Celos
Un tal Gonzalo Brignone me escribe un correo electrónico que dice: "Sólo necesito me expliques hasta dónde llegó tu relación con mi mujer. Espero honestidad de tu parte por respeto a mis hijos».
No sé quién es Gonzalo Brignone. Si lo conocí, no lo recuerdo. No sé quién es su mujer. Si la conocí, tampoco la recuerdo. Si no los conozco o no los recuerdo, mi relación con la mujer de Gonzalo Brignone no existió, salvo en la imaginación afiebrada de Gonzalo Brignone.
Por la dirección de su correo electrónico, puedo suponer que Gonzalo Brignone es chileno, aunque podría no serlo o podría incluso no llamarse así.
Como no sé quién es Gonzalo Brignone ni a qué mujer alude, decido prudentemente no escribirle.
Pero Gonzalo Brignone está poseído por la fiebre de los celos, esa enfermedad miserable y humana, y no puede tolerar mi silencio. Por eso vuelve a escribirme: »Esto me sorprende dado (sic) tu condición de homosexual o bisexual. ¿Tuviste sexo con mi mujer? Espero tu respuesta». Luego reproduce dos correos: uno que me escribió Francisca Costamagna, su mujer, y otro que yo le escribí a Francisca. Al leerlos, descubro quién es la mujer de Gonzalo Brignone, la mujer que él sospecha que se acostó conmigo. La conocí hace años en Santiago. Trabajaba como productora de televisión. Era simpática, ocurrente, un poco loca.
Gonzalo Brignone cree que su mujer y yo fuimos amantes y esos dos correos le sirven como prueba. Su mujer me dice »mi más querido guapo». Yo le digo »niña linda» y »te amé mucho» y »te quiero». Estoy condenado.
Aunque sé que sería mejor no escribirle, le escribo: "Estimado Gonzalo: Lamento el tono y la urgencia de tus correos porque supongo que estás pasándola mal. Sólo una persona que ama con desesperación (como a veces inevitablemente es el amor) haría lo que has hecho tú, que es escribirme con una aspereza innecesaria, pidiéndome unas explicaciones que no tendría por qué darte, pero que elijo darte porque no quiero que sufras más de lo que en apariencia ya estás sufriendo. No, nunca tuve ninguna aventura sexual con Francisca. Creo que no debiste escribirme en ese tono tan violento, pero el amor es así y uno hace locuras a veces. Espero que encuentres serenidad y sabiduría para perdonar los defectos de los otros, que a veces son más pequeños que los nuestros. Abrazos».
Pensé que Gonzalo Brignone me agradecería por escribirle unas líneas que podría haberme ahorrado. Me equivoqué. No tardó en escribirme: "Obras mal al aprovecharte de tu fama haciéndote dueño de la debilidad de algunos. Sacas lucro de esto sin medir los daños para familias e hijos que no tienen por qué vivir la inmundicia de mundo en el cual te manejas. Quizá para ti son actos furtivos sin mayor importancia pero para el resto es la vida. Mídelos porque tarde o temprano alguien te pasará una cuenta muy cara que no podrás pagar. Espero nunca más ni yo ni Francisca sepamos de ti».
Ofuscado porque su respuesta me confirmó que no debí escribirle una palabra, le escribí: "Me dices que mi vida es una inmundicia. En efecto, lo es. Nunca limpio las casas en las que vivo. Me he acostumbrado a la inmundicia. Soy felizmente inmundo. Si algún día quieres ayudarme a limpiar la inmundicia que me rodea, prometo comprar dos escobas, una para ti y otra para mí».
Por fortuna, Gonzalo Brignone no volvió a escribirme. Pero Francisca, su mujer, me sorprendió: "Disculpa el malentendido. Me avergüenza, sobre todo al tener la certeza de que nuestros mails fueron sólo de cariño. La verdad es que él perdió la perspectiva de las cosas. Nadie tiene derecho de referirse de esa manera a tu persona. En fin, te pido disculpas nuevamente».
No pude evitar la tentación de amonestar a Francisca. Por eso le escribí: "No te preocupes, no es culpa tuya. Pero una persona inteligente, o cuando menos bondadosa, no escribiría las cosas que este pobre hombre me escribió. Lo siento por ti. Besos, todo lo mejor».
Brignone no ha vuelto a escribirme. Es una lástima. Mi vida, que ya era una inmundicia sin sus correos, es todavía más sucia y hedionda cuando no me escribe. Ahora que Gonzalo Brignone lea su nombre impreso en esta página que otros leerán y me odie un poco más, quizá vuelva a escribirme. Me encantaría. Después de todo, ¿para qué escribimos las personas inmundas, si no para fastidiar a los espíritus limpios, inmaculados, impolutos como el de Gonzalo Brignone?
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