¿Puede un cristiano ser un prospero hombre de negocios?
Por Gustavo Nozica
Fundación Atlas 1853
La pregunta de si es lícito para un cristiano ambicionar un progreso económico personal parece una puerilidad.
Sin embargo existe una gran cantidad de dudas y prejuicios en torno a la posibilidad de ser un afortunado hombre de negocios y cristiano a la vez, como si existiera una trampa en ello, algo no dicho, la ocultación de una práctica insana.
Veamos un poco esta pregunta en torno a la validez y posibilidad de ser cristiano y hombre de negocios a través de algunos conocidos prejuicios, el de las bondades del miserabilismo, el tópico religioso como dato sin injerencia en la realidad, el trueque como momento originario de un intercambio sin riquezas, la burguesía como mera voluntad de control y represión.
Es muy común escuchar sobre la “pobreza evangélica” como opuesta a la voluntad de prosperar económicamente. Y lo más extraño de esta idea es que su disparador es un concepto deformado de la culpa cristiana y la mayoría de las veces completamente ajeno. Imaginemos un señor que venga y que nos diga mi función consiste en obrar de modo que nadie pueda ignorar el mundo y que nadie pueda ante el mundo decirse inocente. Por cierto nuestra primer impresión sería la de rechazarlo como un soberbio, pero, eso es secundario porque, imaginemos también que se tratara de una personalidad con autoridad para decirlo, aún así, ¿Qué es lo que nos sigue pareciendo descaradamente soberbio en este enunciado?. El hombre nos acusa, y lo hace sin conocernos siquiera, viene se acerca y nos dice “usted que trabaja todos los días, lleva a pan a su casa, cumple con sus obligaciones, y usted que también trata de mejorar las condiciones de su empresa, las buenas relaciones entre los empleados, la producción como consecuencia de aquello y que cree que es una persona que hace todo lo posible por mejorar cada día, bueno usted no es inocente”. Parece la voz en off del comienzo de una película de intrigas internacionales. Pero no lo es. Se trata de la culpa, de un determinado concepto de culpa no cristiano del que suelen hacer uso autores muy progresistas, sin ir más allá la voz imaginada no es otra que la de Sartre , esa culpa mancharía a todos por igual sin importar méritos personales, esfuerzos, aquello de lo uno se privó para lograr algo, estudio, dinero para cubrir gastos de la familia, gastos de fin de semana, donaciones, etc. No. Para este tipo de “culpa”, de nuevo como si se trata del spot de una película “nobody is inocent”.
Oponer la “pobreza evangélica” al estado financiero suele ser una fórmula tan fácil como equívocada, ya sea porque la primera hace referencia a una actitud, esto es, a una manera de vivir y no especialmente a una determinada escasez material, o ya sea porque la enunciación intenta la tesis errada del miserabilismo. Según esta última todo aquel que se proclame cristiano debería no solo vivir según los términos de una pobreza económica (muy material) sino que también debería trabajar en común con otras personas de acuerdo a las necesidades de la comunidad. Se ha escrito mucho al respecto y sería presuntuoso y extenso comentar las desgracias y los abusos de este pensamiento que intenta reducir al cristianismo, paradójicamente, a un programa económico. Cabe mencionar casi al pasar que casi todos estos programas desprendidos de una forzada idea de la pobreza evangélica tienen su centro de movimiento en una disminución de la libertad de la persona. Libertad en su más amplio espectro, no solo se trata de una vulnerada libertad económica porque una persona que de buena fe piensa en la pobreza evangélica como pobreza material y que ajusta su vida a ello necesariamente subsistirá de la limosna de los demás, limosna que en lo más intimo de su corazón verá incluso indigna del beneficiario, es decir de quien la otorga, pero a la que deberá obligarse si no quiere dejarse morir, -y la idea del suicidio no es muy cristiana-, u optará por organizar su vida y la de los demás de acuerdo a un plan centralizado de producción. Y así las necesidades económicas de su comunidad se verían saciadas según este plan y según un registro que alguien idea en su cabeza para el resto. Por cierto se puede argumentar que el conocimiento de las necesidades de la comunidad pasa por una decisión comunitaria de todos sus integrantes con igual voz y voto, pero no hace falta sino consultar un poco la capacidad fallida de este tipo de experiencias, y en el campo textual las prácticas represivas y suprimidoras de la personalidad en los relatos de utopías.
