El capitalismo también es eficiente
Por Porfirio Cristaldo Ayala
ABC Digital
La riqueza y el capitalismo van de la mano. Los países capitalistas o de mayor libertad económica consiguen mejorar la salud, educación y calidad de vida de su gente, tienen menor desempleo, salarios más elevados y mayor tasa de crecimiento. Los menores impuestos, aranceles y regulaciones de estos países no solo aumentan la inversión y productividad sino también reducen la corrupción de los funcionarios, mal endémico del estatismo. Pero lo mejor del capitalismo –se cree– es su mayor eficiencia frente a los regímenes estatistas. No es así. Por extraño que parezca, el capitalismo tiene atributos más importantes.
La mayor eficiencia es quizás su segunda ventaja más importante frente a los sistemas de planificación central. Pero no es la primera. La primera y principal ventaja del capitalismo, una ventaja a menudo olvidada por sus defensores, es de orden moral. La génesis del capitalismo es el comercio. Y es bien sabido que el intercambio pacífico y voluntario entre los pueblos –el libre comercio– es la piedra angular sobre la que se asientan desde hace millones de años la armonía, el respeto y la paz entre los seres humanos.
Los pueblos nómadas, cazadores y recolectores en sus encuentros con otros pueblos extraños, para obtener lo que querían los unos de los otros, tenían la alternativa de hacer la guerra o hacer el comercio; de asaltar, quemar y robar, o de intercambiar pacíficamente los bienes de unos por los de otros. El intercambio voluntario y pacífico, base de la división del trabajo, la cooperación social y la especialización en el capitalismo, requería de los hombres primitivos el reconocimiento y respeto de los derechos de propiedad de los demás.
La ventaja del capitalismo surge de los sencillos principios morales que operan en el mercado, principios gracias a los cuales, a pesar de la natural desconfianza entre grupos y personas desconocidas, los acuerdos requerían de solo unas mínimas virtudes, como honestidad, cumplimiento de los contratos y respeto por la propiedad ajena. Todas las culturas promueven estos valores.
El capitalismo, lejos de suscitar la codicia y mezquindad, induce a las personas a mostrar una clara conducta moral. Los costos de transacción son menores –y los beneficios mayores– cuando se realizan en el marco de la confianza e integridad. Por eso, más que ningún otro, los empresarios conocen el valor de la reputación en los negocios. El precio de una marca suele ser mayor que el de sus activos.
El capitalismo nos exige estar atentos a los deseos y necesidades de nuestros semejantes. Pero no es una exigencia compulsiva, como en el socialismo, sino basada en el deseo natural de las personas de mejorar su condición. En este sistema las personas pueden mejorar su condición únicamente favoreciendo a otras personas a través de la producción y el intercambio de bienes y servicios más baratos y que mejoran la calidad de vida del semejante.
El bienestar de unos está indisolublemente ligado al bienestar de otros.
Las personas que más prosperan y se enriquecen y más bienes acumulan son precisamente los que mejor sirven a sus semejantes. Hacen fortunas los que mayores beneficios traen a la gente, ya sea inventando continuamente para ofrecerles nuevos productos de mejor calidad y a menor precio, o suministrándoles los bienes que necesitan con mayor urgencia.
El capitalismo tiene sus graves deficiencias, como todo lo humano, pero su naturaleza benévola tiende a restringir los posibles abusos penalizando a unos y beneficiando a otros. La medida del éxito surge del cálculo económico, el tradicional balance de pérdidas y ganancias. Tienen ganancias los que incrementan el bienestar social, y sufren pérdidas los que destruyen la riqueza social. Los mayores lucros reciben no los más deshonestos, sino los más eficientes, esforzados e innovadores y que satisfacen los deseos más urgentes de los consumidores.
Pero la eficiencia en la generación de riqueza del capitalismo que descargó el cuerno de la abundancia sobre la humanidad no es lo más importante. Lo más importante es el orden pacífico de cooperación social sustentado en los principios morales que impone.
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