El tratamiento de la basura: Un asunto que huele mal
Este es uno de esos temas, como tantos otros, en los que sigue vigente el viejo paradigma por el que solo existe UNA manera de hacer las cosas. La recolección de residuos en lugares públicos o de uso compartido en las ciudades, es uno de esos asuntos sobre los que no se discute y jamás forma parte del debate.
La inmensa mayoría de los habitantes asumen, con absoluta naturalidad, que esta es una responsabilidad de los gobiernos municipales y que el Estado tiene la «obligación» de ocuparse de ello. El desmedido crecimiento del Estado ha hecho que siquiera podamos discutir estas cuestiones con amplitud de criterios, buscando otras variantes e ideas.
Que criterio tan especial nos hace pensar que ESE es un rol del Estado y que su deber incluye velar por la recolección de residuos. Como agravante de este pensamiento único, se acoplan a esa visión, la creencia de que se trata de un monopolio natural y que solo UN prestador puede ocuparse de ello, al mismo tiempo, en toda una comunidad.
Bajo esa mirada hemos llegado a la conformación de monopolios públicos donde el Estado presta ese servicio a cambio de un pago que cobra a los contribuyentes. En otros casos incluso se otorga la concesión a un proveedor privado para que preste este servicio.
Habitualmente se trata de servicios que pagan unos pocos, de los que sacan provecho los mas. Servicios ineficientes que buena parte de la ciudad critica fuertemente, que fomentan actitudes indebidas por parte de ciudadanos que no asumen responsabilidad alguna porque, de hecho, se la han delegado graciosamente al Estado.
En este tema, se verifica una historia repetida en estas latitudes. Esa que cuenta que los que mas tienen aprovechan los servicios que pagan los que menos tienen. La reiterada transferencia de recursos que a su esencia inmoral, agrega la paradoja de lograr lo inverso de lo que pretenden. Les quita recursos a los que menos disponen para entregárselos, mediante una normativa estatal que legaliza esta forma de esquilmar, a los que si pueden pagarse el servicio.
Ni hablar cuando de extraños negociados se trata. Siempre habrá un funcionario de turno que otorgue la concesión de este interesante negocio a cambio de algún favor.
A quien le parecería razonable que los ciudadanos le paguemos al Estado para que se ocupe de la limpieza de nuestros hogares ?. No parece demasiado lógico, sin embargo algún extraño mecanismo hace que los ciudadanos creamos que la limpieza de nuestros hogares es un problema nuestro, individual e indelegable, sin embargo cuando se trata de lugares compartidos parece ser problema del Estado.
Vaya creencia. Lamentablemente demasiado arraigada en la creencia social. No hay que recorrer demasiado para confirmar que esta visión nos ha llevado a los ineficientes sistemas de recolección de residuos que ya conocemos. Sistemas tremendamente costosos, indignos para quienes lo prestan, ineficientes las mas de las veces, algunas veces incluso sospechados y corruptos.
Por poco que se analice este servicio, pensado para que los paguen todos y los disfrute una minoría, se encontrará con un voluminoso negocio económico. Recordemos que estos sistemas tienen como resultado obligado, ciudades que tienen sus microcentros mas prolijos, y como contracara, barrios desprotegidos, sucios, que huelen mal y a los que nadie presta demasiada atención.
Tal vez sea tiempo de revisar ideas, discutir otras formas de resolver esta cuestión ?. No será que para que este asunto huela algo mejor debemos los ciudadanos asumir el problema como propio y no tirar la pelota afuera, responsabilizando a los funcionarios de turno de los males del sistema ?.
Los políticos contemporáneos, defienden férreamente el presente. Son los sostenedores a rajatablas del status quo. Ni siquiera, se animan a discutir otras formas de ver la realidad. Los dirigentes, TODOS, creen que es la UNICA manera de resolverlo. De hecho se suceden unos a otros en el gobierno municipal y en los concejos deliberantes, y no solo sostienen, por adhesión u omisión el sistema actual, sino que no proponen NADA diferente. La única discusión siempre pasa por el concesionario elegido. Por si lo hace el municipio con empleados propios o una empresa privada monopólica que concentra el servicio y lo presta de acuerdo a un burocrático pliego escrito en un escritorio que jamás podrá interpretar cabalmente las complejas y dispares decisiones de los ciudadanos. Son parte de esta realidad, la ridícula convivencia de empleados municipales que prestan el servicio con implementos aportados por un concesionario que pone camiones y un predio para arrojar los desechos. La verdad, es que el sistema muta, pero conserva plenamente su esencia mas nefasta.
Algunos creen que si el Estado no provee el servicio viviremos en la anarquía. Alguien supone seriamente que una comunidad, una ciudad, un barrio, elegiría vivir voluntariamente rodeado de basura, desechos y malos olores ?. Parece una ofensa a la sociedad, un prejuicio que no tiene como sostenerse sin caer en una discriminadora forma de mirar al prójimo, que oculta cierto desprecio por sectores a los que se asume como mas descuidados por el solo hecho de no disponer de mayores recursos económicos o acceso a la educación.
Creer que los sectores sociales mas acomodados desde lo económico tienen el monopolio de la pulcritud, es además de una simplificación, el producto de un profundo desconocimiento de cómo funciona realmente una comunidad.
La sociedad, organizada bajo sus propias reglas, y no las del Estado, seguramente encontraría mejores y mas inteligentes formas de resolver este problema. De hecho existen pruebas de ello en este y en tantos otros servicios que se asumen tan linealmente como públicos. Subyace una gran desconfianza acerca de la capacidad de los seres humanos de lograr orden por sus propios medios. Se le atribuye al Estado un endiosado don que jamás tuvo.
Cuando dejemos de lado el fundamentalismo de nuestros dirigentes políticos que pretenden conservar algo que ya ha demostrado con creces ser tan ineficiente como inmoral, es posible que empecemos a recorrer el camino adecuado. Ese sendero que nos lleve a aproximarnos a un sistema en el que seamos nosotros mismos los responsables del resultado, como en tantos otros campos de nuestra vida personal.
Es tiempo, tal vez, de explorar nuevas formas de organización voluntaria, en las que individuos que conviven realidades similares encuentren el modo, ese que descarte el aberrante recurso del monopolio. La competencia, siempre permite pagar lo adecuado por un servicio que tal vez no es el mejor, pero es el posible. Lo otro, es seguir apostando a esta manera de ver este asunto, que la verdad, cada vez huele peor.
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