¿Qué opinan de los argentinos afuera?
Por Marcos Aguinis
WASHINGTON- Cada vez que llega un argentino por estos pagos y logra reunirse conmigo para tomar un café, más temprano que tarde surge la pregunta “¿Qué piensan aquí de nosotros?”. Yo trago el resto de la bebida mientras doy tiempo a mis neuronas para que armen una contestación diferente a la inevitable. Pero no hay caso, la verdad se impone. ¿Para qué mentir? No nos tienen en cuenta, respondo. Los laureles “que supimos conseguir” se llaman irrelevancia.
¿Irrelevancia?
¿Con todos los infinitos recursos naturales y humanos que tiene la Argentina? ¿Con su milagrosa recuperación económica? Sí, en efecto –insisto-, pese a esos méritos, nos hemos vuelto irrelevantes. Tantas marchas y contramarchas nos perjudicaron más de lo imaginable. Quedó atrás la época en que nos veían como ejemplo o vanguardia de muchas cosas buenas. Ahora, cuando se señalan países exitosos, los focos apuntan hacia otra dirección: Estonia, Irlanda, los Tigres Asiáticos, Chile, India. Nosotros caemos en la bolsa de los impredecibles, para no decir los desdeñables. Que tengamos recursos y nos vaya bien por el momento en lo económico, no significa necesariamente progreso sostenido ni confiabilidad.
Cuando el presidente Kirchner realizó su visita a Nueva York, la meca del capitalismo, y estimuló a invertir en la Argentina, fue escuchado con sorpresa, porque sus cachetadas con las empresas nacionales o extranjeras ya son legendarias. Para colmo, pocos días más tarde nuestro secretario de Comercio Exterior amenazó a firmas petroleras con aplicar la ley de abastecimiento (de cavernaria memoria) y mandarlos a la cárcel si no importaban gasoil caro y lo vendían barato, aunque fuese con onerosas pérdidas. Esto cayó horrible. Algo así suena a cualquier cosa, menos a la conducta de un país serio.
En otros escritos he señalado que el dinero (o capital, para denominarlo mejor) tiene dos vicios: es cobarde y egoísta. Es cobarde y se resiste a ser invertido donde no hay seguridad. Es egoísta y siempre quiere obtener ganancias. Los individuos y las sociedades debemos reconocer estos defectos incurables, para convivir con ellos, porque no existe otra opción. Por desgracia, en nuestro planeta ya no se pueden abrir fuentes de trabajo, disminuir la desocupación ni elevar el nivel de vida sin capital. La varita luminosa que podía lograr esas maravillas sin el vil metal ha desaparecido hace mucho con el mago Merlín y ya no queda ni su argentado polvo. Al capital debemos atraerlo, no espantarlo. Pero la Argentina tiene uno de los récords más altos en materia de expulsión de dinero, no de atracción. Esto no es un secreto para nadie. La plata de los argentinos en el exterior alcanzaría para levantar innumerables empresas a lo largo y ancho de todo el país, no haría falta pedírsela ni al Fondo Monetario, ni al Banco Mundial, ni a la adiposa billetera de Hugo Chávez. Pero esa plata no vuelve porque, como dijimos, ¡es cobarde y egoísta! Ninguna consigna patriótica –como suponen algunos con ingenuidad- sería capaz de cazarla. La única forma de hacerla retornar es tranquilizando su cobardía. ¿Cómo? mediante leyes talladas en piedra, que aseguren la estabilidad jurídica, el estado de derecho y la permanente independencia de los poderes republicanos. Y tranquilizando sus ansias de ganar. ¿Cómo? mediante contratos honestos –sin porcentajes para la corrupción- transparencia y equidad competitiva que permitan obtener beneficios sin dañar a los consumidores ni al país en su conjunto.
Como no ocurre lo uno ni lo otro, estamos donde estamos.
Hace tiempo escuché la siguiente anécdota. Un turista prepotente manejó hasta la profundidad de la pampa seca y llegó a una bifurcación de caminos sin señales. No sabía hacia dónde tomar. Vio a un paisano en el borde de la ruta y le gritó: “¡Oiga, amigo! ¿la ciudad queda para la izquierda?” El paisano se quitó con parsimonia el pucho de la boca y contestó lentamente: “Ni lo uno, ni lo otro…”. El turista se enojó enseguida: “¡Cómo ni lo uno ni lo otro, no entiendo!” El paisano lo miró con sorna y explicó marcando cada palabra: “Primero, la ciudad queda para la derecha y, segundo, yo no soy su amigo”.
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En el año 1937, cuando el régimen nazi incrementaba su fuerza en Alemania mediante un brutal autoritarismo, Bertold Brecht cinceló esta sentencia de actualidad: “Contando con los medios apropiados, se puede organizar la estupidez en gran escala”. Una de esas estupideces, que erosionan la imagen de la Argentina ahora en el exterior -por lo menos entre quienes aún se interesan por nosotros-, es la censura a la libertad de prensa. No se trata de una censura total ni idéntica a la padecida en los años de la tiranía, felizmente, pero se le parece. A esa censura la acompaña un patético cortejo de auto censuras, cada vez más extendido y letal. No hace falta ser avispado para comprender que los ataques al periodismo se expanden por el globo con más celeridad que las epidemias.
