Daniel Ortega y el peligroso camino del chavismo
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Madrid — El señor Daniel Ortega muy pronto va a saber cuán difícil es tener y mantener un gobierno populista en estos tiempos en uno de los países más pobres de América Latina. Cuando se supo que había ganado las elecciones, llamé a una amiga américo-nicaragüense y le pregunté qué se proponía hacer. Su respuesta fue rápida y cortante: »Primero voy a llorar, luego voy a sacar mi dinero del banco y trasladarlo a Miami». Y es natural. Los españoles tienen un refrán que explica esa actitud: »El que vive desconfiado es señal de que lo han fregado». Naturalmente, no dicen fregado, pero creo que los periódicos rechazarían el lenguaje popular madrileño. A mi amiga y a su familia las fregaron severamente durante la década sandinista y no están dispuestas a reeditar esa experiencia.
Entre hoy y el 10 de enero de 2007, fecha del traspaso de poderes, miles de nicaragüenses, primero discretamente, luego con nerviosismo, sacarán su dinero de los bancos, los cambiarán en dólares, y trasladarán esos ahorros a otros destinos menos peligrosos. Otros cientos detendrán las inversiones previstas, mientras los inversionistas extranjeros señalarán un largo compás de espera antes de aterrizar con sus capitales, si es que alguna vez se atreven a llevarlos. No puede olvidarse que en la década de los ochenta el señor Ortega destruyó las plantaciones agrícolas, acabó con la ganadería y desató la hiperinflación más demoledora de la historia universal del dinero, semejante a la alemana de la república de Weimar, haciendo retroceder a la sociedad nica a los índices de producción y consumo de cuarenta años antes.
¿Qué va a hacer Daniel Ortega a partir de enero de 2007? Tiene dos caminos: uno es el de portarse bien y escribir con buena letra, continuando la política económica sensata de los tres gobiernos democráticos anteriores, lo que quiere decir gasto público limitado, impuestos aceptables, libre cambio de divisas e inflación bajo control. O sea, lo contrario de la receta neopopulista. El otro camino es intentar sumarse al »socialismo del siglo XXI» al que insistentemente lo convoca su »hermano» Hugo Chávez, ese caotizador continental, reivindicando de nuevo la bandera de la revolución y la lucha planetaria contra el imperialismo de los odiados yanquis, como decía el himno sandinista antes de que lo modificaran. Pero, ¿cómo internarse en esa selva peligrosa con el 60 por ciento del pueblo en contra, incluido el parlamento, sin recursos, y con una sociedad cuya infinita mayoría rechaza este cansado lenguaje de guerra fría?
El chavismo, incluso, posee una hoja de ruta con cinco pasos precisos: se ganan las elecciones, se convoca a una nueva constitución, se desmantelan las instituciones republicanas, se concentra todo el poder en el líder, y se le concede el control administrativo y empresarial al ejército y a los partidarios del gobierno. Eso hizo Hugo, eso intenta hacer Evo, y eso esperan en Caracas que haga Daniel. Todo esto, además, debe ocurrir en medio de denuncias ante un inminente desembarco de marines y fantasmales intentos de asesinato organizados por la CIA. Pero ¿cómo Ortega va a llevar a cabo esa colección de fechorías en el 2007, cuando, pese a su victoria pírrica, es el más detestado de los políticos nicaragüenses? Ni puede convocar a una nueva constitución, ni lo dejarán desmantelar las ya muy magulladas instituciones republicanas. ¿Qué puede hacer, entonces, para sumarse al chavismo? ¿Va a dar un golpe militar? ¿Va a volver a organizar turbas y milicias?
El pronóstico es muy negro. Daniel Ortega llega al poder con las manos revolucionarias firmemente atadas. No tiene cómo sumarse al chavismo sin generar un inmenso conflicto. Las clases vivas del país –los profesionales, el aparato productivo– sospechan de él por su infame pasado y van actuar con gran cautela, mientras los extremistas radicales no pueden apoderarse de la dirección del país sin precipitar a Nicaragua en el caos. Lo probable, si intenta el camino del chavismo, es que en su momento ese nefasto experimento termine a la ecuatoriana: el presidente destituido por el Congreso. Puede suceder.
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