Hugolatría, revolución y guerras verbales
Cualquiera hubiera esperado que con su declaración del 4 de febrero pasado en el sentido “de que Venezuela limita al oeste, al suroeste, al noroeste, en buena parte de ese territorio, no con el Estado colombiano, sino con las fuerzas insurgentes, que tienen otro Estado, territorio bajo control y leyes propias”, Chávez anunciaría el regreso de su embajador en Bogotá a Caracas, empujando las relaciones entre su gobierno y el de Álvaro Uribe a un virtual enfriamiento cercano al punto de congelación.
El comandante-presidente, por el contrario, escabulló la “solución final” y lógica, miró a su auditorio para cerciorarse del efecto que habían causado sus palabras, pensó quizá en los titulares de esa tarde, de la noche y del día siguiente, cambió de tema y continuó como si nada.
Y como el gobierno neogranadino, y en especial el presidente, Álvaro Uribe, hace tiempo decidieron no pararle al “socialista siglo XXI” -y más bien lo usan para polarizar y conseguir votos y apoyos para la tercera reelección del antioqueño-, pues no le contestó ni con un suspiro y así evitó caer en una escalada de insultos que, por más bufonesca que resulte, siempre contempla el riesgo de pasar de los micrófonos a los hechos.
Las relaciones, por tanto, siguen casi igual que siempre, al borde del abismo pero relaciones al fin, y salvo los incidentes en los estados fronterizos de Zulia y Táchira que agravian y perjudican fundamentalmente a ciudadanos venezolanos, podría decirse que permanecen inalterables.
O sea, que es posible se recuperen en el mediano o largo plazo, mientras el “líder de la revolución continental y mundial” pasa a otros temas, se involucra en otras guerras verbales, y el tiempo haga cenizas la hojarrasca que por meses pareció conduciría a Venezuela y Colombia a una confrontación armada.
En este contexto pensamos que nada más providencial que la nueva guerra verbal a la que parece condenado Chávez y su revolución en las próximas semanas y meses, como es la decisión de un tribunal de Londres de congelar hasta 12.000 millones de dólares en activos de PDVSA como consecuencia de un arbitraje internacional pedido por la petrolera norteamericana Exxon Móvil, la cual considera que sus intereses se vieron afectados por la decisión del gobierno venezolano de nacionalizar la participación de la empresa en el yacimiento La Ceiba (50 por ciento), y en una de las asociaciones estratégicas de la Faja Petrolífera del Orinoco –Cerro Negro-para la exploración y explotación de crudo pesado y extrapesado para transformarlos en livianos y semilivianos (41 por ciento).
Pero es que, además, podrían hacerse efectivos otros arbitrajes y otros congelamientos, dado que igualmente otra trasnacional, Conoco Phillips, busca ser compensada, ya que su participación en dos compañías de la Faja Petrolífera del Orinoco, Petrozuata (50,1 por ciento), y Ameriven (40 por ciento) fue igualmente afectada por una medida del gobierno venezolano que desconoció el acuerdo original para sustituirlo por otro “más nacionalista”.
O sea, que en uno y otro caso se trata sencillamente de litigios entre partes que contrataron libremente en pro de beneficios mutuos, una de las cuales se siente vulnerada por cambios en el acuerdo original y la negativa de la otra a reconocerle y cancelarle los perjuicios que presuntamente le acarreó, instrumentando una medida de arbitraje que está reconocida en los contratos.
De modo que lo que queda es continuar el juicio o los juicios, mientras la parte afectada procede a poner en resguardo los activos con los que piensa la otra parte, si lo decide el tribunal, tendrá que cancelarle los bienes que le pertenecen y alega fueron incautados.
Será imposible, sin embargo, que Chávez no politice el litigio, que no lo vea como una ocasión que ni pintada para lanzarse a una próxima guerra verbal contra el imperio, contra el país más poderoso de la tierra, mientras se desentiende de la guerra verbal piche y tercermundista que desde finales del año pasado tiene empeñada contra Uribe.
