Cuando quebró Panam
Por Ricardo Reilly Salaverri
El País, Montevideo
Años ha tenía pendiente una invitación oficial del gobierno norteamericano para realizar un entrenamiento sobre relaciones laborales y conocer el régimen de las mismas imperante en los Estados Unidos de América, que se concretó en agosto de 1991.
Durante un mes que se dividió con visitas a gobernantes, técnicos, empleadores y sindicalistas entre Washington y la Universidad Internacional de Miami, tuvimos por entonces la grata oportunidad de recibir información y atender exposiciones de parte de Efrén Córdova, un especialista distinguido con múltiples misiones y autor de numerosos trabajos para la Organización Internacional del Trabajo. Participó del acontecimiento una delegación que integraban ciudadanos de distintos países latinoamericanos.
En Miami una de las actividades previstas fue la visita al sindicato de Pan American, línea aérea que fue ícono de los Estados Unidos. De alguna manera se le asociaba a la fuerza económica y empresarial de dicho país, como si fuese parte de la institucionalidad y del estado, aunque se trataba de una empresa privada. La visita se daba en circunstancias complicadas porque la empresa venía generando pérdidas graves y poco tiempo después, más allá de enormes esfuerzos y aportes incluso -y muy especialmen-te- de sus empleados, cerró sus cortinas y quebró. Como suele ocurrir con el transporte de pasajeros y carga aéreo y marítimo de los grandes países la mencionada compañía en tiempos de confrontación bélica pasaba a ser instrumento alternativo -incluso- para el transporte de tropas, lo que resalta su relevancia.
En mi caso, finalizada la visita mencionada, seguidas las noticias a través de la prensa al producirse el cierre, comunicaban aspectos complejos y dramáticos en relación con aquella muerte anunciada, entre lo que no fue menor la pérdida de miles de puestos de trabajo.
La consecuencia del asunto fue que muchos de los empleados cesados se las ingeniaron para armar otras empresas y se abrieron multiplicidad de otros emprendimientos, algunos de las cuales han alcanzado grados de desarrollo relevante hasta hoy. Algo que en su momento me llegaba a colación cuando entre nosotros se cerró -no mucho más tarde- la vieja ONDA y -lo que parecía insubsanable- no tuvo para la sociedad consecuencias porque en su lugar -integrando a buena parte del personal de la empresa- se conformaron una multiplicidad de otras empresas eficientes, la mayoría de las cuales están vigentes hasta nuestros días.
Es una tradición nacional que con contadas excepciones, a las empresas públicas, que son las más grandes del país, las pasa a dirigir gente sin especialización en los negocios en general o la administración de organizaciones de la complejidad de las que se les asigna para regir. De una forma que en el sector privado sería inaceptable. Y, luego nos enteramos de que los entes públicos han hecho, sin mayores contralores, negocios ruinosos por montos millonarios que paga una sociedad que no puede erradicar a los niños de la calle, a los cantegriles y los carritos.
Ante la novela de Pluna, en la que según trascendidos los contribuyentes pondremos millones de dólares en beneficio de una empresa mayoritariamente privada, y en la que se dice seremos garantía de cifras siderales en dólares para la compra de aeronaves, no puedo menos que evitar evocar los recuerdos mencionados. En el marco de la ignorancia inevitable del asunto ante la falta de información pública respecto de la esencia del negocio.
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