Che, Chávez y Prometeo
La separación entre religión y política muy pocas veces se ha aplicado en ciertos sectores de una izquierda que presume de agnóstica, pero que se entrega con ceguera a sus propias mitologías. A sus irracionales combinaciones de magia y política, vinculadas con la redención de los pobres y famélicos de este mundo, que han tenido la diabólica virtud de hundir aún más en el abismo a los desdichados.
Un caso paradigmático fue el Che Guevara, el profeta que creía que las guerras dan de comer al hambriento. Aquella disparatada aventura del «foquismo» que pretendía crear decenas de nuevos Vietnam en Iberoamérica y África, cuando hubo suerte se hundió en el ridículo y, cuando no, fue inspiración y origen de iluminadas guerrillas que, a su vez, provocaron brutales represalias en Nicaragua, Guatemala, Perú o Colombia, donde campesinos y menesterosos todavía no se han repuesto de aquella guerra del fin del mundo.
Hoy, las prédicas del Che, Ho Chi Minh o Mao Ze Dong provocan sonrojo a sus antiguos devotos que, para hacerse perdonar, han convertido a sus antiguos dioses tutelares en iconos de un consumismo imperecedero. Pero la confusa mezcla de religión y política redentorista sigue tan vigente hoy como entonces.
Os confesarán a media voz que, tal vez, sí, Chávez, Evo o Ahmadineyad estén llevando a sus pueblos a la ruina. Pero, no lo pueden evitar, la necesidad de mantener viva la fe les incita a defenderlos con argumentos tan mitológicos como poco lógicos. «Están en su derecho a equivocarse», he oído más de una vez. Lo trágico es que es del sufrimiento de los hombres de lo que hablamos.
Todavía hoy parece que para mostrar sensibilidad con los menesterosos hay que predicar insensateces. En
Europa ponemos al cuidado de nuestro negocio a prosaicos contables, amigos de Bentham y Adam Smith.
Pero, cuando miramos hacia otros continentes, hay a quienes les parece de mal gusto que el terrenal capitalismo que nos enriquece a nosotros pueda servirles a ellos. Son gentes de fe, que presumen de laicos, pero se resisten a renunciar al mito de un prometeo mágico y descamisado.
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