Argentina: Debe cambiar la ecuación económica
En materia económica los argentinos hemos demostrado tener una gran capacidad para inventar palabras que tratan de disimular o suavizar el verdadero sentido de las cosas. Por ejemplo, en vez de decir confiscación de depósitos inventamos la palabra pesificación, en vez de decir que a la gente se le limitó el derecho de propiedad sobre sus ahorros decimos corralito. Los ejemplos que se pueden dar al respecto podrían dar lugar a un diccionario específico para entender la economía argentina.
Hoy se habla de dos nuevos conceptos: a) tipo de cambio competitivo y b) enfriar la economía. Veamos el primer caso.
Dentro de la terminología económica argentina, tipo de cambio competitivo quiere decir tener un tipo de cambio que estimule las exportaciones. En realidad lo que se busca con el tipo de cambio competitivo no es tanto aumentar las exportaciones como limitar las importaciones. Pero, traducido al castellano básico, tipo de cambio competitivo en la jerga argentina significa aumentar artificialmente el tipo de cambio para disimular las ineficiencias de la economía y, de esta forma, evitar la competencia externa y, de paso, poder mantener el impuesto a las exportaciones que no se coparticipa con las provincias y que le aporta al Tesoro aproximadamente el 10% de la recaudación total. ¿Cuál es la contrapartida de un tipo de cambio competitivo (tipo de cambio artificialmente alto)? Salarios en dólares bajos, y con salarios en dólares bajos, la capacidad de la gente de acceder a productos importados se reduce notablemente, quedando cautivo de los productores locales, por eso el tipo de cambio competitivo es, entre otras cosas, un tipo de cambio manejado por el Estado para limitar la competencia. Obviamente que a los productores locales les encanta que el Estado les limite la competencia cuando ellos venden, pero no les encanta tanto cuando ese mismo tipo de cambio competitivo les limita la competencia cuando tienen que salir a comprar insumos para su producción. Es humanamente comprensible.
Detrás del tipo de cambio competitivo también se esconde una feroz y regresiva transferencia de ingresos, dado que los sectores de menores ingresos pagan el impuesto inflacionario para restringir la competencia y, además, son cautivos de una oferta interna reducida. Pero como la cantinela de la defensa de la producción nacional es un discurso que prende políticamente, pareciera ser que, en el mediano plazo, la gente está dispuesta a pagar los costos del tipo de cambio competitivo aunque salga perjudicada. De manera que la política de cambio competitivo no tiene nada de competitivo y sí mucho de anticompetencia. Suena bien a los oídos del electorado, pero es la antítesis de la competitividad de los países porque no ataca los problemas estructurales. Los esconde.
Enfriar la economía es el otro concepto de moda. El Gobierno sostiene que no va a recurrir a las recetas ortodoxas y que seguirá siendo heterodoxo, lo que significa que no enfriará la economía.
¿Qué se esconde detrás de esta cuestión? Cuando se habla de enfriar la economía se está diciendo que hay que disminuir la tasa de crecimiento del consumo. Siguiendo los postulados keynesianos, el Gobierno cree que el crecimiento viene de la mano del consumo. Si hay más consumo, supuestamente las empresas producen más, invierten más y la economía tiende a seguir creciendo. Por supuesto que toda economía tiene como objetivo producir para consumir, el problema es que la estrategia para incrementar el consumo está basada, en parte, en precios artificialmente baratos que estimulan el consumo de esos bienes o servicios.
Tomemos el ejemplo de las tarifas de la energía eléctrica para las casas de familia. El efecto del congelamiento de las tarifas de la energía eléctrica queda reflejado en el gráfico que acompaña esta nota. Actualmente el subíndice de energía eléctrica domiciliaria del IPC está en el punto más bajo de una serie histórica de los últimos 30 años. ¿Cuál es el resultado de este precio artificialmente bajo? Que, racionalmente, la gente consume más energía eléctrica porque la factura de luz no le complica la vida. Un precio artificialmente bajo estimula el aumento de la demanda. Pero por el lado de la oferta tenemos una desinversión dado que la mayor demanda de energía eléctrica se financia consumiendo el stock de capital del sector.
Lo mismo ocurre con la carne. El precio artificialmente barato estimula el consumo de carne, pero reduce la oferta ganadera, al menos inicialmente en su calidad, y no genera estímulos para incrementar el stock ganadero. Al contrario, lo racional es reducir el stock vacuno a pesar de la buena noticia de que la Argentina ha sido declarada, nuevamente, país libre de aftosa. Noticias que deberían ser para descorchar champaña, para el Gobierno pueden significar un dolor de cabeza. ¡Paradojas del nuevo modelo productivo!
El combustible también está artificialmente bajo, elevando el consumo (por eso hay tantos autos en las calles), pero no induce la inversión en nuevas refinerías.
Consumo artificial
Podríamos seguir con los ejemplos de estímulos al consumo mediante precios artificialmente bajos, pero lo que me interesa destacar es que actualmente se está forzando un consumo artificialmente alto a costa de las inversiones y de un menor consumo futuro, cuando la realidad termine imponiendo un fuerte cambio de precios relativos y nos encontremos con inversiones insuficientes para abastecer adecuadamente el mercado interno por haber puesto el carro delante del caballo.
¿Es necesario enfriar la economía? En rigor lo que puede hacer el Gobierno es cambiar la ecuación y sentar las bases del crecimiento en la inversión, lo que permitiría incrementar la oferta de bienes en el largo plazo por la mayor capacidad productiva, mejorando el ingreso real de la población gracias al aumento de la oferta de bienes y servicios. Es decir, se puede seguir creciendo en formar sostenida sin necesidad de enfriar la economía sustituyendo los primitivos métodos de abaratar artificialmente los bienes y servicios para estimular el consumo por políticas públicas de largo plazo que primero generen producción y luego un consumo más alto.
No se trata, entonces, de ser ortodoxos o heterodoxos, de enfriar o no enfriar la economía, se trata de privilegiar el largo plazo. Claro que para ello no hace falta un tipo de cambio competitivo, sino reformas estructurales, sistemas impositivos pagables sin impuestos distorsivos, respeto por los derechos de propiedad, atraer el ahorro en vez de espantarlo.
En definitiva, el tipo de cambio competitivo no es otra cosa que poner la basura debajo de la alfombra y la heterodoxia de estimular el consumo artificialmente es hacerle creer a la gente que es posible incrementar indefinidamente el consumo sin invertir ni producir.
El autor es economista
- 28 de diciembre, 2009
- 8 de junio, 2012
- 21 de noviembre, 2024
- 21 de noviembre, 2024
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