Argentina: Los propietarios del voto prestado
Culminados los procesos electorales estamos asistiendo a un prolongado desfile de manifestaciones verbales donde unos y otros se han declarado «propietarios del triunfo». Algunos apelando a las matemáticas más lineales, y otros a retorcidas interpretaciones tratando de demostrar como una absoluta minoría es sinónimo de victoria.
Algo esta claro, algunos fueron acompañados por el voto ciudadano, otros no tanto, pero todos son una nueva versión de los «propietarios del voto prestado».
Solo debemos apelar a la memoria para recordar que ese voto, hace pocos meses atrás, durante el mismo año 2007 fue de un lado a otro en idénticos distritos.
Muchos votaron en sus ámbitos provinciales de una manera y cuando fue el turno de las presidenciales migraron hacia otros candidatos que no necesariamente respondían a las mismas alianzas en el esquema nacional.
Estas elecciones no hicieron mas que confirmar esto que presumimos casi todos. Los votos son prestados. Solo están mostrando una foto que tiene fecha de caducidad. Demuestran preferencias de un momento, pero no tienen proyección alguna.
Es tiempo de que los partidos políticos, las alianzas, coaliciones o frentes entiendan que esa «foto de la realidad» es solo eso. Una foto, una instantánea. No sirve para especular, al menos no demasiado.
Asumir supuestos derechos de propiedad sobre el electorado, presumir con cierta soberbia sobre circunstanciales mayorías relativas, o lo que es mucho mas débil aun, minorías poco relevantes, es desconocer no solo la sociología política mas elemental sino también el mecanismo mas básico del votante argentino que solo «presta» su voto.
En democracias como las nuestras, donde los partidos políticos, en su inmensa mayoría, no responden a una definición ideológica sino que solo representan a sectores de poder o intereses de grupos económicos, esta lógica del voto prestado toma mas significación aun.
Los partidos políticos locales tienen una amplia coincidencia en su pensamiento sobre los temas centrales de la gestión pública. Son casi todos, intervencionistas desde lo económico, descreen instintivamente del mercado, defienden las políticas activas del Estado, sostienen férreamente la necesidad de una presión tributaria importante, asumen dogmáticamente, sin aceptar discusión alguna, el rol del Estado frente a temas como la educación, la salud, la previsión social, la seguridad, mucho mas aún en las cuestiones relacionadas al campo de la economía.
Así las cosas, analizar las elecciones nuestras como si fuéramos democracias mas evolucionadas, es caer en un error de simplicidad. Nosotros elegimos solo dirigentes, a veces líderes, circunstanciales detentadores del poder, pero que responden todos a idénticos preceptos ideológicos con sutiles matices que intentan disimular sus similitudes.
Solo se precisa recorrer cualquier lista de miembros que conforman nuestros cuerpos colegiados responsables de legislar en lo municipal, provincial o nacional. Cabe preguntarse, mientras leemos imaginariamente esa nómina, quienes piensan diferente en temas centrales de sus ciudades, sus provincias, o la nación toda.
Alguna vez sucederá. Es parte del proceso de maduración de las democracias. Mas tarde o mas temprano las democracias en estas latitudes iniciarán ese camino en el que los políticos, los dirigentes, los partidos se agruparán según sus afinidades ideológicas, encolumnándose según su forma de ver la vida y en base al aporte que la política puede hacer a sus sociedades.
Mientras tanto, es conveniente abandonar cualquier intento de lectura política que no contemple que se trata solo de votos prestados. Nada hace pensar que el proceso de reagrupamiento de organizaciones partidarias ya se ha iniciado con el sesgo de una orientación aportada por las visiones ideológicas. Por ahora las alianzas son solo meros acuerdos electorales de dirigentes que a lo sumo tratan de compatibilizar estilos personales. A veces ni eso. Incluso en alguna oportunidad solo consiguen un enemigo común que funciona como elemento aglutinador.
Será cuestión de que los circunstanciales triunfadores, esos que les toca en suerte conducir los destinos de sus sociedades, se dediquen a gobernar. Los restantes dirigentes, esos que perdieron pero que conforman, la también circunstancial minoría de turno, se deberán ocupar de cumplir el rol de contrapeso del poder. No hay margen para la soberbia, ni para festejos demasiado ampulosos. Deben tener claro que son solo los «propietarios del voto prestado»
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