El socialismo del siglo XXI está condenado al fracaso
Por Martín Krause
La Nación
Las pintorescas y extravagantes exposiciones que realiza el comandante Hugo Chávez suelen parecer a los latinoamericanos un capítulo más en la historia del caudillismo populista en la región. Incluso sus referencias al socialismo son tomadas de esa forma ya que ¿quién no es «socialista» en el fondo de su corazón entre los políticos latinoamericanos? Los que puede ser que no proclamen así en forma permanente dicen promover la redistribución de ingresos, en algunos casos hacia sí mismos.
Pero, ¿cuál es el modelo que el comandante quiere aplicar y en qué se diferencia del socialismo del siglo XX? Una forma resumida de conocerlo es analizar las publicaciones de Haiman el Troudi, director de Relaciones Presidenciales Nacionales de la Presidencia, sobre El Nuevo Modelo Productivo Socialista, disponible en Internet.
Allí, el alto funcionario venezolano describe la situación actual como de transición, de camino hacia el nuevo socialismo. En principio, hay una definición por la negativa. Dice Haiman el Troudi: «El avance del poder popular será el avance del socialismo en su lucha contra el capitalismo. Lo contrario es mera administración del capitalismo».
Ahora bien, en cuanto al modelo productivo socialista se refiere, el del siglo XXI incluye tanta o más planificación que su supuesto antecesor. La tarea prevista no es menor. Ya Ludwig von Mises y F. A. Hayek habían señalado en los años 20 y 30, la imposibilidad de la planificación socialista debido a la inexistencia de un sistema que transmitiera información dispersa entre millones de participantes y coordinara sus acciones.
Lo increíble del sistema capitalista, precisamente, es que nadie «planifica» sino sus propias acciones, pero éstas terminan siendo coordinadas con las de los demás a través del mecanismo de los precios. Los socialistas no pudieron ver este punto y sus sistemas se derrumbaron.
El nuevo modelo se impone nuevamente la misma tarea, pese a que declama que la planificación va a ser «participativa», que van a planificar de «abajo hacia arriba», desde las bases. Dice el funcionario: «En cuanto a la información contable sobre producción es poca la información disponible. ¿Cuánto se produce por rubros?, ¿quién, de qué manera y dónde se produce?, ¿cuánto se consume?, ¿cuáles son los hábitos de consumo del venezolano promedio?, ¿qué se producía y se ha dejado de producir, por qué?, ¿cómo y quienes distribuyen y comercializan las mercancías?, ¿cuánto cuesta producir cada rubro?, ¿eué estamos en capacidad de producir?, ¿qué importamos, desde cuándo, quiénes le consumen?, ¿cuáles son las necesidades sociales reales de la población venezolana?, etcétera.
Venezuela no podrá lograr su soberanía productiva si no ordena su contabilidad nacional, si no cuenta con un sistema de información veraz y actualizado que le permita al Estado planificar, gestionar y controlar su producción. Sin contabilidad nacional, no puede existir planificación nacional.
Estilo soviético
Esto más bien parece la tradicional planificación al estilo soviético, imposible de realizar por otra parte. Tomemos en cuenta la información que se pretende acumular, como para empezar:
«El inventario territorializado de recursos y potencialidades locales; con qué comunidades organizadas se cuenta; qué mano de obra calificada se encuentra ociosa, dónde está y qué sabe hacer, qué infraestructura existe y está disponible en las comunidades (abastos, talleres, panificadoras ); el inventario de empresarios privados dispuestos a integrarse a un plan nacional de soberanía productiva; el listado de aquellos empresarios que han recibido apoyo estatal; el listado de las empresas que son susceptibles de reorientar sus renglones de producción, en aras de satisfacción de necesidades; el listado de empresas por recuperar, y el listado de las empresas que pueden capacitar para el trabajo en una porción del tiempo destinado a la actividad productiva.
El diagnóstico real de la situación productiva de las empresas estatales disponibles, silos, parques industriales, etcétera. Un modelo de análisis, implementación y evaluación que pueda sustituir la información que otorga el mercado respecto de las necesidades y capacidades productivas, de manera que la planificación no se convierta en un manantial de ineficiencias y errores.»
Uno podría imaginar que se puede hacer un «censo» de la mano de obra calificada ociosa y que se detecte lo que puede hacer, las reelecciones sucesivas darían tiempo como para terminarlo, pero lo que es un disparate inimaginable es suponer que alguien va a poder elaborar un «modelo» con todas las relaciones que en el mercado se establecen. Haga alguien solamente esta prueba: entre a una ferretería y trate de armar un modelo partiendo de todos los clavos y tornillos más otros productos allí existentes, que vaya tanto para atrás hacia su producción como hacia delante hacia su uso. ¿Cuántos clavos harán falta para colgar cuadros, cuántos para armar cajones de frutas y así sucesivamente todos los usos que pueda imaginarse?
Nuevamente, en el mercado, cada uno siguiendo su interés personal es guiado, como por una «mano invisible» a coordinar su accionar con el resto. En este socialismo la mano será claramente «visible».
Empresarios en transición
Esto dice respecto de los empresarios en la «transición»: «Hasta la fecha se ha beneficiado con el uso de incentivos públicos a propios y extraños, sin que haya mediado criterio alguno de selección. Empresas visiblemente opuestas no sólo al gobierno, sino al sistema de transformaciones nacionales, han resultado favorecidas directamente o indirectamente por exoneraciones arancelarias, créditos blandos, exoneración de impuestos, compra de sus bienes o contratación de sus servicios por parte del Estado, suministro de divisas al tipo de cambio oficial, financiamiento de maquinaria, equipos y materias primas, etcétera. Tal arsenal de incentivos debe ser empleado para ordenar la participación del sector privado. Aquellos empresarios dispuestos a asumir la agenda socialista deberán cumplir con una serie de compromisos para acceder a los estímulos estatales. Quienes se nieguen quedarán relegados a su actividad mercantil y recibirán del Estado un trato conforme a la legalidad vigente (no afable y cordial, ni mucho menos preferencial).»
Y como la «legalidad vigente» es todo aquello que el gobierno quiera el trato que recibirán será, precisamente, tan poco afable y cordial como se desee. Todo esto acompañado de un gran programa de desarrollo de la «conciencia revolucionaria», que incluye escuelas de formación de cuadros de la revolución, «brigadas de corresponsabilidad ciudadana», grupos de autodefensa popular y otros, que probablemente no sean tampoco afables y cordiales con quienes no muestren conciencia revolucionaria.
En fin, el debate sobre el cálculo económico en el socialismo se dio hace 80 años. Pese a los sólidos argumentos de Mises y Hayek hubo que esperar otros 60 para que la realidad se hiciera evidente. Este socialismo del siglo XXI no parece muy creativo, es igual que el anterior, y seguramente cumpla su mismo destino.
El autor es director del Instituto del Mercado, Eseade.
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