El mal karma de China
En China está casi todo prohibido y ahora el gobierno comunista tiene la intención de impedir por decreto nuevas reencarnaciones de Buda. Como su pensamiento se quedó atascado en el materialismo dialéctico, su llamado Departamento de Asuntos Religiosos trata el misterio de la fe tibetana como si se tratara de la planificación de un quinquenio económico y ha lanzado la siguiente proclama: «El llamado Buda viviente reencarnado es ilegal e inválido sin la aprobación gubernamental''.
Los comunistas siempre han llevado muy mal la popularidad del carismático Dalai Lama, brillante relaciones públicas del budismo que vive en el exilio desde la invasión china al Tíbet. Un afable y sonriente líder religioso que atrae a estrellas de Hollywood y roqueros comprometidos con las causas de los derechos humanos. Desde su adolescencia se vio obligado a escapar de unos planes asesinos que todavía hoy siguen en pie. No hay que olvidar que en 1995 el gobierno chino hizo desaparecer a la reencarnación del nuevo Panchén Lama, un niño de tan sólo seis años de quien desde entonces se desconoce su paradero y es considerado el preso político más joven del mundo.
Los comunistas, siempre tan siniestros y nauseabundos, no descansarán hasta acabar con las deidades del ocupado país himalayo. La consigna es eliminar al nuevo Buda viviente y para ello hay que perseguir hasta el final no sólo al Dalai, sino a todos los sabios reencarnados o tulkus, encargados de la educación de los monjes. Como en el Nuevo Testamento, cuando creen haber hallado a un Panchén Lama –el encargado de reconocer al Dalai Lama reencarnado en un niño–, han de esconderlo como si se tratara del niño Dios en Belén. Con los soldados de Herodes pisándole los talones a la Sagrada Familia para abortar la buena nueva.
Al leer la insólita noticia de que esta atroz prohibición entrará en vigor a partir de septiembre, uno querría creer que se trata de un relato de horror sobre un antiguo y cruel reino hoy felizmente desaparecido. Una versión oriental de los cuentos de los hermanos Grimm. Pero lo triste es que es la China actual donde los alegres turistas se hospedan en los hoteles de lujo de Shangai y compran imitaciones de Louis Vuitton a precios de risa. El mismo país al que acuden en masa los inversores y delegados de gobiernos extranjeros para cerrar acuerdos millonarios con los carceleros de los cientos de miles de disidentes, incluyendo al preso político más joven del mundo, que ahora debe tener dieciséis años y, como habría dicho el poeta Miguel Hernández, fue encerrado siendo «menor que un grano de avena''.
Cuando China experimentó una apertura económica sin dejar de ser una dictadura, Occidente optó por cerrar los ojos frente a los abusos y violaciones de derechos humanos que malamente tapa el enorme y apetecible mercado chino. Sólo que a las democracias se les olvidó un pequeño detalle: como los regímenes absolutistas no rinden cuentas a nadie pueden exportar al mundo productos envenenados, defectuosos y dañinos que nadie sabe cómo, quiénes y en qué condiciones se manufacturan. ¿Qué más da si la mano de obra está compuesta por opositores presos, menores de edad o campesinos esclavizados? Lo importante es que el bolso Louis Vuitton parezca auténtico en Wall Street o en la Rue du Faubourg Saint-Honoré.
Un gobierno que lanza eslóganes como ''Cría menos niños, pero más cerdos'' o ''Un niño más significa una tumba más'' está condenado a tener mal karma en ésta y en sucesivas vidas.
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