Pensar también que el ideal de pobreza evangélica debiera fusionarse con el estado financiero de la persona es pensar la imposibilidad de interacción entre uno y otro mundo. Ese es un viejo prejuicio político cuyo origen muy diverso puede remontarse a las persecuciones religiosas de los gobiernos prohibiendo a sus ciudadanos declarar siquiera su pertenencia a un credo diferente (a los intereses del Estado). La solución a la vista de estas persecuciones no fue históricamente menos nefasta, aboliéndose toda injerencia posible de la visión religiosa en la vida diaria. De tal modo que la religión de las personas pasó a conformar un mundo privado, más bien, un mundo completamente diferenciado del “real”.
Isidoro Blaisten en uno de sus cuentos hace una descripción muy acertada de las consecuencias prácticas de este prejuicio:
“Fíjate: el cielo será muy lindo, no te lo discuto, pro la realidad está abajo. ¿Y que vemos en la realidad si nos reportamos con la cabeza gacha? Vemos chapitas aplastadas en el asfalto, boletos pisoteados, moneditas gastadas, cucharitas de helados, muñecas sin cabeza, y sobre todo peines rotos. Una increíble cantidad de peines rotos. Es increíble la cantidad de peines rotos que andan tirados por las calles de Buenos Aires, doctora” .
Ubicar al mundo de las ideas religiosas en el país de las sombras innecesarias no es sino ubicar la vida en una realidad de “peines rotos que andan tirados por las calles”.
Del mismo modo hacer de la pobreza evangélica un mismo estado con la realidad financiera de una persona no es sino desconocer una realidad mucho más compleja que no puede negarse ni desconocerse con la asimilación de la visión religiosa personal a un hobby o a una práctica tan reconfortante como pude ser ir de pesca.
A la pregunta sobre la coherencia de ser cristiano, y, tener dinero, es habitual la respuesta de que como para el cristiano solo contaría la vida después de la muerte, esta vida en la tierra, la así llamada entonces “vida terrenal” no sería tan importante y tampoco debería suscitar los desvelos de ningún fiel creyente.
De este tipo de respuesta casi se desprende un género de reproches en torno al poco interés del cristianismo por la “vida terrenal”. A menudo a una persona que demuestra interés por la literatura religiosa, o que se dedica a ayudar en su parroquia o templo, o que simplemente gusta de pensar en “cosas religiosas” se la define como de “tener la cabeza en otro lugar”, o de no preocuparse por las necesidades diarias. San Pablo es categórico, y no hace falta ser un esmerado creyente para acercarse a su cita que haré de memoria dada su publicidad “quien no trabaje que no coma”. Ciertamente estaba dirigida esta frase a aquellos primeros cristianos obsesionados de tal modo con la idea del fin del mundo que habían dejado de lado sus obligaciones de estado. Además en el mismo prejuicio está la solución, solamente haría falta detenerse un poco. Que al cristianismo le importa mucho la vida después de la muerte es un hecho, y no hay que porqué negarlo, pero, está ahí mismo en la superficie del enunciado, no hace falta apelar a ninguna interpretación complicada, “la vida después de la muerte”, es exactamente lo mismo a decir “la vida después de la vida”. No hay en ello ningún misterio, y aún así, se insiste con que al cristianismo solo le interesaría “la otra vida” en detrimento de esta como si en “esta vida” estuviéramos muertos o en coma para “despertar” en la otra. Es un trabalenguas ajeno al cristianismo.
La fe, hace su apuesta mucho más alto, y va por más en lo relacionado a la “vida”, porque sin negar a la muerte puede hacer de ella un mero cambio de domicilio. Esto que a los ojos de nuestra época puede sonar extremo tiene mucho que ver con la importancia dada a esta vida en beneficio de la otra.