En el año 1983 fuimos aplaudidos por la recuperación de la democracia, no éramos irrelevantes entonces y nuestra conquista de la libertad provocó una contagiosa caída de las dictaduras que nos rodeaban. Ahora nos observan con angustia y reproche por incursionar en una desembozada manipulación de la prensa. Se supone que esto también puede ser contagioso.
En los círculos académicos, universitarios, periodísticos y en los numerosos think tanks que analizan los fenómenos mundiales, es decir, donde la Argentina, pese a su actual irrelevancia es todavía motivo de estudio, se lleva un registro de evidencias que a uno lo dejan muy triste. Se sabe que varios periodistas fueron objeto de agresiones, amenazas, “aprietes” y despidos. Ha causado estupor que hasta el mismo Presidente de la Nación rebaje su investidura para condenar a profesionales de la prensa, para colmo con documentación arcaica y falsa. No se entiende cómo este político que acumuló tanto poder en sólo pocos años logra ser tan inclemente consigo mismo al tallarse una imagen que nadie con sentido común podría mirar con simpatía. ¿Supone que las agresiones a entidades como ADEPA, SIP, FOPEA y otras por el estilo las obligarán a inclinar la cabeza y callar su disgusto? Los funcionarios que lo asesoran, si de veras lo asesoran, deberían recordar ahora la sentencia de Brecht, esquivar la estupidez y ser más “vivos”, aunque sea a la folklórica usanza que tanta celebridad nos dio en el siglo XX.
Tampoco es digno que la publicidad oficial, en vez de responder a las necesidades del país, sea utilizada para premiar o castigar la subordinación al poder de turno. Quedé de una pieza cuando en un seminario sobre América Latina se citó el caso de Rudy Ulloa Igor, que fue chofer de Kirchner en Río Gallegos y ahora es un empresario que dirige un grupo de medios en la provincia de Santa Cruz. No lo sabía hasta ese momento. El hombre facturaba casi 30 mil pesos en el año 2003 y en el año 2005 llegó a facturar ¡medio millón de pesos!, con la sospecha de que ahora por lo menos duplica esa cifra. ¿Será cierto? Cosas análogas se dijeron de otros medios y empresarios que lengüetean las medias del poder. En cambio otras publicaciones, que se esmeran en mantener una visión crítica, necesaria en cualquier democracia verdadera, facturan del Estado mucho menos y algunas ni siquiera para comprarse una aspirina.
Más problemático aún es el papel de la SIDE. En épocas no tan lejanas se solía decir con rabia que ese organismo servía para atrapar intimidades con metas morbosas o extorsivas. O que amontonaba todo tipo de denuncias sin procesamiento ni verificación por si alguna vez servía de algo. Tal vez era cierto parcialmente. Pero ahora parecería habérsele asignado la tarea de ser productora de contenidos periodísticos para dañar la imagen de los opositores. Es evidente que los periodistas y políticos, ante las llamaradas de semejante dragón, deben dedicar tiempo para alejar el aliento de la auto censura que les envuelve la cabeza, porque en algún momento podría saltar un documento, verídico o apócrifo, en el cual se diga que cuando chicos levantaron la voz a su abuelita y por lo tanto dejan de ser personas confiables. Lápida sobre su nombre, así nadie tendrá que tomarse el trabajo de refutar sus palabras o ideas. La sociedad no querrá escucharlos más. Es una técnica vieja, eficaz y conocida.
Tampoco entienden afuera que, mientras se hace ruido contra las iniquidades de la dictadura, se mantenga la misma ley de Radiodifusión que sancionó esa odiada dictadura. Me han preguntado: ¿No se debería actualizar la ley para hacerla más participativa, más competitiva, más democrática? Contesto que sí, por supuesto, pero… el tema ni se conoce ni se discute en la Argentina, por lo menos con la intensidad que su trascendencia impone.
¿Acaso interesó en la Argentina la asignación de poderes extraordinarios al Ejecutivo? ¿Hubo manifestaciones multitudinarias ante el Congreso para frenar ese retroceso institucional?
No, no lo hubo. Y aquí no queda sino reconocer la complicidad de una amplia franja de la sociedad, que no aprecia ni defiende la democracia que tanto costó recuperar a principios de los ´80.
Cerrando este tema viene la pregunta del millón: ¿Para qué tantos latigazos a la prensa si este gobierno nacional tiene el más alto nivel de poder político y mediático que registra el país en las últimas dos décadas?
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Vayamos a lo positivo.
En los campos universitarios y ambientes más politizados del exterior se elogian los esfuerzos del actual gobierno por castigar a los torturadores y asesinos de la dictadura. Excelente, la justicia debe ser la justicia. También escuché frases de admiración por el ajuste de cuentas con los militares, aunque los militares de hoy, en actividad, no tienen casi relación con los de ayer. Alguien llegó a preguntarme si el rigor anti castrense no podría desencadenar otro golpe de Estado. ¿Golpe de Estado militar? tuve que sonreír: “En la Argentina sólo pueden hacer un golpe de Estado los bomberos… si no están de huelga. O los piqueteros”. Las fuerzas armadas ya no son lo que fueron antes, se las desactivó profundamente. Además, respetan la Constitución con más disciplina que muchos políticos.
