La ley del embudo
Por Luis Tavarez
El Nuevo Herald
Una vez más me voy a referir a la grave crisis en Haití y las relaciones dominico-haitianas. Ya antes había escrito sobre la solidaridad, las fronteras y los episodios de violencia contra haitianos en el territorio dominicano [ver Solidaridad para principiantes, Las niñas en nuestros ojos y Arde Troya en la Hispaniola, las dos últimas columnas en Perspectiva, 14 de noviembre y 3 de diciembre del 2005, respectivamente].
Desde que observo y me documento sobre Haití y sus relaciones con la República Dominicana, lo cual se remonta a 1986 con la caída de Jean-Claude Duvalier, he notado una injusticia contra el pueblo dominicano. Bien parece ser que conviene a algunos intereses mostrar a la República Dominicana como el ogro que absorbe todo el remordimiento y vergüenza ajena por los episodios de carácter fallido por los que ha atravesado la sociedad haitiana, mientras ningún otro país, salvo raras excepciones, algunas de forma éfimera, ha tendido las manos con empleos, educación y refugio cuando la situación es peor, ya que siempre ha sido mala.
A veces me parece que es una vulgar excusa, una manera de escurrir el bulto, asignar un chivo expiatorio para no tener que manejarse con la complejidad de los conflictos del pueblo haitiano. Si se alabara la contribución dominicana, podría disminuir una culpabilidad que viene por un lado del último genocidio (1937) y de las relaciones de trabajo cuasi esclavistas que se materializaron en los períodos de gobierno de Joaquín Balaguer, extendiéndose a la Casa Viccini y otras plantaciones. Así podría ramificarse el hecho de que muy pocos países, incluyendo los Estados Unidos, han aportado lo suficiente.
Hay un sector en la República Dominicana que se dedica a la defensa de los derechos de los haitianos y la denuncia de los atropellos. Algunos son grupos serios y de muchos méritos, como el que encabeza la activista Sonia Pierre. Otros son izquierdistas que utilizan el asunto para cumplir una cuota de protagonismo, para adornar un estilo, para autoproclamarse heroicos, pero no seres capaces de ver que a los haitianos no les llega nada de Cuba ni de la revolución bolivariana, pero pueden hacer carreras universitarias en Dominicana, con una proporción de estudiantes mayor que en las propias universidades haitianas, pueden vender dulces y correas, verduras y helados, transformar el cemento y levantar edificios, sembrar, limpiar los surcos y con todo esto alimentar a sus hijos. Su movilidad social es extremadamente lenta, más lenta que la del dominicano marginal, pero mejor que en el entorno de la legalidad de vivir en su propio y fallido país, al que la comunidad internacional parece haber asociado con una enfermedad contagiosa o un proyecto de caridad, no de lucro, haciendo poco o ningún caso a la misión de ayudar a recuperar un clima de paz que permita que los proyectos sean duraderos. Me gustaría ver la reacción en cuarquier otro país, si su frontera de norte a sur estuviera abierta y además corronpida por los militares y el tránsito de humanos y mercancías es un hecho sin control.
Los grupos que siguen aterrorizando en Haití no buscan ningún clima de paz. De eso se nutren, de eso viven. ¿O es que se puede creer que el acto de Guy Phillipe, quien atacó el vehículo en que viajaba el presidente Leonel Fernández, fue uno de reivindicación o rechazo a una política de estado racista? Más bien pareció un boicot a los inicios de resolver algunos problemas en su país, contando con el liderazgo de un experimentado demócrata. Para este demagogo del panorama haitiano, el pueblo dominicano fue refugio mientras gobernó Aristide. Pero el presidente dominicano, según el irresponsable punto de vista de este emisario del caos y el desorden, merecía ser atacado en vez de respetado. Desde entonces Fernández ha sido tímido con el asunto haitiano y presumo que entiende que es sumamente complejo. Enfocando los propios problemas dominicanos y de seguro reconociendo que el país que dirige cumple una cuota de apoyo por encima de cualquier otro, aportando empleos que benefician la economía dominicana.
Es hora de abrir más debate sobre el tema ya que si bien los problemas del migrante, los raciales, la marginalidad y el rechazo existen en la diáspora haitiana hacia Quisqueya, existieron y existen en otras diásporas cuyos miembros tambien pusieron comida en la boca de sus familiares, incluyéndome, cuando mi madre emigró a Puerto Rico, en dónde recibí maltratos, cariño, apoyo y mi educación universitaria. El patrón migratorio es muy parecido en el mundo entero. Es hora de que se mire las relaciones dominico-haitianas, dándole la oportunidad a la República Dominicana de ocupar la parte ancha del embudo. Hasta ahora somos los malos vecinos, los esclavistas, los racistas. Haga un turismo fuera de lo común y averigüe cómo se comsume la cotidianidad de este numeroso grupo migratorio.
El autor es escritor dominicano.
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