Hay una bella oración de la liturgia de difuntos que dice: “Vuestros fieles, Señor, cambian de vida, no quedan privados de ella” (Tuis enim fidelibus, Domine, vita mutatur, non tollitur) , que consuelo más grande para la familia y los amigos que ver partir a su ser querido, (el verbo “partir” no menos consecuente) y que estímulo verdadero, real, para la construcción de una vida, aquí en la tierra, completa en donde la administración de los bienes no esta reñida, sino muy por el contrario, con los “ejercicios del alma”. Supongamos simplemente alguien que le va bien en su trabajo, que pudo ahorrar y en entonces se muda, “parte” del lugar donde está viviendo hacia otro mejor, y lo hará, si y solo, si, porque logró antes hacerse de un ahorro, es decir, hizo algo antes que le permitirá mudarse a un barrio mejor, a una casa más confortable. “No parece que, ni en la Edad Media cristiana ni durante un largo correr de siglos, los muertos hayan causado grandes dificultades a los vivos” . La frase de Ariés es concluyente, y confirma esta idea propia del cristianismo afin a no hacer diferencias entre lo que se haga en la tierra y después de morir y por lo tanto la no desvalorización de aquello que se haga en “esta vida”. Y está por demás visto y estudiado que los méritos logrados en la “vida terrena”, tanto para católicos como evangélicos, no tienen que ver con una esmerada devoción privada o con una mera legalidad de prácticas justificativas. Una vez más, san Pablo fue categórico y ninguna de las iglesias cristianas hace algún reparo hermenéutico a dicho pasaje.
Si se trata de las palabras usadas para aclarar la idea de una vida continuada después de la muerte, y por lo tanto de una vida terrena, necesariamente valorada, podríamos recordar que la retórica cristiana no se resiste a las típicas palabras de los usos comerciales. Basta recordar algunas como “el negocio de la salvación”, “el mercado del mundo” (Calderón de la Barca), “la Compañía”, “el bien más preciado”, las imágenes relacionadas con la “cosecha”, la propia fortuna, “la riqueza interior”.
Otro prejuicio es creer que el cálculo económico es una manía de la gente que le gusta acumular dinero, gente contando sus billetes todo el día mientras se dan unas palmaditas en la panza, hasta iconográficamente este prejuicio se ha desarrollado en cuerpos determinados, y así tenemos la figura del hombre gordo acariciándose la panza, como dije, como si se tratara de una caja fuerte (la representación orgánica de su cuenta corriente) y la figura del hombre excesivamente delgado, también “más frío” aun que el modelo anterior, “calculador”, el empresario “malo” de los Simpsons es un claro ejemplo de este tipo de cuerpo.
El cálculo económico es sin embargo la herramienta principal con la cual Europa se transformó de un lodazal en un lugar habitable. Herramienta digo bien, no es que los monjes de la edad media estuvieran especulando cuando vieron aquel lodazal en el negocio de los bienes raíces a futuro. Ni que hubieran estado evaluando costos sobre beneficios. Ese es otro problema que suele presentarse al hablarse del cálculo económico, se pretende una explicación de su necesidad en la misma necesidad, o en alguna voluntad de mejorar las condiciones de vida propias, ni aún la mentada supervivencia de la especie explicaría demasiado (el concepto de cálculo económico), ¿es que las hormigas piensan mejoras de su condición de vida?
Quizas habría que indagar en otros elementos no económicos, quizás hasta antagónicos a la idea de la que hace uso el cálculo económico, el beneficio, como si estuvieran garantizado algún tipo de beneficio verdadero e ineludible. Porque quizás de ser así, digo de gozar de esa exactitud deberíamos entonces dejar librado a las computadoras, a algún software especializado para que realice ese pretendido cálculo y no haría falta entonces gente pensando negocios, inversiones, empresas.
Por eso para entender y desarticular este prejuicio sobre “cierta manía de alguna gente por acumular dinero” sería interesante tratar de comprender un poco el origen de este cálculo económico.
Desde que Weber en 1922 explicó el origen del capitalismo como un fenómeno religioso, el capitalismo derivado de la ética protestante, dio por tierra con aquellas otras explicaciones que relegaban a la religión a un montón de prácticas piadosas privadas sin ninguna injerencia en la vida pública de las personas.
Estudios más modernos que siguen explorando este camino abierto por Weber han tomado una posición más acertada en cuanto a “que los antecedentes históricos son los mismos, para la ética protestante que para la católica, en punto a consideraciones sobre usuras, tratos comerciales, ricos y potentados” .
