Los verdaderos dueños de la educación.
Hace ya bastante tiempo que la educación se ha convertido en un patrimonio casi exclusivo de las corporaciones. En estas latitudes con mucha mas fuerza aún. Por un lado el sector público se ha apoderado del control de la educación formal. Por el otro, como participe necesario, se ha agregado el sector gremial docente.
En tiempos como estos, los de la renovada Argentina inflacionaria, las cuestiones salariales volvieron a ocupar el centro de la escena. Hace pocos días se conoció la noticia de que los gremios docentes aceptaron un aumento de 24 puntos sobre sus salarios, para cumplir con los 180 días de clases a los que el gobierno aspira en el año. Las autoridades ofrecieron un incremento salarial para que los docentes organizados en sus centrales sindicales aceptaran a cambio cumplir con su deber de enseñar.
Nada nuevo bajo el sol. Solo una remuneración acordada en función de una pulseada para que confluyan allí, en esa mesa de negociación, sendas fuerzas monopólicas. El Estado por un lado y los docentes agremiados por el otro.
Todos sabemos que ocurre cuando gobiernan los monopolios. Se saben los UNICOS oferentes y como tales establecen el PRECIO. Si no se cumple SU condición, no hay acuerdo, y por lo tanto, en este caso, no hay servicio educativo. Muchas provincias en este país saben de estas patéticas historias que dejaron aulas vacías durante meses.
No resulta necesario recurrir al sensiblero argumento de hablar de los miles de alumnos que no reciben educación cuando docentes sindicalizados y funcionarios públicos no alcanzan a acordar el PRECIO.
Después de todo el salario docente no escapa a la regla general del mercado. Por mucho que se resistan, de eso se trata. De establecer el precio. Aunque lo llamen salario docente. El reiterado golpe bajo al que apelan en ambos lados, solo pretende establecer arbitrariamente lo que solo el mercado puede determinar con algún grado de justicia.
Queda claro que no es un problema local, muy por el contrario, la cuestión es casi universal. Solo que en países como los nuestros tenemos agravantes adicionales. Un Estado que brinda la educación, constituyendo una especie de monopolio de hecho, y docentes que conforman una gran corporación sindical que hacen lo propio. Mucha concentración de poder. Demasiada diría.
Los protagonistas de la educación, los alumnos, de la mano de sus únicos y legítimos representantes, sus padres, no participan en forma alguna de esta reiterada negociación.
Ampulosos discursos de uno y otro lado se llenan la boca tratando de adular demagógicamente a los educadores. Nadie quiere que se ofendan. Se trata, después de todo, de una cuestión vocacional, por parte de quienes han decidido abrazarla. Pero hay que decirlo; para discutir seriamente este asunto hay que dejar de caer en el tramposo juego de estar hipersensibles a la crítica.
Debemos poder opinar con libertad. No existe forma de hacerlo que transmitiendo la verdad con el mayor respeto, pero al mismo tiempo sin hipócritas discursos populistas.
El Estado discute con los docentes organizados cual será la retribución que percibirán por hacer su tarea. Lo hace con la plena convicción de que existen buenos docentes y de los otros. Sabe que unos cuantos, no importa si los mas, no apuestan a mejorar en lo que hacen sino solo a cumplir con sus horas de trabajo.
El Estado, a sabiendas de todo esto y mucho más, asume que es justo acordar sus remuneraciones con aumentos lineales, premiando a los que no trabajan y castigando a quienes más se esfuerzan. Subyace la influencia de las fundamentalistas ideologías de la igualdad. Esa igualdad que pretende ser equitativa para repartir dinero pero que termina siendo inmoral cuando brinda a todos lo mismo, no mediando idénticos méritos.
Los sectores gremiales, por su parte, se sientan a exigir compensaciones económicas sobre la base de prácticas autoritarias que critican. Apelan a estrategias corporativas con otros sindicatos con la clara intención de conformar una fuerza monopólica que les permita FIJAR el valor de lo que esperan recibir como retribución.
Ellos, los gremios, también saben de esas desigualdades. Claro que las conocen. Saben de esos colegas que no trabajan y que solo abusan de la impune protección sindical que les posibilita seguir usurpando un lugar sin ponerse a la altura de las circunstancias. Tampoco hacen algo al respecto.
Los padres de esos alumnos, que son quienes, en definitiva, deben PAGAR los costos del sistema educativo, observan como espectadores esta historia. No se les pregunta que piensan, que esperan, mucho menos cuanto están dispuestos a pagar. De hecho a nadie le interesa demasiado lo que realmente pase por sus cabezas. Existe el riesgo de que sus opiniones sean muy críticas y que comprometan seriamente a los prestadores del servicio educativo.
Algo esta mal en toda esta historia. Si los docentes quieren saber cuanto deben ganar, es tiempo de que puedan sincerarse. Los buenos docentes, esos que se esmeran con vocación y profesionalismo no deben preocuparse. Muy por el contrario, deben evitar que se los meta en la misma bolsa que esos otros mediocres de siempre.
Los docentes no deben temer a la evaluación de los padres. Es sana y ayuda a crecer. A no olvidar que esos padres que envían a sus hijos a la escuela para educarse, sirven a diario a su comunidad con sus profesiones, oficios o empleos. A ellos, a la mayoría de esos padres, el mercado los evalúa todos los días, y les establece su retribución sin que medie algún inmaculado sindicato al que no se puede cuestionar.
Esos padres saben lo importante de que sea el mercado el que les diga que hacer, como y a que precio. Para sobrevivir deben ser eficientes. Para que sus hijos puedan educarse tienen que luchar a diario y no se ofenden cuando algún cliente decide no elegir sus servicios. Entienden que deben esmerarse mas aun si pretenden ser parte de la fuerza laboral y alimentar así a sus familias para darles un futuro colmado de ejemplo y dignidad.
Hay que aprender de esos padres. Ellos SI pueden dar cátedra. Y esperan ansiosos esa oportunidad de opinar sobre la educación de sus hijos. Alguna vez los monopolios darán el paso al costado. Será el momento de los verdaderos dueños de la educación: Los padres.
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