Misterioso socialismo del siglo XXI
Hugo Chávez, que ahora se viste de "rojo rojito", como si su rechoncho cuerpo estuviera envuelto en la heroica bandera de los proletarios que iban a redimir el mundo, se propone inaugurar el socialismo del siglo XXI.
¿Qué es eso? Difícil saberlo. El vacío teórico desespera al propio Chávez. Con su narcisismo bravucón, anduvo cambiando de maestros para escribir un nuevo evangelio. Ese vacío habría causado dolor de cabeza a Karl Marx, por un lado, y a Benito Mussolini, por el otro. Por ahora, Chávez coquetea con el comunismo y con la teocracia islámica fascista, porque son dos herramientas que le permiten usar el megáfono del extendido odio a Estados Unidos, como una forma de conseguir prensa y arrastrar a millones de ignorantes que poco saben de democracia, pluralismo, tolerancia, libertad y progreso genuino. La visita que le hizo Néstor Kirchner -con ausencia, a último momento, de su esposa, súbitamente iluminada- compromete a nuestro país con un amigo impresentable y peligroso. Su viaje a Buenos Aires para provocar a Bush tensionará nuestros vínculos con Uruguay, Brasil, México y otros países de la gira norteamericana, sin darnos rédito alguno. Los vaivenes no caen bien. Revelan incoherencia y generan desconfianza para quienes proyectan emprendimientos sólidos. Parecería que Néstor Kirchner no se hubiera dado cuenta de que Caracas ha instalado una bomba de tiempo que rechaza casi la mitad de su población, renuente a caer en otra dictadura, se llame como se llame y aunque use algún tipo de sacarina para disimular su amargo despotismo, en aumento. A Chávez primero lo asesoró el argentino Norberto Ceresole, indefinible entre la extrema derecha y la extrema izquierda, un "facho-bolche" pintoresco, seductor e irresponsable, como no podría ser de otra forma. Después le dio abundantes lecciones Fidel Castro, basadas en su medio siglo de ininterrumpida experiencia en el Alcatraz del Caribe. Ahora le sopla al oído Haiman El Trudi. ¿Quién es? No un personaje de historieta, sino un representante de Muamar Khadafi en Venezuela, desde antes de que Chávez fuera presidente. Haiman dirigió durante años un centro comunitario en el estado de Barinas, a imagen y semejanza de los que existen en Libia, que permiten realizar exitosos lavados de cerebro. Ahora acompaña al teniente coronel como intérprete y asesor en sus giras por Medio Oriente y Africa, y se ha convertido en su representante frente a miembros de la banca privada, industriales y empresarios ricos (y corruptos) para explicarles la dirección del gobierno en la transición hacia un edén llamado socialismo siglo XXI, donde seguro que no disminuirán sus ganancias. Gracias a Haiman El Trudi no sorprenden los lazos que viene tejiendo Caracas con el régimen ultrarreaccionario de Teherán. Esos lazos hubieran provocado infartos masivos a Marx, Engels y Lenin. ¿Cómo podemos entender ese régimen mesiánico, unipersonal y autoritario, que vomita sobre las instituciones de la república venezolana mientras aumenta la asfixia de la prensa y la oposición? No es aún el comunismo real que existió en la URSS y sobrevive en Cuba y Corea del Norte. Tampoco, el fascismo de Hitler y Mussolini. Por supuesto que no se parece al socialismo moderno y democrático de Europa, Chile o Brasil. No se parece a nada donde prevalezcan la seguridad jurídica, la libertad individual y el derecho a la crítica. Es, por el contrario, una autocracia arcaica, sumida en un caos conceptual que no resiste el análisis serio, con abuso de poder, incompetencia y corrupción desenfadada. Su fuerza no reside en ninguna innovación estructural progresista, sino en los ingresos de petrodólares, que hubieran hecho desmayar de envidia a Creso, y en el soborno a los militares, que han pasado de ser su guardia pretoriana a una tropa que invade todos los resquicios de la sociedad para mantenerlo atornillado en el Palacio de Miraflores, como tropas