¿Acaso la “indiferencia” podría ser parte del cálculo económico? La tesis de Weber no lo dice directamente pero si en cambio que el estilo de vida de los monasterios pasó al mundo laico después de la reforma, teniendo así que la gente que se casaba, y tenía hijos, y compromisos sociales propios de las personas que no hacen votos religiosos empezaban a comportarse en algunos aspectos de manera similar a aquellos. Básicamente en cuanto al trabajo y a la austeridad de vida derivada de las horas de trabajo. Y aquí tenemos que la indiferencia es un elemento común en todas las Reglas monásticas, indiferencia no impasividad o anahedonia, o falta de ganas de vivir, muy por el contrario sin la gracia el cristiano no encuentra su salvación, por lo tanto esta “indiferencia” en la que ahora nos detendremos un poco no será comprendida correctamente si la asociamos a la apatía. San Leandro por ejemplo en la regla que escribió para uso de unas hermanas que se la habían pedido tiene un capítulo dedicado especialmente a que estas debieran mostrarse “ecuánime tanto en la pobreza como en la abundancia” “Te exhorto, pues, a que mantengas siempre un ánimo ecuánime y equilibrado, de modo que ni te doblegues por la adversidad, puesto que conoces bien la paciencia y penalidades de job, ni te engrías por la prosperidad, pues lees que los patriarcas fueron ricos en bienes, pero humildes en espíritu” . El documento no solo reconoce la validez de la riqueza material personal, en este caso la de los patriarcas del antiguo testamento, sino que va mucho más allá de este dato, para san Leandro por cierto la pregunta de si es lícito para un cristiano ser rico es una puerilidad, y acomete tanto contra el desánimo de los tiempos malos y la hinchazón, no la alegría, en los momentos de prosperidad. Esta “indiferencia” de la que habla la regla monástica ha sido determinante en el llamado nuevo mundo capitalista surgido para algunos en el siglo XV, para otros en el XVIII, incluso podemos ver de ella una imagen muy interesante, aún desde su crítica comicidad, en “American gotic”.
La indiferencia también funciona como consuelo en los “tiempos malos” pero mucho más que esto lo que destaca es otro horizonte de conformidad, más exigente en cuanto más completo y complejo, la otra vida, como se dijo más arriba, y la “gran empresa” en esta. El concepto de indiferencia pues es indisociable el del sacrificio.
Retomando un poco lo desarrollado hasta acá, se sigue que se puede aceptar (al menos la posibilidad) que una trama histórica “puramente económica”, en un primer vistazo, como el capitalismo pueda explicarse de una manera más completa a través de un antecedente religioso. La “Etica protestante y el origen del capitalismo” de Max Weber sentó la base de esa posibilidad. Luego se vio como no dependía de un credo en especial el desarrollo del capitalismo, como no era una cuestión de católicos o protestantes, o de si fieles al Papa o a la reina de Inglaterra, o de si se acepta la edición de una u otra Biblia, en esto el historiador vasco Julio Caro Baroja ha hecho un trabajo muy documentado e interesante. En este punto, pues, nos encontramos con un dato que se repite en uno y otro mundo, en el capitalismo y en el cristianismo, un punto que es mucho más que una simple convergencia, o una coyuntura. Se trata del sacrificio. “El sacrificio pertenece a la esencia misma de la religión; es tan antiguo como ella” , dice el abad Columba Marmión (1858-1923). Y por su lado la idea del sacrificio es decisiva en el capitalismo. Quizás se piense que hablar del sacrificio del burgués capitalista sea una exageración ¿pero lo sería si descubriéramos que en las experiencias más antiguas de vida en común entre los hombres encontráramos una práctica del sacrificio ligada a la prosperidad económica?
A menudo suele hablarse del trueque de las primeras civilizaciones como un dato irrefutable, en los manuales de colegio se les dice a los alumnos que en las culturas más antiguas el trueque era la forma aceptada del intercambio, por lo tanto esta práctica gozaría de cierto prestigio originario, prestigio sin mancha, sería como la forma de una interrelación no comercial con los mismos fines que los habidos en una operación de compra y venta, solo que no corrompida por el dinero, el oro, las riquezas, y con ellos toda la lista de las pasiones humanas condenables. Ese es el discurso de los beneficios –jamás comprobados- del trueque. Veamos, es una práctica que por el supuesto de su antigüedad ya escapa a cualquier contrastación empírica, su nombre de por si suele oponerse, aunque esto no sea necesariamente así, al dinero, y con esto último se termina de armar la teoría encantadora del trueque que intenta convencernos de la realidad de un mundo desinteresado como de gente virtuosa que solo consume lo que necesita… como un animal.
