Castro ha muerto
Por Gina Montaner
El Nuevo Herald
A María y Federico
en vísperas de su regreso
Vale, es verdad que en el momento de escribir esto oficialmente aún no le ha dado la patada a la lata, pero ya es como si hubiera muerto. De hecho, desde hace un tiempo lo difícil es imaginárselo vivo y con palpitaciones. Todo empezó hace un año cuando su melancólico secretario salió en la tele para anunciar que estaba temporalmente indispuesto por una hemorragia de las tripas. A partir de entonces sus apariciones se limitaron al vídeo y el celuloide. Como si se tratara del recuerdo de una gran diva en su ocaso. Como Greta Garbo, pero con las manos ensangrentadas.
En realidad siempre lo hemos matado en verano, cansados de que no tenga el buen gusto de morir. La noticia de su muerte coincide con el inicio de la temporada ciclónica y con la visita a Miami de mis buenos amigos María y Federico. Cada agosto ellos aún no han deshecho las maletas recién llegados de Madrid cuando se ven impulsados a dar una vuelta por el Versailles y mezclarse con los clientes que dan por seguro el anuncio de su fallecimiento mientras engullen pastelitos de guayaba. Es más, he llegado a preguntarme que si algún verano no vinieran, tal vez él no moriría y entonces sí viviría eternamente. Como en los cuentos. El arribo de María y Federico es garantía de su mortalidad y fecha de expiración.
Hay quien afirma que en torno a la hora del té escribe tonterías que él pomposamente llama »reflexiones». Y que aunque ya está desahuciado y medio podrido por dentro dedica el tiempo (muerto) a despedirse de su entorno. Su esposa, sus hijos, su hermano. La dinastía reinante completa. Pero eso forma parte del mito de este muerto viviente. Aunque resulte difícil explicarlo, los rumores son certezas sólo que en la ausencia de la carne trémula que agoniza entubada y con gangrena. Su defunción, inaplazable y perentoria, es un hecho consumado que de tanto ocurrir sucede todos los veranos. En verdad es el muerto más muerto que conozco.
Como Pablo de Tarso antes de caerse del caballo, somos esclavos de las pruebas fehacientes. Queremos tocar llagas sangrantes en los corazones ajenos. Los únicos funerales que nos valen son de cuerpo presente. Lo negamos todo sin que el gallo cante tres veces. Nada ni nadie se nos aparecen en una gruta con un arco iris al fondo. Hijos de la materia y enemigos de los actos de fe. Por eso su desaparición nos ha rozado como brisa y hemos continuado galopando sin comprender del todo que ya murió y ahora es una película que se destiñe en el tiempo. Fotogramas de una vida que se fue.
Lo importante es que nunca cesen los veranos con sus amaneceres de fuego. Que María y Federico no dejen de venir porque sin ellos desaparecería mi estación favorita. Que el Versailles siempre sea una fiesta y un murmullo que mantiene viva la ciudad. Que se repitan los alocados ritos de la canícula antes de entrar en la astenia del otoño. De lo contrario sería resucitarlo y negar su muerte. Que ya ocurrió hace mucho y parece que fue ayer. Castro ha muerto. Permítanme que les comunique la primicia.
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