El muro del 2006
Yo no estoy convencida de que la controversial pared sea aceptable o conveniente.
Informalidad y emigración podrían considerarse dos caras de la misma moneda.
El año 1989 será recordado como el año en que cayó el Muro de Berlín. Este evento reconfiguró el mundo. Generaciones enteras habían llegado a pensar que las divisiones este-oeste, izquierda-derecha y comunismo-capitalismo serían una constante en nuestras vidas. Felices e incrédulos, observamos cómo los alemanes de uno y otro lado utilizaban todo tipo de implemento para botar aquella fea construcción, celebrando sobre los escombros.
En un futuro distante, podrían recordar el año que está por terminar, como aquél en que se inició la construcción del muro de George W. Bush sobre la frontera que separa a Estados Unidos de México. Un amigo me comentó que este muro era aceptable, pues su función es frenar la inmigración ilegal hacia Estados Unidos, mientras que el antiguo muro de Berlín servía para mantener en gris cautiverio a quienes residían tras la Cortina de Hierro.
Yo no estoy convencida de que la controversial pared sea aceptable o conveniente, y espero que el paso de los años así lo demuestre. La libre movilidad de las personas, dentro de un país y a través de las fronteras políticas, usualmente trae un triple beneficio: para el emigrante, la economía que lo acoge y su comunidad de origen.
Según estadísticas del Gobierno estadounidense, arrestaron a aproximadamente 1.2 millones de personas tratando de entrar ilegalmente en Estados Unidos durante este año. Cabe suponer que un alto porcentaje de ellos son gente buena, no narcotraficantes o terroristas.
La mayoría de los compatriotas que emprenden el viaje al Norte tienen una motivación económica—son lícitos tanto sus sueños como los medios que buscan emplear para alcanzarlos. Ya para el 2000, se estimaba que había más de 12 millones de personas nacidas en el extranjero viviendo en Estados Unidos, y que arribaban más de 850 mil anualmente.
Más de un millón son guatemaltecos que no cortan lazos con los familiares que dejan atrás. Según la OIM, unos 3.7 millones de guatemaltecos se benefician de las remesas familiares, las cuales durante los primeros 10 meses del año 2006 alcanzaron un récord histórico de $3,015 millones.
Los costos y riesgos asociados a dicha emigración son innegables, y aumentarán con la construcción del muro. Sin embargo, la única alternativa para estos aventureros suele ser la informalidad, que también alberga costos y riesgos altos.
Un estudio elaborado por el Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN) y publicado en mayo, estima que casi tres cuartas partes de la actividad económica en el país es informal. Informalidad y emigración podrían considerarse dos caras de la misma moneda, manifestaciones de cómo guatemaltecos trabajadores se forjan mejores futuros a pesar de los obstáculos que representa la institucionalidad. Quizá en 2007 aprendamos que sólo la libre movilidad y la competencia podrán resolver satisfactoriamente las necesidades económicas de personas decentes, aquí o en cualquier parte.
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