Los “raulistas” y el exilio visceral
Tras haber heredado Raúl Castro el poder en Cuba han aparecido dentro del exilio, que se autodefine como “moderado”, los que ya se conocen como “Raulistas”. En España los “Raulistas” cuentan con el apoyo directo del actual gobierno y medios de comunicación afines a esa tendencia. Ven al hermano menor del dictador cubano como a un probable reformista económico y alimentan esa expectativa que priorizaría el convertir a Cuba en una nueva China, favorable a los intereses españoles, antes que el auténtico restablecimiento de la democracia. Lo llamativo es que los “Raulistas” han sido en el pasado, de alguna u otra forma corresponsables, por algún período de tiempo, de una tiranía que se acerca al medio siglo de existencia.
Los “Raulistas” abogan por la “no confrontación” en Cuba, un término bastante ambiguo. Quizás se refieran a que desaprueban el uso de la fuerza en alguna de sus formas, olvidándose de que muchos de ellos -o sus padres- en el pasado, con una dictadura menos cruenta que la que soporta Cuba por 47 años, aprobaban o acudieron al sabotaje, al secuestro, y a los atentados para sacar del poder al dictador Batista ¿Qué ha cambiado?
Para los “Raulistas” resulta beneficioso hacer creer que existen dos exilios diferentes, uno asentado en Norteamérica y el otro en Europa, al de Miami lo califican de “visceral” arrogándose ellos el calificativo de “moderados”, lo que genera unas simpatías evidentes en una sociedad que aún padece en su sistema educativo del síndrome de 1898, año que perdieron la colonia tras la guerra hispano-cubano-norteamericana.
Es probable, que debido al pasado de contubernio con la tiranía y su exilio en un país distinto a Estados Unidos, lo que escriben y denuncian la mayoría de los líderes de este grupo, con relación al régimen cubano, sea una interesante estrategia al incapacitar al gobierno castrista de señalarlos como empleados de la CIA, de Batistianos y de otras gastadas acusaciones. Pero no por ello me atrevería a ponerlos en el papel de libertadores ni de destacados dirigentes del exilio, cuando su valía es más testimonial que de compromiso real con la libertad. Y más aún cuando reciben fondos de un gobierno que cabildea en la Unión Europea por eliminar las sanciones a la dictadura.
Martí hablaba de la labor de los libertadores de la siguiente manera: «El oficio de los libertadores no es devorarse entre sí, y codearse unos a otros ante la muchedumbre, y mirar hosco al que les cierra el paso, y derretirlo con el fuego de los ojos, y echarlo atrás a uñadas y mordeduras, y ponerse delante, a donde todo el mundo lo vea, como la odalisca que llegó por fin a atraer las miradas del sultán: el oficio de los libertadores no es alquilar elocuencias, pagar plumas, adular a satélites, acaudillar bandos, asalariar hipócritas, encubrir espías, costear vicios, pensionar desvergüenzas…»
Los “Raulistas”, a los que me refiero, no sólo denuncian atropellos de la tiranía cubana, sino que enfocan parte de su artillería dialéctica contra el llamado exilio histórico. El exilio histórico es la prueba viviente de que la represión empezó desde el 59, y no cuando el desplome del campo socialista acabó con privilegios de buena parte de la clase dirigente, empeorando aún más la condición de los ciudadanos cubanos. De esa clase dirigente, a la que se le dificultó el negocio del patriotismo revolucionario, han surgido los “Raulistas”. Atacar al régimen cubano, tras décadas de ellos mismos estar formando parte de la represión, los convierte en desertores de la tiranía pero no los inmuniza del recuerdo de sus propias víctimas. Y es, a éstas víctimas que ellos atacan, a lo que llaman: el exilio “visceral”.
- 23 de enero, 2009
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