Ecuador: La república del reggaetón
En los últimos días el país ha podido ir saboreando el jarabe de sus errores. Nuevamente comenzamos a transitar en el descalabro institucional. La tesis que acuñó en su momento el nazismo alemán de que la legitimidad de los actos públicos no se mide por su legalidad o conformidad con la Constitución sino por la popularidad del líder que los ejecuta o el golpe de escena que puede generar en la opinión pública, no ha dejado de tener adeptos. Es una doctrina que ha sobrevivido hasta nuestros días a pesar del alto precio que tuvieron que pagar quienes cayeron en esa trampa, algo que el constitucionalismo no ha cesado de luchar .
Lamentablemente el Ecuador es presa de esa trampa. Nos ha calado hasta el fondo que la legalidad es un simple adorno inservible. La política lentamente ha ido reduciéndose a una batalla mediática; la república, a un circo de vanidades; y la democracia, a una feria de propagandas. Esta enfermedad no es única del Ecuador. Como bien anotaba Pierre Grimal, no es una coincidencia que el auge de los espectáculos de masas en la Antigua Roma, con sus escenarios apabullantes y sobrecogedores, tuvieron lugar durante la caída de la República y el surgimiento del Imperio. El vacío que se creó una vez que fueron perdiendo fuerza la confrontación de ideas y los debate en el Senado, que por tantos años concentró la atención de los ciudadanos romanos, tuvo que ser llenado con gladiadores y carreras de caballos.
El problema es que entre nosotros parece ser que esa, la del espectáculo, es la única política que conocemos. Una forma sobre la que cabalga el jinete del populismo. El líder, y solo él, es el supremo redentor. Él todo lo sana, todo lo sabe, todo lo conoce. Porque nunca yerra es que jamás puede aceptar haberse equivocado y menos dialogar con otros. Ello significaría reconocer que no soy el único, y que otros existen. Por eso es que no puede haber otra verdad que la mía, y otro camino que el que yo trazo. Cual Júpiter, debe estar en constante guerra. No hay espacio para el debate o la reflexión. Quien no me sigue, está en mi contra. El que está en mi contra, está en contra del pueblo.
El pueblo y yo somos uno solo. En otras palabras, el mismo estilo y política que pensamos ingenuamente iba a terminarse para siempre.
Frente a semejante coloso rebosante, ¿qué puede importar el acoso sexual a una mujer por parte de un funcionario de Gobierno, paradójicamente encargado de la «reforma política»? Esa es una minucia, una insignificancia dentro del gran plan del Mesías (búscate otro polígrafo que sí diga que ella miente…). ¡Ah!, pero si Júpiter aparece en algún video en situaciones que podrían afectar su popularidad, eso sí que es importante. Eso sí que merece un decreto imponiendo censura a la prensa, sin importar qué dice la Constitución o los tratados internacionales. Después de todo, yo soy más popular que ambos juntos.
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