El titiritero de San Petersburgo
Por Juan David Escobar Valencia
El Colombiano
Además de su grado en Derecho de la Universidad de San Petersburgo; sus 20 años de experiencia en el servicio secreto soviético, gran parte de ellos como espía en la República Federal Alemana; la jefatura del Servicio Federal de Seguridad, antiguo KGB; su vertiginosa carrera política, que lo llevó a ser Primer Ministro y luego Presidente desde el año 2000 luego de la muerte de su tutor, Boris Yeltsin; así como su dominio del arte marcial desarrollado en la Unión Soviética, el Sambo, le han dado al dirigente ruso la sabiduría para sostenerse en la cúspide de la pirámide del poder, así como la habilidad de eliminar, neutralizar o desarmar a adversarios reales y potenciales con la contundencia, sorpresa y discreción que caracterizan a un agente secreto.
Desde el año pasado se viene especulando sobre quién será el ganador de las elecciones presidenciales rusas de marzo de 2008, siete meses antes de las elecciones presidenciales en los EE.UU. Se habló inicialmente de una supuesta intención de Putin de promover una reforma constitucional que le permitiera un tercer período presidencial, versión que el mismo Putin ha negado repetidamente. ¿Podrá creérsele al impasible Putin, tan inexpresivo como un experto jugador de póquer? Su insistencia en negar esta posibilidad y la promoción de sus amigos de San Petersburgo a altos y poderosos cargos, como el caso de Sergey Ivanov, compañero en el antiguo KGB, Viceprimer Ministro y Ministro de Defensa, y de Dmitri Medvedev, escudero en las faenas políticas de Putin, Viceprimer Ministro y presidente de Gazprom, una de las compañías de energía más grande del mundo, hicieron pensar que entre ellos estaría el heredero de Putin, que se retiraría dejando su imagen como el timonel de la resurrección de la Nueva Rusia, cuya gloria y poder casi desaparecen después del humillante final de la Guerra Fría.
No hace dos meses, Evgueni Novikov, un experto del antiguo Comité del Partido Comunista de la URSS en Islam, política y economía de Asia Central, planteaba que el posible sucesor de Putin, también del «combo» de San Petersburgo, podría ser Sergey Evgenevich Naryshkin. ¿Y ese quién es? Pues para nosotros bien podría ser un cosmonauta atrapado en una vetusta estación espacial soviética a punto de descolgarse o la nueva revelación del ballet ruso. Pero aun si supiéramos que es un descendiente indirecto de Natalia Naryshkin, la primera esposa del Zar Alejandro II, o que fue un alto oficial de los servicios de inteligencia soviética, lo más interesante de todo es que, no importa mucho.
No quiero decir que la figura presidencial sea irrelevante en Rusia, pues nadie recorrería un camino tan largo y minado sin aspirar a gozar de las mieles del poder, pero lo que parece estar cocinándose en la política rusa es la conformación de una fórmula en la que, esquivando las restricciones constitucionales, el poder seguiría estando en Putin.
Es muy probable que Putin continúe siendo el líder de Rusia, pero no como presidente, sino como Secretario General del Partido «Rusia Unida» y desde allí vuelva a ser Primer Ministro, así como en agosto de 1999 cuando, con el respaldo del todopoderoso Yeltsin, se convertía en el líder de la Duma, en donde, sin mover un sólo músculo de su cara, pronunciaba un discurso que señalaba prácticamente las mismas prioridades que hoy destaca como claves para el futuro de Rusia.
Desde donde esté, Putin seguirá moviendo los hilos del poder de la Nueva Rusia, que aspira a ser nuevamente un actor importante de la geopolítica mundial o por lo menos, recuperar el control sobre el espacio de la antigua Unión Soviética, erosionado por el avance de los Estados Unidos en Asia Central y en Europa del Este. Putin no olvida las palabras de su mentor, Boris Yeltsin cuando dijo que: «La expansión hacia el Este de la Otan es un error y uno bastante serio».
Y todavía hay trasnochados que dicen que la geopolítica está muerta.
El autor pertenece al Centro de Pensamiento Estratégico – Universidad Eafit.
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