Las inexorables consecuencias de ignorar al mercado.
Muchos sostienen que las ideologías perdieron vigencia hace tiempo. Tal vez esa forma de «negación» sea la mas apropiada para creer que se pueden vulnerar las leyes naturales con tanta impunidad.
Desconocer la omnipresencia de las visiones ideológicas, que implican formas de concebir la existencia humana nos ahorra, en definitiva, el esfuerzo de racionalizar la pre-existencia de un orden natural. No discutir estas cuestiones, y asumir interpretaciones ambiguas para evitar tomar posición, resulta cómodo, pero nos aleja del buen diagnóstico y por lo tanto de las soluciones.
Para los que creemos que el mercado responde al orden natural y que busca su permanente equilibrio, no es noticia que las decisiones de política económica que toman los gobernantes de turno, tienen consecuencias, invariablemente.
No es posible «dialogar» con las leyes naturales. Solo cabe entenderlas, respetarlas y obtener el máximo provecho de ellas, a partir del conocimiento sobre su funcionamiento. Con la «ley de gravedad» no se conversa. Solo se la comprende y se obra en función de su inexorable comportamiento sobre las cosas. Dejar caer un cuerpo mas pesado que el aire, culmina, inevitablemente, con ese cuerpo en el suelo.
Inclusive para desafiar la ley natural, en este caso la de gravedad, hay que comprenderla y conocer los mecanismos bajo los cuales no funciona de acuerdo a la descripción general. Conocerla, entenderla, interpretarla cabalmente. De eso se trata.
La economía funciona en base a las reglas del mercado. Ese mercado tantas veces criticado, denostado y mal tratado. Hay que aprender a convivir con el, a comprender como funciona, y obtener, de esa manera, las esperadas implicancias de sus reglas. Desconocerlo, ignorarlo, hacer de cuenta que no existe como tal, es solo someterse a las inexorables consecuencias de manosearlo indebidamente.
Como en tantos otros ordenes de la vida, se puede ejercer la libertad con plenitud, de hecho se puede hacer casi cualquier cosa, lo que no se puede, es evitar las consecuencias de las decisiones que se han tomado.
En la economía pasa algo muy similar. Vivimos bajo el imperio de generaciones de economistas, que nos gobiernan desde hace tiempo, que nos enrostran ampulosos títulos universitarios y estudios académicos en universidades de otras latitudes que suponen que, en esto, mas vale recursos técnicos que entendimiento del mercado.
Llegaron al poder de la mano sus «supuestas» habilidades técnicas, como así también, de esos políticos electoralmente exitosos, que plagados de una ideología tan ingenua como perversa, les entregan las dictaduras de los destinos económicos de una sociedad.
Todos ellos, los que gobiernan comunas, provincias o la nación toda, asumen con soberbia, y dicen saber como se «maneja al mercado», desconociendo la regla básica. Al mercado no se lo controla. Se conduce por sus propias reglas.
Intentar manejarlo no hace mas que traernos consecuencias indeseadas. Son incluso peores que los problemas que intentan resolver o que la cuestión que pretendían evitar.
Por eso, ante la designación del nuevo titular de las carteras económicas de las comunas, provincias, y Nación, no podemos esperar demasiado. Se trata solo de un nuevo «chofer» que nos llevará, con su renovada hoja de ruta, por el camino de quebrar las reglas de juego. Intentará, vanidad mediante, erigirse en el nuevo dueño de la verdad, pretendiendo ser mas inteligente que el mercado.
Ya conocemos estos experimentos. Hemos sido víctimas de estos tecnócratas que nos prometieron que controlarían las consecuencias indeseadas del progreso económico y garantizarnos eterno desarrollo. Eso se parece mas a un cuento de hadas que a la correcta interpretación de un fenómeno social tan impredecible como desafiante.
Los gobernantes de turno, los nuevos secretarios y ministros, incluidos los flamantes funcionarios de la economía, son apasionados amantes de los controles de precios, de la manipulación de indicadores que orientan decisiones, del proteccionismo de la industria local y del tipo de cambio artificialmente sostenido. Son fundamentalistas del superavit fiscal como medio para mantener el elevado gasto público, una presión tributaria asfixiante y una relación de dominación sobre el aparato productivo.
Adoran a los lobbystas profesionales, esos que pertenecen a diversos sectores del empresariado prebendario, que pugnan por obtener privilegios, concesiones y cuanto negocio vinculado al Estado, esté a su alcance. Establecen vínculos de servidumbre y extorsión con el resto de los gobiernos lo que incluye provincias y municipios que el inmoral régimen de coparticipación pone a sus pies.
No podemos dejar de ver lo funcionales que son a este manera de concebir la realidad, los clientelistas sistemas de asistencia social, que amedrentan a los que intentan conservar intactos sus principios morales de esfuerzo, trabajo y dignidad. Se suman a este arsenal de herramientas nefastas, el subsidio y el incremento del gasto público que genera una permanente transferencia de recursos desde los sectores mas postergados hacia los circunstanciales aduladores, esos «oficialistas de siempre» que han construido una industria a partir de la dádiva y de la humillación para obtener sus ingresos.
Por eso, no puede sorprendernos, cuando vemos como municipios, provincias y la nación toda, se sumergen en crisis de desinversión energética, inflación crónica, destrucción de la cultura del trabajo. Los precios no suben por que si, la inflación no es la consecuencia de empresarios rescatados de los cuentos infantiles donde existen buenos y malos. La manía de controlar precios y salarios ( que no es mas que otro precio ), no hace mas que romper las reglas. Las consecuencias ya son conocidas, extorsión sindical, aumentos de precios en el mercado informal, desabastecimiento, desaliento a la inversión y compromiso de oferta al futuro con las incontrolables consecuencias futuras. Eso es solo la punta del iceberg.
Como muestra sirve un botón. No tenemos mas que recorrer nuestra cotidianeidad para darnos cuenta de que estamos hablando. No existe segmento del mercado en el que el gobierno no intente participar en mayor o menor medida provocando a su paso solo destrucción e inequidad.
Esta forma de ver la economía es una ideología en si misma. Perversa por cierto, inmoral sin dudas, pero con un arraigado apoyo popular que pretende legitimarlos en cada convocatoria electoral.
Para quienes siguen creyendo que el mercado puede ser manipulado, solo resta recordarles que en la economía, como en la vida toda, se puede tomar casi cualquier decisión, lo que no se puede evitar, son las inexorables consecuencias.
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