Argentina: El nacimiento volcánico de un nuevo modelo
Por Mariano Grondona
La Nación
Fue como una piedra en las aguas quietas de un lago. En un primer momento, el campo se limitó a reclamar la suspensión de la resolución 125 del 11 de marzo pasado, mediante la cual el ministro Lousteau pretendió confiscar la rentabilidad de la soja para ponerla en manos del Gobierno. Pero después el campo, animado por el éxito sin precedente de su protesta, la fue ampliando hasta incluir en ella la exigencia de una nueva política para las carnes, la leche y el trigo.
La piedra en el lago generaba círculos concéntricos cada vez más amplios. A la protesta inicialmente rural se sumaron las ciudades del interior en un movimiento que empezaba a mostrar su espíritu federal contra el centralismo del Estado nacional. Fue entonces cuando muchos intendentes y algunos gobernadores, kirchneristas o no, recibieron a los ruralistas para dialogar con ellos.
Mientras el alcance de la protesta se extendía así a ojos vistas, la dureza inicial de un gobierno encolumnado detrás de la intención inicial de Kirchner de poner al campo «de rodillas» se fue convirtiendo en perplejidad y en aislamiento. En ese preciso momento, Elisa Carrió advirtió que Néstor Kirchner se estaba encerrando en su «búnker» mientras las encuestas de popularidad de su esposa caían verticalmente y el país empezaba a perder los altos índices de crecimiento económico de los últimos años, un dato inquietante que no pueden disimular las fantasías del Indec.
A estas alturas de los acontecimientos era evidente que el poder kirchnerista estaba a la defensiva y que las vagas promesas de diálogo que aún emitía habían perdido credibilidad. Fue en este contexto que, mientras el Gobierno abandonaba la ilusión de organizar un acto gigantesco el próximo 25 de mayo y reunía apenas a unos pocos miles de manifestantes durante la asunción de la presidencia del Partido Justicialista por parte de Néstor Kirchner, quien en su transcurso simplemente calló, el campo se animaba a preparar su propio acto masivo para esa misma fecha, frente al Monumento a la Bandera de Rosario.
¿Qué estaba pasando? Que la protesta inicial se había extendido a límites inimaginables el 11 de marzo. Que no sólo el campo sino también el interior, con sus ciudades adentro, impulsaba el reclamo. Que el motivo de la pulseada ya no era solamente la soja porque el país había entrado en una nueva discusión mucho más amplia, y que determinar la naturaleza de esta discusión resulta esencial para que, entre todos, podamos ofrecerles a los argentinos un nuevo horizonte.
La agonía
Durante sesenta años, la Argentina ha sostenido un modelo de clausura industrial . Como el proceso de industrialización que inauguró Perón en 1945 promovió la radicación industrial masiva sin distinguir entre las industrias que tenían posibilidades competitivas y las que no las tenían, a resultas de este proceso, al que se le sumó el crecimiento igualmente masivo de la burocracia estatal, la única manera de sostener el modelo fue subsidiar los bajos salarios que él podía pagar echando mano a los abundantes recursos que generaba la altísima competitividad de la producción agropecuaria. Durante sesenta años, en suma, la consigna fue ordeñar la vaca rural. La industrialización masiva también dio lugar al crecimiento caótico de los suburbios de las grandes ciudades, donde hoy viven en condiciones humillantes millones de argentinos.
Este es el modelo que hoy agoniza en la Argentina. Dentro de él se montó la inmensa red clientelística que cosecha los votos cautivos de los ciudadanos de la periferia alimentados apenas por los envíos del campo en medio de la creciente inflación, quienes aún conforman el núcleo del voto oficialista.
Un modelo que está agotado. Después de reaccionar contra la última vuelta de tuerca de las retenciones, el campo, habiendo tomado conciencia de su fuerza gracias a la protesta, terminó por llamar a las ciudades del interior. Son los argentinos del interior quienes también se acaban de rebelar contra sesenta años de exclusión unitaria, izando por su parte la bandera federal.
La única manera de salir del conflicto actual será entonces elaborar un nuevo modelo económico que diseñe otro futuro para todos los argentinos, tanto los que viven en el campo como los que viven en las ciudades del interior, tanto la clase media urbana que termina de votar contra el Gobierno en las grandes ciudades como los sectores populares que sobreviven en la periferia. Un nuevo modelo económico capaz de reemplazar al viejo modelo, que ha empezado a agonizar.
El renacimiento
¿Cuáles tendrían que ser los rasgos constitutivos del nuevo modelo? Quizá contra el modelo moribundo de la clausura industrial, podríamos bautizarlo como un modelo de apertura agroindustrial .
Sugerida esta definición, habría que aclarar dos cosas. Primero, que el nuevo modelo deberá ser «agroindustrial» y no solamente «industrial» porque ha cesado de regir la vieja división de la actividad económica en un sector «primario» o «primitivo» (los alimentos y las materias primas) y otro «secundario» (la industria), debido a que hoy, habida cuenta de la revolucionaria sofisticación que ha alcanzado la producción rural, es forzoso concluir que tanto el campo como la industria son «secundarios» por cuanto ambos requieren un altísimo componente tecnológico. El campo y la industria, lejos de ser considerados rivales como antes, deberían entonces integrarse. El agro y la industria han pasado a ser, en suma, las dos caras de una misma moneda capaz de circular exitosamente por el mundo.
Lo segundo que habría que aclarar es que la apertura de la Argentina en dirección de una intensa ofensiva exportadora en el mundo no ha de hacerse impulsivamente. Nuestro país abrió varias veces su economía a la competencia internacional de manera abrupta, irreflexiva, lo cual no le permitió a la industria adaptarse a tiempo al torneo de las naciones. Cabría recordar aquí el visionario proyecto industrial de Carlos Pellegrini, quien a comienzos del siglo XX, cuando fundaba la Unión Industrial, propuso un proteccionismo suavemente declinante para permitir que las industrias locales se prepararan gradualmente para competir.
Hay un nuevo consenso entre el agro y la industria, por lo tanto, en ciernes. Queremos un país agroindustrial que salga al mundo a invadir mercados mientras se sigue protegiendo a la industria actual por el tiempo que resulte necesario. El campo y la industria están llamados a ser socios, no rivales. Así, aunando nuestros esfuerzos, los argentinos nos iremos convirtiendo poco a poco en un país que, por sus altos índices de productividad, podrá pagar a sus trabajadores salarios cada vez más próximos a los de los países desarrollados. Hasta que esta meta se alcance, empero, el campo tendrá que diseñar una estrategia que, a la vez que le permita volcar en el mundo sus generosos excedentes, también lo lleve a subsidiar el consumo popular hasta que el enriquecimiento general lo vuelva innecesario. Un país así ordenado atraería inmediatamente a los ingentes capitales que no vienen y que nos hacen falta, enviando a la buhardilla de la historia el Estado concentrador y asfixiante contra el cual se está rebelando un número creciente de argentinos.
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