Los precios máximos son perjudiciales
Por Verónica Spross
Siglo XXI
La carestía de la vida es preocupante porque refleja la inflación existente. Las personas de menores recursos son quienes se ven más afectados por el incremento en precios, porque pierden capacidad de compra sin poder defenderse. Están menos informados que los demás y no cuentan con los medios para defenderse del fenómeno. Sin embargo, a pesar de que aparenta ser una buena medida, la solución no está en imponer precios tope, porque entonces la medicina tiene peores resultados que la enfermedad.
Es necesario reiterar que la inflación es un fenómeno monetario, por lo que su control se logra por medio de políticas monetarias que impidan el crecimiento de la cantidad de dinero que circula en la economía. De lo contrario, se tomarán medidas paliativas, pero no se solucionará la raíz del problema. Los precios constituyen señales importantes para todas las personas y para los agentes económicos en general. La intervención de los precios genera un caos en el sistema económico porque confunde las señales que se reciben y ello hace que se destinen recursos a una actividad económica a la cual no se habrían destinado si tuviésemos precios reales.
Los precios mentirosos, como les llama el profesor Harberger, son uno de los peores errores en la política económica. Generan escasez, mercados negros, corrupción y acaban con la producción nacional por el desincentivo que ocasionan a los oferentes de un producto o servicio. Lamentablemente ya vivimos la mala experiencia de tener precios tope en el período 1984-85, y los resultados fueron muy tristes.
En ese momento se puso un precio máximo o tope a la leche, causándose el deterioro y reducción del hato lechero nacional. Quienes tenían lecherías no podían sostenerlas frente a un precio tope en un ámbito inflacionario. No tenían como pagar sus costos. Muchos lecheros optaron por convertir su hato lechero en ganado para carne, debido a que dicho producto no tenía precio tope. Otros vendieron las vacas a productores de otros países y se dedicaron a otra actividad agropecuaria que no tenía intervención estatal. El resultado fue que durante un buen tiempo, y aún ahora, los guatemaltecos importamos la leche de otros países, incluyendo a Nueva Zelanda, Australia, Holanda, Chile, Honduras, Francia, Costa Rica y México, entre otros.
Entonces, una acción supuestamente bien intencionada, que buscaba poder facilitarle la leche barata a los niños más pobres, terminó con el hato lechero nacional y logró que seamos consumidores a nivel mundial completamente globalizados. Lo positivo es que pudimos importar leche y no nos quedamos sin ella. Al finalizar la política de precios topes a la leche, se comenzó a recuperar la producción lechera en el país, pero se perdió la inercia de crecimiento en el sector con consecuencias de mediano y largo plazo.
Otra de las propuestas del Gobierno se basa en un programa heterodoxo de control de la inflación, con base en acuerdos de la sociedad para mantener los precios. Dichos programas no han sido del todo exitosos. Su potencial es muy limitado. Si se desea beneficiar a las personas de menores ingresos, es mejor contar con programas sociales bien focalizados, transferencias condicionadas y reducción de impuestos para incentivar mayor oferta de productos; pero evitemos a toda costa los precios mentirosos que distorsionan los incentivos económicos y causan escasez.
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