O sea, que a prepararse para verlo en el “Alo presidente” de este domingo luciendo uniforme de combate, rodilla en tierra y presto a entrar en batalla, Kalhasnikov al hombro, verbo encendido y puños al aire, presidiendo otro desfile de caras pintadas con boinas rojas, y rodeado de un grupo de generales y coroneles pasados de peso cuyo bautizo de fuego no pasó del torneo de adulancia con el que procuran que Chávez los tome en cuenta a la hora de los ascensos, promociones y nombramientos.
Después, por supuesto, vendrán los desfiles, las manifestaciones, los mitines, las marchas, las maniobras conjuntas de la armada, la milicia, la reserva y el pueblo armado en una movilización descomunal donde abundarán los sancochos, el ron y la cerveza, sin que falten las soporíferas arengas del comandante en jefe gritando que no descansará su brazo hasta hacer morder el polvo de la derrota al capitalismo, el imperialismo y los Estados Unidos y para que ni una sola de las transnacionales vuelva a asomar su faz en el territorio libre de la República Bolivariana de Venezuela.
Pero entre tanto afán, discursos, sancochos, cerveza, ron, desfiles y consignas, habrá alguna gente trabajando y no es otra que la de los bufetes nacionales y extranjeros que hacen su agosto en cientos de millones de dólares para lograr un acuerdo para que las transnacionales cobren lo que les corresponden, y se vayan tranquilas, satisfechas, y sin poner en evidencia que la revolución lo que estaba haciendo era política, política de movilización de masas.
Otros grupos que no descansarán son los obreros, empleados, expertos y gerentes de PDVSA, y sus aliados de las transnacionales “buenas”, pues ahora más que nunca es urgente que sigan produciendo petróleo para enviarlo a los Estados Unidos y otros mercados capitalistas, para que el imperio y sus aliados entiendan que guerra verbal no es guerra de verdad y un pleito con Exxon y Conoco no puede poner a riesgo la confiabilidad de Venezuela como proveedor de crudo a un socio que, no es solo importante, es el más importante.
Porque es que Chávez ya estará pensando en otra guerra verbal, ya tendrá elegidos el escenario y el enemigo, decidido la fecha, el pretexto y los titulares de los medios de comunicación y para eso, amigos, se necesitan muchos, muchos petrodólares.
Pero mientras tanto ¿qué pasa en Venezuela, qué pasa con la pobreza, las injusticias sociales, la desigualdad, la delincuencia, la corrupción, la basura, el desabastecimiento, el narcotráfico, la inflación, la escasez de viviendas y el deterioro de la infraestructura y los servicios públicos? Pues nada, que siguen en aumento, creciendo, expandiéndose, profundizándose, ampliándose, en una orgía de abandono, ineficiencia e irresponsabilidad que tiene a Venezuela peleándose con los países africanos los peores índices de desarrollo humano en el mundo.
¿Qué pasa con la economía, la Fuerza Armada Nacional, el poder adquisitivo del bolívar, la educación, la salud, la administración de justicia, la defensa de las fronteras, la seguridad alimentaria y demás variables de cuyo desarrollo permanente y sustentable depende que seamos un país independiente, libre, autónomo, soberano y apto para constituir una nación? Pues nada, sino que igualmente ruedan por un abismo extremo, ya que la revolución y su comandante en jefe no tienen tiempo para ocuparse de esas minucias, para focalizarse en problemas nacionales, regionales y hasta locales, no, las revoluciones y sus líderes existen para adelantar los grandes cambios pero a escala histórica y universal, en el orden fundacional y trascendente y nunca para ocuparse del hombre real y concreto, del hombre que sufre y se duele día a día y noche a noche.
Hay un solo hecho en la Venezuela chavista que llama la atención de los centros políticos mundiales, que genera titulares en los medios de comunicación y nos procura alguna que otra mención entre los hombres y mujeres de la calle, los que no existen para redimir a los pobres en abstracto, ni salvar a la humanidad en general: y es la manía recurrente del presidente, Chávez, en involucrarse en guerra verbales que no concluyen en nada.
Ah, e igualmente, la hugolatría, el narcisismo-leninismo de un presidente para quien la suerte de los suyos le queda pequeña y solo se preocupa de inflarse para que lo tomen por un líder importante y difícilmente soslayable.
- 23 de enero, 2009
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