Desigualdades odiosas
Por Porfirio Cristaldo Ayala
ABC Digital
(Puede verse también Nada más injusto que la justicia social por Gabriel Gasave)
Adoptando el discurso populista predominante en la región, el secretario general iberoamericano, Enrique Iglesias, declaró en un foro sobre “cohesión social” celebrado en Brasil, que las desigualdades en América Latina “insultan la conciencia ética de la sociedad”. El ex presidente del BID dijo que se impone recuperar los principios de “cohesión social”. Pero lo que insulta la inteligencia no es la desigualdad sino el estancamiento, la miseria, la corrupción y las malas políticas de los gobernantes latinoamericanos. La desigualdad de ingresos como supuesto problema no es más que un engaño de los intelectuales.
En el último cuarto de siglo, la globalización originó una explosión de prosperidad como nunca antes se vio en la historia de la humanidad. El avance fue tan evidente e incontrovertible que los socialistas decidieron cambiar de estrategia. La crítica al capitalismo tomó otro sendero: si bien la globalización trajo el crecimiento –decían– este resultó desafortunado para los pueblos porque aumentó las desigualdades ampliando “la brecha entre ricos y pobres”. Falso. Estudios realizados por el Banco Mundial en 92 países demuestran que en general el progreso benefició a pobres y ricos en la misma proporción.
Para contrarrestar los supuestos males del crecimiento capitalista, los socialistas inventaron la política del “crecimiento con igualdad”, que a través de impuestos progresivos permitiría una mejor distribución de la riqueza. Pero, ni en América Latina ni en ninguna parte existe riqueza esperando a ser distribuida por los gobernantes, como si se repartiera una torta. La riqueza no crece en los árboles, debe ser producida por el esfuerzo y el ingenio humano. Toda la riqueza que existe desde un lápiz hasta un rascacielos ha sido creada por miles de personas que invierten y arriesgan sus ahorros y esfuerzo para producirlos. Estas personas, empresarios, capitalistas, trabajadores, se distribuyen la futura riqueza tiempo antes de comenzar la producción. Cualquier “redistribución” posterior resulta en quitar un bien a quien le pertenece para darle a quien no le pertenece.
La riqueza le pertenece a los que la producen y en la proporción previamente acordada, y a nadie más. Ni el Estado ni nadie tiene derecho a apropiarse de lo producido por otro. La justicia, en la antigua definición de Ulpiano, jurista romano del año 170, es “dar a cada uno lo suyo”. Ninguna civilización que negara el derecho moral de una persona a disponer de su producción sobrevivió mucho tiempo.
Es natural que la producción origine desigualdades debido a que las personas son desiguales en aptitudes, dedicación y voluntad. Pero estas desigualdades se refieren solo a que algunos obtienen más ingresos que otros por ser más productivos, talentosos, arriesgados. En la economía libre, la desigualdad de ingresos es justa y beneficiosa para la sociedad porque promueve los valores de la productividad y el ahorro. Esta desigualdad debe ser motivo de celebración, pues conduce a los más talentosos y ricos a incentivar a las demás personas a producir con mayor dedicación y esfuerzo. Los ricos se hacen más ricos cuanto más productivos hacen a sus trabajadores, adquiriendo tecnología y dando entrenamiento que benefician a sus trabajadores.
La producción de riqueza no tiene límites. Lo que gana uno gana el resto, porque se suma a la riqueza general. Lo que debe insultar la conciencia de nuestras sociedades son, no las desigualdades que denuncia Enrique Iglesias, sino las que originan los privilegios, como subsidios, proteccionismo, mercados cautivos, licencias especiales, exenciones tributarias, monopolios estatales y el sinnúmero de políticas estatistas que han hundido al continente en la corrupción y el atraso. La economía prevaleciente en América Latina, precisamente, es la “economía de privilegio” o mercantilismo.
La igualdad que debemos conseguir es la igualdad ante la ley en la que todas las personas tengan igual dignidad y no existan privilegios. Locke explicaba que si todos son iguales e independientes, nadie puede perjudicar a otro en su vida, libertad y propiedad.
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