Croacia: ¿un nuevo curso político?
Por Mira Milosevich
ABC
Hace más de quince años que estuve por última vez en Dubrovnik y en las islas de la costa dálmata. Mis amigos de Belgrado afirman que no sienten nostalgia por el mar de nuestra infancia, el Adriático. Yo, sí. En Madrid echo tanto de menos la bruma que lo vela en la mañana como la nieve de Belgrado, mi ciudad natal. Este sentimiento está más vinculado al paisaje donde sitúo mis recuerdos que a lo que se ha dado en llamar «yugonostalgia», dolor por la pérdida de Yugoslavia.
No añoro la época en que fui miembro de los pioneros de Tito. Quizá por ello, aunque serbia, me siento cómoda en Croacia: no arrastro el peso del nacionalismo ni los rencores del régimen totalitario en el que mi generación creció. Sin embargo, no es lo que sienten la mayoría de los serbios. Los que vienen a Croacia de veraneo cambian las matrículas de sus coches para camuflar su procedencia. Si no lo hacen, encuentran sus coches destrozados, porque hay gamberros y radicales en todas partes, pero no muchas señales de que, hace quince años, hubiera una guerra en este territorio. La gente no habla de ella; tampoco del nacionalismo. La prensa, por el contrario, sí. Una huella de ese pasado son los enormes carteles con la efigie del general Ante Gotovina que se pueden ver en las carreteras (uno de ellos, en la autovía del aeropuerto de Dubrovnik). Gotovina está actualmente preso en La Haya, acusado por el Tribunal Penal Internacional de asesinatos cometidos durante la operación «Tormenta» (1995), que expulsó de la Krajina croata a unos 250.000 serbios. Ante Gotovina, capturado en las Canarias tras cuatro años de busca por el TPI, condiciona todavía la política de Croacia.
Los líderes políticos de los dos partidos principales -HDZ (siglas del Partido Democrático Croata) y SDP (socialdemócratas, antiguos comunistas)- han iniciado la campaña de las elecciones generales que se celebrarán en noviembre, defendiendo la supuesta inocencia de Gotovina. Para muchos, éste es un héroe fundacional del Estado croata. El mito de origen de la Croacia actual es la «Guerra Patriótica» (Domovinski Rat), que, por supuesto, se narra como una guerra de defensa contra el imperialismo serbio. Por eso les resulta inaceptable que haya criminales de guerra croatas. Pero, a pesar de Gotovina y a pesar de los males comunes a los países balcánicos -la corrupción y la falta de transparencia jurídica y legislativa que obstaculiza la liberalización económica-, los cambios económicos y políticos que se advierten en Croacia son notables.
Aunque la prensa publica con frecuencia diatribas contra el liberalismo, lo cierto es que la privatización de las grandes empresas estatales y las facilidades que se prestan a la creación de pequeñas y medianas empresas han conseguido no sólo reanimar la economía destrozada por el comunismo y las últimas guerras, sino algo mucho más importante: los croatas se han dado cuenta que los beneficios económicos proceden de sus vecinos más próximos, porque sus productos no tienen calidad para competir en el mercado de la UE, y sus estructuras productivas son aún, en gran parte, las heredadas del titismo, orientadas a una interdependencia entre las repúblicas. El interés económico es el motor más visible de la reconciliación entre las naciones de la antigua Yugoslavia. En ello, los croatas no se distinguen de los otros ex yugoslavos.
El cambio político más notable e inesperado lo ha planteado el actual primer ministro de Croacia y líder del HDZ, Ivo Sander. Cuando, hace cuatro años, ganó las elecciones este partido de centro-derecha, muchos pensaron que los de Tudjman habían vuelto. Al fundar el HDZ, el general Franjo Tudjman había declarado que el NDH (el Estado fascista croata de los ustachas) fue «la aspiración histórica del pueblo croata». La minoría serbia temía otra operación «Tormenta». Sin embargo, Sander ha condenado públicamente las palabras de Tudjman, así como cualquier otra muestra de chovinismo antiserbio.
Durante su mandato se ha hecho más para propiciar el regreso de los serbios expulsados y el acceso de los representantes de éstos a todas las instituciones políticas croatas que en todos los años anteriores de gobierno de los socialdemócratas. Sander y el candidato del SDP, Zoran Milutinovic, saben que ninguno de los dos partidos principales va a alcanzar la mayoría necesaria para la formación de gobierno. Por tanto, deberán pactar con el partido de la minoría serbia o con otro de los partidos menores. Pero, estos últimos -el HSU (Partido Croata de Pensionistas) y el HSS (Partido Croata de Campesinos)- plantean exigencias corporativas que obstruyen los cambios necesarios para la plena liberalización económica y política. Las próximas elecciones serán un examen de reválida sobre la consolidación democrática y la actitud de las elites políticas croatas ante el nacionalismo.
Otro tema, que hasta ahora nunca había estado presente en el debate público, es la necesidad de enfrentarse de modo objetivo y crítico con los horrores del régimen ustacha y del comunismo. Lo ha introducido Sander, después del hallazgo en Eslovenia, durante la construcción de una autopista cerca de Maribor, de fosas que contenían los restos de unos 20.000 cadáveres atados con alambre. Se trata del cementerio de un campo de concentración construido por los comunistas eslovenos, siguiendo órdenes de Tito, que sirvió para eliminar a «enemigos del pueblo y la revolución». El obispo de Krk, en la homilía de la misa de la Asunción, ha comparado a Tito con Hitler, lo que ha irritado a la izquierda, que reservaba en exclusiva la comparación para Ante Pavelic. Sólo faltaba que aflorase la memoria histórica.
Es una fatalidad, pero ya Churchill dijo que los Balcanes producen mucha más historia de la que pueden digerir.
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