Argentina: Enojarse con el termómetro
La información oficial dice que la inflación del 2007 fue de 8,5 %. No es preciso haber estudiado estadísticas, ni ser un experto para percibir que la «sensación popular» esta bastante alejada de esa cifra.
Una comisión técnica del INDEC, integrada por empleados que fueron oportunamente marginados de su actividad laboral, bajo circunstancias de dudosa transparencia, concluyó que las cifras correctas ubican a la inflación del 2007 en el orden del 26 %.
No tiene demasiada relevancia establecer si esta información que calculó la comisión mencionada es real o no. Lo que queda claro es que la gente, el ciudadano medio, no confía en la versión oficial.
También es fácil imaginar que resulta «estratégico» para el gobierno que los indicadores no se disparen y fundamentalmente que no sean una especie de motor que multiplique el problema.
A estas alturas cuesta dilucidar si la actitud del gobierno es ocultar el problema modificando los números reales, o simplemente disimularlo ante la gente, pero asumiendo la gravedad del problema.
Lo que si es preciso, es que los funcionarios responsables comprendan que estos indicadores solo son la unidad de medida del problema, pero no el problema en si mismo. La fiebre es solo un síntoma. Solo nos está informando de la presencia de una infección. Pero la enfermedad que provocó la infección tiene nombre, y seguramente tratamiento.
El INDEC, la sensación popular, la que reflejan los medios, son solo el termómetro de esta fiebre. El síntoma solo muestra que estamos frente a un padecimiento que debemos abordar. Enojarse con el termómetro, sacudirlo para que el mercurio marque algunas décimas menos, es invertir energías en lo que no tiene importancia.
No resolveremos esta enfermedad con actitudes infantiles, caprichosas e histéricas. Desvincular a los técnicos y profesionales del instituto estatal, denostar a los opositores, economistas y periodistas que insisten que el termómetro oficial no funciona bien, no nos acerca a la solución del problema. Muy por el contrario, nos aleja.
Pero tal vez resulte ingenuo creer que el gobierno no sabe esta «evidente» ecuación que vincula al síntoma con la enfermedad. Probablemente ellos también sepan que la enfermedad existe. Tal vez toda esta cuestión del INDEC, las grandilocuentes manifestaciones de funcionarios verborrágicos y el sistemático embate contra los que recuerdan lo que se sabe a voces, sea solo parte de una maniobra distractiva que propone patear el asunto hacia delante.
Tal vez el gobierno conozca la enfermedad, y obviamente el tratamiento que nos conduce a resolver la cuestión para devolvernos la salud que supimos tener. Pero es posible también, que el gobierno NO desee resolver la cuestión de fondo. Es probable que esta enfermedad sea considerada por los gurúes del poder como el MAL MENOR. Después de todo, esta situación les permite tener la maquinita a sus pies, hacer caja y manipular casi todos los resortes del poder.
El precio es alto, fundamentalmente para los que menos tienen. Es mucho mas inmoral aún por que la decisión no es transparente, no está explicitada y se oculta detrás del hipócrita recurso de quitarle importancia a la cuestión, dando cabida entonces a los que sostienen que el crecimiento tiene como prerrequisito a la inflación.
Ellos saben que esto no es así. Pero es justamente esta retorcida construcción ideológica la que les permite sostener las bases de este sistema de poder que han construido, y pretenden proyectar en el tiempo.
Todos sabemos a estas alturas, que con darles unas prolongadas vacaciones a los funcionarios del Banco Central que se enorgullecen de ser los fabricantes de papel moneda, lograremos la cura tan ansiada. Solo hay que tomar la decisión política de dejar de emitir y estar dispuesto a pagar las consecuencias inevitables de transparentar los indicadores económicos.
La inflación es tal vez el más perverso de los fenómenos que una economía puede provocar. También queda claro que es una de esas patologías económicas que SOLO los gobernantes pueden crearla porque lo hacen detentando el monopolio de la emisión monetaria. De lo contrario esto no sucedería.
El Estado es el autor material de este mal endémico que acosa a las sociedades modernas. Los dirigentes políticos, filósofos, economistas y cuanto fanático del Estado Benefactor deambula por las calles, han construido la base ideológica que sostiene ese andamiaje intelectual, convirtiéndolos a todos ellos en sus creadores por excelencia.
A no engañarse, los números solo muestran lo que nos esta pasando. No son el problema, solo pretenden expresar cuan grave es el asunto. Si el gobierno se enoja con el termómetro y lo hace con convicción estamos realmente en problemas, porque tenemos al frente de la conducción máxima de las decisiones públicas, a funcionarios que no tienen idea de lo que están administrando.
Si por el contrario, esto es solo un inmoral juego, en el que dicen una cosa, pero saben otra, estamos frente a un conjunto de manipuladores que han instalado un escenario para que los ciudadanos, premeditadamente desinformados, creamos que ellos están consustanciados de la cuestión, cuando en realidad, conocen el problema, y solo entretienen a la sociedad para sacarle el máximo provecho a la situación antes de que consigan darse cuenta.
Ambas interpretaciones generan cierto desprecio. Ninguna de ambas visiones es alentadora aunque, cabe reconocer que, en el primer caso, el de la ingenuidad, podemos esperar que algún día despierten a lo evidente.
Si así, fuera, intentando pensar bien y siendo tal vez excesivamente crédulos, podemos pedirles que vayan reflexionando, porque de algo podemos estar seguros, la solución NO es «enojarse con el termómetro»
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