El latifundio «olvidado» de Cuba
Por Stephen Gibbs
BBC Mundo
La Habana – La reforma agraria llevada a cabo por la revolución de hace 47 años en Cuba fue la más radical de América Latina, y una de las medidas de las que el presidente Fidel Castro dice sentirse más orgulloso. Pero hay excepciones.
«Dos días cabalgando y todavía estás en mi territorio», es una expresión bastante común entre los terratenientes en América Latina.
Menos en Cuba.
Aunque a la isla una vez se le conoció por sus famosos latifundios -muchos de los cuales pertenecían a estadounidenses en el período prerrevolucionario- esos tiempos pertenecen al pasado.
La reforma agraria, después de todo, fue una de las promesas del Ejército Rebelde de Fidel Castro.
Meses después de que Castro llegara al poder en 1959, el nuevo gobierno emprendió una redistribución de la tierra entre los campesinos que la trabajaban, quienes luego se integrarían mayoritariamente en cooperativas controladas por el Estado.
Las propiedades agrícolas de la familia de Castro figuraron entre las primeras en ser confiscadas.
Existe una fotografía de la madre de Castro, Lina Ruz, abandonando sus tierras, en 1959. Se le veía furiosa.
Por eso, cuando un amigo me dijo que existía aún en Cuba una hacienda en manos privadas en la que el dueño podía cabalgar por dos días sin abandonar sus territorios, me costó trabajo creerle.
María Antonia
La hacienda Alcázar se encuentra en una de las zonas más bellas y poco visitadas de Cuba.
Se llega a ella dejando atrás la impresionante Sierra Maestra y conduciendo durante una hora a lo largo de una carretera llena de baches a través de suaves colinas.
Así se arriba a la imponente entrada de la hacienda.
Nos recibió un hombre, especie de mayordomo, sólo que con el típico sombrero del guajiro (campesino) cubano.
Nos invitó a sentarnos en el porche de la casa familiar y nos dijo que la dueña estaría en breve con nosotros.
Pudimos percibir cuando María Antonia se acercaba porque sus perros la precedieron.
Los animales no eran cruzados, como es común en Cuba, sino de raza: Rhodesian ridgebacks .
«Cazadores de leones», me dijo la dueña cuando yo acariciaba a uno de los sabuesos.
Ella tiene 79 años de edad, pero no los aparenta.
Es una mujer baja, canosa, de sonrisa fácil y apariencia de rectitud.
Como ocurre con muchos cubanos, instintivamente desconfía de los periodistas pero, como ocurre con muchos septuagenarios, a su edad ya guarda menos cautela.
«Las haciendas necesitan dueño -dice- porque sólo un dueño puede cuidarlas, puede amarlas».
Y añade: «Basta ver la mayor parte del campo cubano. Es sólo hierba porque nadie lo siente como suyo».
Nos sirvieron cervezas heladas a las diez de la mañana.
«Este -pensé- promete ser un día interesante en el único país comunista del hemisferio occidental».
Buenas conexiones
La familia de María Antonia una vez poseyó dos latifundios: el Alcázar, y otro incluso mayor de unos 100 kilómetros, en dirección norte.
Esta otra propiedad lindaba con la del padre de Castro.
María Antonia conoció de niño a Fidel Castro, y lo describe como «popular» y extraordinariamente «audaz».
Le pregunté cómo ella describiría su propio origen. «Clase alta», contestó en inglés sin dudarlo.
Al igual que un tal vez sorprendentemente alto número de personas acaudaladas en la Cuba prerrevolucionaria, su familia colaboró activamente con los hermanos Castro en su lucha por desplazar del poder a Fulgencio Batista.
«Batista ya era demasiado -explica-. Un asesino».
«Tanto Fidel como Raúl Castro nos pedían todo el tiempo alimento y combustible y nosotros se los dábamos», comenta.
Esta ayuda indudablemente contribuyó a que la familia de María Antonia pudiera conservar la hacienda Alcázar, aunque se les confiscara la otra propiedad.
En su momento se justificó la permanencia de la hacienda en manos privadas con el argumento de la necesidad de mantener «centros ejemplares de productividad». En este caso se hablaba de la cría de toros.
Animales de concurso
Dentro de la casa familiar hay un cuarto de trofeos. De manera quizás incongruente se muestra -junto a una armadura medieval aparentemente del siglo XIII- placas plateadas con los nombres de toros premiados en concursos.
Hay placas con casi todos los años de la década de los 50. La colección termina en 1959.
María Antonia aclara que todavía los toros ganan concursos.
Pero parece que los organizadores ya no dan placas.
Me invita a que recorra el corral cercano a la casa que está lleno de toros, algunos de los cuales superan las dos toneladas.
Un poco más allá del corral hay un establo con caballos de raza impecables.
Los animales disponen de un área que se extiende hasta una distante cadena montañosa de color azul.
«El mejor del mundo»
De vuelta en La Habana, le mencioné mi viaje al Alcázar a un ganadero estadounidense visitante.
Él conocía la existencia del latifundio.
«Es el mejor de su clase en el mundo», en opinión de John Park Wright IV, cuya familia poseía haciendas en la Cuba de antes de 1959.
El visitante dice que si pudiese invertiría en Cuba.
Poco después hablé con un integrante de la familia Castro.
«Si todas las fincas funcionaran así…», dijo refiriéndose al Alcázar.
«Entonces podríamos tener una industria agropecuaria», enfatizó.
Y comencé a preguntarme si visité una reliquia de la Cuba de ayer o atisbé un indicio de la Cuba del futuro.
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