Política económica argentina: cuando se llega al absurdo
La visión de corto plazo que aplica el gobierno argentino determina que el aumento de los precios internacionales de los bienes que exportamos no sea una buena noticia sino un problema.
¿Usted se imagina si el gobierno chileno, en vez de festejar, entrara en crisis debido a que el precio del cobre sube en el mercado internacional? ¿O se imagina a los países petroleros entrando en pánico económico porque el precio del petróleo está en alza? Lo absurdo de una respuesta positiva para las preguntas anteriores es una realidad para el caso argentino. La suba de la carne, el trigo y el maíz en el mercado internacional se ha transformado en una problema económico para el gobierno de Kirchner, cuando en realidad deberíamos estar festejando la excelente coyuntura internacional que les posibilita a los productores argentinos tener un ingreso mayor por sus productos de exportación.
Al margen del problema inflacionario derivado de la política monetaria expansiva del Banco Central, el incremento en el precio de la carne, maíz y trigo se transforma en un problema porque, se argumenta, esos productos son de alto consumo interno y, por lo tanto, si el mercado internacional empuja los precios al alza, el consumidor argentino tendrá que pagar más por esos productos y, políticamente, eso no le convendría al Gobierno. ¿Qué decisión adopta el Gobierno para enfrentar este supuesto problema? Tratar de frenar las exportaciones para que la demanda tenga que volcarse fundamentalmente al mercado interno y, de esa manera, bajar artificialmente sus precios. La estrategia no es otra que quitarles rentabilidad a los productores para transferírsela a los consumidores.
Es obvio que esta estrategia implica tener una visión de la economía basada en el corto plazo. Una política de largo plazo consistiría en dejar que la renta extraordinaria de los productores se mantuviera, de manera tal de atraer nuevos inversores hacia el sector. Los nuevos inversores incrementarían la oferta y la renta extraordinaria disminuiría.
Además, para algo existen los productos sustitutos. Si el precio de la carne sube, el consumidor siempre tiene la alternativa de sustituir el consumo de carne vacuna por otras carnes o directamente modificar sus hábitos alimenticios. Aquí el dilema no es exportar carne y trigo a costa del hambre de la gente. Nadie se va a morir de hambre por consumir menos carne vacuna o trigo, porque si esto fuera cierto, más de la mitad del mundo debería estar muriéndose de hambre.
Pero lo que claramente refleja la reacción negativa del Gobierno frente a la favorable coyuntura internacional es su visión del mundo. En vez de ver al mundo como una oportunidad para incrementar el comercio, la producción y la riqueza, el Gobierno lo ve como algo hostil y negativo para el país. En lugar de pensar a lo grande e imaginar un mercado para los productores argentinos de miles de millones de consumidores, prefiere conformarse con 30 millones de consumidores de bajo poder adquisitivo dada la pésima distribución del ingreso que tenemos. Al forzar la venta de los productos de exportación al mercado interno, el Gobierno está definiendo una política de producción de bajos niveles y con escasas inversiones, ya que no es lo mismo la cantidad y la calidad de las inversiones que se requieren para competir a nivel mundial que las que se necesitan para un mercado chico y de ingresos bajos.
La consecuencia directa de esta definición de modelo productivo es la perpetuación de la pobreza, dado que si la principal obligación de los productores es abastecer el mercado interno, nunca vamos a tener inversiones de envergadura porque producir para un mercado interno tan chico no requiere de inversiones significativas.
La Argentina es pobre porque los gobernantes piensan en pequeño. Prefieren una economía chica y con pocas inversiones porque, de esa manera, se aseguran el clientelismo político. Lo que se busca es que el ciudadano tenga que depender del gobernante de turno para subsistir. En las sociedades prósperas, integradas al mundo, el ciudadano se autoabastece gracias a su capacidad de innovación, dedicación al trabajo y esfuerzo personal. La gente vive con dignidad. En cambio, en las sociedades cerradas y pobres, sus habitantes tienen que ceder parte de su dignidad para poder recibir las dádivas del gobierno de turno. El ejemplo más evidente que puede darse al respecto es el intento del oficialismo de denigrar a los votantes tratando de comprar sus votos.
Varios productos de exportación han caído bajo este esquema de pensar en pequeño. Los lácteos, la carne, el maíz, el petróleo y el trigo son algunos de los ejemplos que se pueden dar al respecto, lo cual confirma esa vocación por coartar todo progreso económico basado en la integración de la economía argentina al mundo.
Tan a contramano del mundo estamos, tan encerrados en nosotros mismos vivimos, que lo que debería ser una motivo de alegría, para el gobierno argentino es un problema mayúsculo.
En síntesis, el absurdo ha pasado a constituir el corazón de la política económica.
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