La dictadura de Evo
El fenómeno Evo Morales es decepcionante hasta para los más izquierdistas. Inclusive los periódicos radicales de Bolivia dejaron de alabarlo y cuestionan su compromiso con la libertad y la democracia. ¿Cómo les demoró tanto darse cuenta del error de darle su voto, si Morales durante años vino actuando autoritariamente? ¿Cómo se puede concebir que un sindicalista pendenciero, sin ninguna preparación intelectual, maneje un país? Su provocadora naturaleza siempre está presente. El poder –económico o político– aumenta los defectos de sus poseedores a menos que sean personas centradas, no extremistas.
La ilustrada izquierda boliviana no sólo es grotescamente burguesa, sino que nunca fue consecuente con su ideología. Se aliaron con Hugo Bánzer –el dictador derechista que abrió las puertas a la democracia– a cambio de pegas y pese a que el general Bánzer me dijo en confidencia, muchos años antes de su alianza con la izquierda, que a él »le gustaba el MIR» (Movimiento de la Izquierda Revolucionaria), al MIR nunca le gustó Bánzer. Fue una vomitiva unión de inte-
reses. ¡Y el pueblo fue testigo! Las izquierdas democráticas perdieron su dignidad. Eso abrió paso al sindicalismo destructivo de Morales, que no era fomentado por trabajadores que exigían algo justo o injusto, se trataba de sembradores de coca, cuya sola producción agrícola trae consigo enormes vicios de ilegalidad, aparte de los otros.
Los más arrepentidos son los que abiertamente apoyaron su candidatura y hoy no saben dónde esconder la cara, pero también están los otros que lo votaron, que ahora ven sus intereses y seguridad en juego. Bolivia no pudo ni podrá ser una socialdemocracia como soñaban los izquierdistas moderados porque no tiene, en primer lugar, la capacidad económica para brindar servicios sociales adecuados, no hay sentimiento de solidaridad nacional ni respeto por el prójimo y no existe un nivel de educación adecuado como para desenvolverse con cordura. Tampoco existe la obediencia a la ley, que es el punto de partida hacia una comunidad civilizada. Hoy el mayor quebrantador de las normas es el mismo gobierno.
La polarización se hace cada día más notoria y, previsiblemente, la mecha que prenderá la bomba se encenderá con enfrentamientos entre las provincias de Oriente y Occidente, lo que puede degenerar en una guerra étnico-cultural ya que los del este poseen rasgos diferentes a los del oeste, además de maneras de vestirse, hablar, pensar y conducirse diametralmente opuestas.
Todo es arbitrariedad, ofensa, irracionalidad. Morales quiere imponerse como Castro después de la revolución. Bolivia, la nueva colonia de Chávez, está entrando en su cauce habitual de conflicto y crisis permanente. Falta el líder opositor que se remangue la camisa y se ponga al frente del pueblo en las calles para dirigir al pueblo, tal como hizo Morales en su amenazante carrera hacia el poder. Claro que nadie tiene el inacabable dinero que tuvo él para movilizar a miles de campesinos cada vez que le venía en gana. Ahora las cosas se darán por convicción, a medida que a los bolivianos se les desvanezcan sus libertades y derechos.
Esas son las supuestas batallas imperdibles. Se dice que ningún déspota puede someter a un pueblo con voluntad de ser libre si existe unión y valentía, pero esas son teorías. Ni los chinos ni los rusos pudieron acabar con sus tiranos. Los hundió su propio sistema después de décadas de represión. Los cubanos, que continúan por medio siglo subyugados al agonizante octogenario dictador, no tienen forma de hacer frente al temible régimen. Lo único que esperan es un milagro, que tal vez demore mucho tiempo más en llegar.
El autor es ex diputado boliviano.
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