Por extraño que parezca fue un autor no muy contemporizador con la propiedad privada y el ahorro uno de los primeros en revisar esta falacia de manuales escolares. Se trata del francés Georges Bataille (1897-1962) Para él en el principio no era el trueque como se supone que debe ser según los manuales escolares sino el sacrificio.
Efectivamente Bataille se atreve a pensar el sacrificio como medio de intercambio en vez del trueque. Y sostiene que la pérdida es algo positivo en las llamadas “sociedades primitivas”, así el sacrificio de los bienes que se tienen en el intercambio sería visto como un aumento del prestigio personal en la comunidad, entre otros atributos, definiéndose la riqueza por lo tanto como cierta capacidad de “poder perder los bienes”. Cabe aclarar que esta práctica de la pérdida no se diferencia demasiado de la situación inicial de cualquier inversor o de un simple prestamista, puesto que la pérdida de los bienes sacrificados por una de las partes obligaba a la otra a devolverlos conforme un plusvalor, un interés. La palabra “sacrificio” no es retórica, podía tratarse de un don material como una canoa, hasta un ser humano .
El cristianismo también hace su centro, como evento religioso que es, en el sacrificio pero con una novedad en su uso, el sacrificio de Jesús en la cruz es hecho de una sola vez y para siempre , lo que sigue depende de cada fiel, lo que sigue no es sino que otra forma de oblación .
Los cristianos no tendrán la necesidad como los judíos del antiguo testamento o las culturas politeístas, griegos, egipcios, sumerios, etc, en ofrecer sacrificios cruentos, por lo tanto el cristiano se dedicará a aplicar los “frutos” de ese único sacrificio de Jesús en la cruz en su vida diaria para el negocio de su salvación. Los siglos de misión cristiana en Europa y los tiempos de prosperidad de la burguesía no debieran leerse como acontecimientos separados. No es casualidad que en el muy culto y prestigioso reino de Marruecos tengamos hasta hoy en día una práctica del trueque valorada socialmente que no sedujo a la burguesía cristiana, aclaremos una vez más, a Marruecos a llegado a ir el mismo papa a estudiar de incognito durante la edad media dado el prestigio de sus academias. Cabe aclararlo porque no se está planteando ninguna “superioridad” de una cultura sobre otra simplemente que mientras en un mundo surge la burguesía en el otro no va a ser tan fácil que esto suceda. Las razones son varias entre ellas una determinada noción, visión, del sacrificio a lo largo de esos siglos de cristianismo. De nuevo cabe aclarar, no se trata de pensar que en los paises no cristianos la gente no se sacrificaba en lo que hacía no daba de ella lo mejor, no se trata de eso, sino de una determinada positividad del concepto de sacrificio que no existía en aquellos lugares.
El último gran prejuicio que vamos a ver es el relacionado a la burguesía como un grupo de personas obsesionadas en controlar y vigilar a los demás, y quizás hasta a ellos mismos, a veces se habla entonces de la llamada “teoría del control social”, o suele sostenerse que las mismas prácticas de control por sí mismas no le interesarían –a la burguesía- sino que todo lo planearía por su afán de sujetar, reprimir, controlar. Oscar Terán un gran conocedor de la obra de Michel Foucault comentándolo acota esto mismo: “En suma, la burguesía no se interesa por los locos ni por la sexualidad infantil, y sí por el sistema de poder que los controla (…) igualmente le importan un bledo los delincuentes, pero detecta la utilidad brindada por el conjunto de los mecanismos mediante los cuales el delincuente es controlado, perseguido, y “reformado” .