En cuanto a los derechos humanos, es cierto que, al menos discursivamente, se han convertido en un tema de alta prioridad. También es bueno. Pero ahora existe un desaparecido de apellido López, el primero de la democracia. Y se usa una medida para la violación de los derechos humanos en los países democráticos y otra medida para esa violación en las dictaduras que de una forma surrealista se llaman “de izquierda”. A las primeras se les mira la paja en el ojo, pero nadie reconoce vacas volando con la picana en ristre y ensangrentadas rejas en Bielorrusia, Sudán, Cuba, Siria, Corea del Norte, etc.
Tampoco tuvo consecuencias la humillación que Fidel Castro le infligió al Presidente argentino cuando ni siquiera tuvo la cortesía de reponder a su carta pidiendo que la doctora Hilda Molina pudiera venir a visitar a sus nietos. Encomiable la actitud de Kirchner, pero incomprensible que se haya tragado como si nada la ofensa de alguien que parecía su amigo.
Otro aspecto positivo, sin duda, es el descenso de la desocupación. Es un dato que provee oxígeno y alegría. Nuestro país también registra un nivel sin precedentes de turismo. Una maravilla, de veras, y ojalá perdure. La construcción se despliega con vigor por todo el país. Como dijo Clinton en su campaña, “¡Es la economía, estúpido!”
Pero ¿sólo la economía? La economía ahora marcha bien como resultado de factores internacionales favorables, que benefician a los cinco continentes, el alto valor de las commodities y el boom del turismo por la devaluación que casi nos dejó sin aire. Si esto cambia, ¿podrá seguir yéndole bien a la economía? La inflación es una de las más altas del mundo en este momento. No se están tomando medidas firmes para que el dinero (la plata, la guita, para decirlo sin equívocos) venga de manera aluvional y haga inversiones genuinas que multipliquen las fuentes de trabajo, amplíen el mercado interno, eleven el nivel educativo y sanitario, mejoren la calidad de vida general. No, esa guita productiva no viene ni vendrá mientras no se vigorice la seguridad jurídica y el respeto de los contratos. Sus efectos nocivos no se verán en el corto plazo, pero llegarán, por desgracia. ¡No queremos que lleguen! Porque cuando llegan, son devastadores. Ya lo experimentamos en diciembre del 2001.
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Acabo de asistir a un seminario sobre Brasil. Me produjo envidia reconocer su fortaleza institucional, la continuidad de las políticas económicas, el deseo manifiesto de ser incluido entre los países más prósperos del mundo. Si la India puede, Brasil podrá más, dicen y hacen. La mayor preocupación de Lula y la oposición no consiste en mantener el sostenido crecimiento, sino ¡aumentarlo! Aumentarlo mucho. Y para ello es probable que el nuevo gobierno, sea el que fuere, introduzca osadas reformas en materia laboral, educativa y de seguridad social. En Brasil miran hacia el futuro, son pragmáticos a largo plazo, son coherentes. Facilitan las inversiones extranjeras y entienden que deben bajar los impuestos. Por ejemplo, en Sao Paulo hay más empresas alemanas que en cualquier ciudad del mundo, la misma Alemania incluida, porque allí no hay tantas en una sola ciudad.
Asombroso.
Mientras, la Argentina volvió a ser noticia, pero durante minutos, para mostrar el nuevo entierro de Perón. Otro incendio, pero esta vez en torno a un cadáver, quizás entusiasme la inspiración de Almodóvar. Para los entendidos estremeció la nueva edición –en miniatura- de Ezeiza-. Volvió a ponerse en evidencia la extraordinaria necrofilia que nos deleita desde tiempo antiguo. Volvió a señalarse la creciente anomia y el papel de las organizaciones patoteras, a las que nadie se atreve a restregarles en la nariz la majestad de la ley. La sociedad argentina parece cautiva de los violentos. Encadenada al pasado.
Perón, cuando aún residía en Puerta de Hierro, dijo que la violencia de abajo se debía a la violencia de arriba. Esa frase, de ponzoñosas consecuencias, podría aplicarse a la actual situación. En los lugares donde se estudia a la Argentina se insiste que nuestro país necesita mensajes de reconciliación, no de enfrentamiento. De respeto, no de ofensas. Baldes de agua sobre las brasas, no fuelles. Parar los instintos autodestructivos. Hacer saber que no gana nadie cuando sólo gana el que pega más fuerte. A la Argentina, que ahora tiene un gobierno poderoso, le hacen falta políticas de estado que reúnan a los mejores para trazar planes de aliento, con visión de largo plazo. No deberíamos perder esta oportunidad de transitoria primavera económica con peleas de gallinero y ambiciones mezquinas. Así se afirma donde todavía nos tienen cariño. Y donde no nos tienen… bueno, mejor termino aquí la nota.
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