semejantes a las que mantuvieron en el trono a Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez, Duvalier, Idi Amin y otros monstruos. The Food and Agricultural Organization de las Naciones Unidas brinda estadísticas que refutan la propaganda de Caracas. En Venezuela, desde que Chávez se hizo del poder, aumentó la pobreza, aumentó la indigencia, bajó el índice de consumo calórico, bajó la exportación de alimentos y aumentó de forma significativa la urgencia de importarlos. En otras palabras: el acceso a la comida de millones de venezolanos se ha tornado más difícil, pese al programa oficial, llamado Mercal, que provee de subsidios y hace intensa propaganda, pero que también es una fuente inagotable de corrupción, mediante cadenas cada vez más largas de intermediarios. En ellas hacen su agosto militares de los que en otras partes del mundo la izquierda abominaría, pero que allí celebra. En algunas regiones suele faltar carne, azúcar y otros insumos básicos. Insisto: son datos de las Naciones Unidas. Esta situación contrasta con una loca adquisición de armas. Recordemos que las diversas formas del socialismo autoritario no han escapado a esa tentación, aunque el pueblo se muriese de hambre: la Unión Soviética, la China de Mao, la Camboya de Pol Pot, Cuba, Corea del Norte. En los últimos cuatro años, Venezuela ha gastado más de 6000 millones de dólares en armas adquiridas a Rusia, China, Irán, Brasil y España. Las compras incluyen radares, helicópteros de artillería MI-24, helicópteros para el transporte de tropas, cien mil fusiles Kalashnikov, barcos patrulleros, corbetas, tanques y cazabombarderos Sukhoi. Negocia por misiles tierra-aire rusos, llamados Tor-M1, que cuestan 290 millones de dólares. Irán se ha comprometido a modernizar doce aviones VF-5A Grifo y NF-5B, producidos anteriormente por Canadá. Chávez también desea comprar submarinos que puedan permanecer sumergidos por largos períodos de tiempo y construir fábricas de fusiles y municiones. Los esfuerzos para adquirir material de guerra en Alemania, España, Francia e Italia están chocando con la renuencia que provoca en estos países la fiebre de Chávez, cargada de feroz agresividad, que convertirá a América latina en una región en la que se podría desatar una competencia armamentista que haga las delicias de los mercaderes que ahora ya han agotado mucha clientela en Africa y parte de Asia tras provocar mares de sangre inútil. El resultado será una Venezuela parecida a Corea del Norte, donde aumentan en forma directamente proporcional el armamento y el hambre, el armamento y la falta de democracia. Aunque es muy diplomático y reservado, el presidente Lula ya ha tomado conciencia de la víbora que se agita en su frontera norte. Pero, como saben los expertos, no sólo se trata de llenarse de armas de última sofisticación, sino de tener personal bien entrenado para manejarlas. Por ahora, Venezuela es un país del cual huyen miles de cerebros por persecución política. Los científicos y los técnicos se van en masa, de modo que en un primer período -y hasta que adiestre a sus expertos- el fabuloso arsenal que compra le servirá para meter miedo, sacar pecho ante los idiotas latinoamericanos que aplauden sus groserías y llenar de ruido y color algunos desfiles. Si la pobreza, el hambre y las obras de infraestructura son los principales problemas de un país que dispone de una cordillera de dinero gracias al inédito precio del petróleo, ¿por qué su alocado presidente se empeña en armarse como si fuera una potencia mundial? ¿Quiere ser una potencia mundial en serio? ¿Quiere ser la superpotencia de América latina? ¿Supone que barrerá a Estados Unidos cuando Irán le regale algunas bombas atómicas? ¿O cree aún posible el hermoso sueño bolivariano de todo un continente unido, pero bajo su mando "rojo rojito", con un llamado socialismo siglo XXI que uno ya no sabe qué significa?
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