Una sola práctica de no-control escolar serviría para repreguntar este prejuicio de la burguesía represora. La escuela no es un dato menor ya que quienes piensan la voluntad de control de la burguesía suelen hacerlo desde este lugar (Foucault – Elias – Donzelot) pero omiten, -y no vamos a abrir un juicio de valor de porque lo hacen- mencionar por ejemplo que en las llamadas “escuelas pias” del siglo XVI estaba terminante prohibido que el sacerdote que daba clase fuera el mismo que confesara a los alumnos ; o que el confesor debía abstenerse de “fijar la vista en sus penitentes” ; o que diferenciar las pequeñas faltas (escolares) de las grandes no significaba inventar una escala de control reforzada sino evitar el mal trato impartido por los “los malos maestros”, así se los llamaba en la crisis escolar que atravesó Europa entre los siglos XIV al XVII, para estos hombres no existía la corrección sino el castigo, es decir una pena dura igual contra cualquier hecho, ellos jueces y ellos ejecutores de la pena, tampoco tenían una idea de la proporcionalidad de la sanción, tampoco veían como vocacional el ser maestros. La cultura del renacimiento rechazó siempre cualquier figura docente, “El cortesano”, de Castiglione es un buen ejemplo de ello, enseñar era una tarea para hacer en secreto, hermética, porque ser maestro era una deshonra. De ahí entonces los escrúpulos de las empresas pedagógicas: “Los maestros se guardarán, sobre todo, de no familiarizarse con los alumnos” , “mostrarán un afecto igual para todos sus alumnos” .“No permitirán que ningún alumno permanezca a su lado mientras estén en su puesto. No hablarán en particular a sus alumnos, sino muy rara vez y por necesidad, y cuando tengan que hablarles terminarán en pocas palabras. No darán ningún encargo a sus alumnos (…); No mandarán escribir ni copiar nada por ningún alumno, ni para sí, ni para persona cualquiera (…); No pedirán a los alumnos noticia alguna, ni permitirán que ellos se las den, por buenas o útiles que fueren” .
Esta no es precisamente la trama de un control montado sobre el alumno, “no darán ningún encargo a sus alumnos…no pedirán a los alumnos noticia alguna…por buenas o útiles que fueren”. Michel Foucault, también nota en la obra pedagógica de La Salle un cierto afán por la perfección en las pequeñas cosas diarias como un dispositivo de control, pero aclaremos, a lo que hace referencia es a un tipo de espiritualidad que suele llamarse de “la pequeña vía”, una práctica moderna de esta escuela es la que ha hecho popular en “Historia de un alma” santa Teresita de Lisieux, pero Foucault no se detiene a aclarar que el ejercicio de la pequeña vía, su adopción es enteramente personal y que tiene que ver con tanto con hacer lo mejor posible las pequeñas cosas de la vida cotidiana y con no fastidiar al otro con los problemas propios. En tal caso, este no es el motivo del presente trabajo, la acusación de dispositivo burgués de control y vigilancia a la escuela de la pequeña vía requiere un conocimiento mayor.
Si a la burguesía se le reprocha la construcción de una especial voluntad de vigilar y controlar, ¿Cómo es que se puede obviar tan ligeramente los presupuestos de la proporcionalidad de la pena empezada a pensar en el siglo XVIII? Peor aún, se acusa a la burguesía de inventar la proporcionalidad de la pena como quien inventa una nueva escala de control, es la misma acusación contra las escuelas pías y las propias de La Salle. El tópico es muy extenso pero vale reparar por ejemplo en la importancia que tenía para “esta burguesía” el concepto de daño por sobre la subjetividad del infractor. Si, la burguesía del siglo XVIII no pensó en ningún tratamiento de electroshock para cambiar la mentalidad de los delincuentes. “La única y verdadera medida de los delitos –dice Beccaria- es el daño hecho a la nación, y por esto han errado los que creyeron que lo era la intención del que los comete” . Es decir, no importa quien comete un delito sino que provocó ese delito.
Quisiera también dejar en claro que tampoco la noción de “normalidad” puede ser atribuida a la burguesía, mientras la primera tuvo su fecha de nacimiento en la revolución francesa (Canghilem), la burguesía es una subjetividad muy anterior al siglo XVIII. Cuando Bentham rechaza la condecoración hecha por los protagonistas de la revolución francesa está rechazando cualquier categoría de uso de la normalidad para su muy criticado proyecto de cárcel moderna denominado el panóptico, este dato provoca más de una relectura de todas las opiniones vertidas sobre sus ideas penales. Ni las nociones de normalidad/anormalidad ni las más modernas de “autenticidad/no auténtico” “genuino/no genuino” tienen que ver con el cristiano que busca prosperar en sus negocios, y que piensa otros nuevos emprendimientos. En tal caso el concepto de conversión personal no es comparable ni es posible ser pensado desde el supuesto de la normalidad ni de la sospechosa “pureza” de lo tenido por genuino.
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