita sintiéndose absuelto por la Historia, no en los titulares de diarios del mundo, sino, en el que está bajo su supervisión. ¡Triste gesto de inmortalidad!