Impuestos por nada
Una apropiación gubernamental radicalmente sin precedentes del control de la economía norteamericana se va a debatir esta semana cuando el Senado considere salvar el planeta por medio de un sistema de intercambio de emisiones destinado a racionar las emisiones de carbono. El plan está co-apadrinado (con John Warner) por Joe Lieberman, un ardiente partidario de John McCain, que apoya la legislación de Lieberman y recientemente se pronunciaba acerca de “los hechos centrales de crecientes temperaturas, niveles del mar en ascenso y todos los problemas sin final que traerá el calentamiento global.”
Hablando de problemas sin final, el “sistema de intercambio” viene trufado de retórica tranquilizadora sobre que el gobierno está creando simplemente un mercado, pero el gobierno en realidad genera la escasez para que el gobierno pueda vender lo que se ha hecho escaso. El Wall Street Journal subestima la nocividad del sistema cuando dice que el plan creará un nuevo derecho (“indulgencias”) a producir dióxido de carbono y le marcará un precio. En realidad, dado que la libertad es el silencio de la ley, ese derecho ha existido siempre en ausencia de prohibiciones. Con el sistema de intercambio de emisiones, el gobierno crea un derecho para sí mismo – un derecho extraordinariamente lucrativo a racionar el ejercicio de sus derechos tradicionales por parte de los americanos.
Las empresas con permisos de emisión sin utilizar podrían vender sus excedentes a empresas que superan sus permisos. Contra más caros y restringidos los permisos, más dinero gana al gobierno.
Si las emisiones de carbono son la amenaza planetaria que la clase política dice de pronto que son, ¿por qué no un impuesto directo sobre los combustibles fósiles basado en el contenido en carbono de cada combustible? Esto no tendría ninguno de los enormes costes administrativos del régimen barroco del sistema de intercambio de emisiones. Y el impuesto del carbono evita las incertidumbres inherentes a la distribución de permisos sector a sector e industria a industria por parte del gobierno. De manera que un impuesto al carbono sería un incentivo imparcial y claro para adoptar tecnologías de ahorro de energía y minimización del carbono. Ese es el problema.
Un impuesto al carbono sería demasiado claro e imparcial para resultar políticamente cómodo. Sería con claridad lo que es el engañoso sistema de intercambio de emisiones, un impuesto, pero un impuesto con un importe conocido. Por tanto, los contribuyentes exigirían una reducción sustancial de los demás impuestos. El sistema de intercambio de emisiones – el gobierno subastando permisos para que las empresas sigan haciendo negocio – es un gigantesco impuesto oculto en un laberinto burocrático de opacas transacciones de autorización.
El precio adecuado de los permisos de emisiones de carbono debería reflejar los costes futuros del calentamiento fruto de las emisiones actuales. Esto está destinado a ser una estimación a ciegas basada en modelos informáticos construidos mediante cálculos. Lieberman calcula que el valor del mercado de todos los permisos será de “alrededor de 7 trillones de dólares antes de 2050.” ¿Esa sobrecogedora cifra equilibrará una reducción de 7 trillones de dólares de los demás impuestos? No exactamente.
Iría a Climate Change Credit Corp., la cual Lieberman llama “una entidad mixta pública-privada”, que operando al margen del proceso presupuestario invertiría “en muchas cosas.» Sería política industrial, alias socialismo, a gran escala – eligiendo el gobierno a ganadores y perdedores, todos los cuales tendrán contundentes incentivos para invertir en grupos de presión para influenciar las miles de nuevas decisiones en materia de distribución de la riqueza por parte del gobierno.
La legislación de Lieberman también crea una Junta de Eficiencia del Mercado del Carbono dotada de poderes para “abastecer de permisos y modificar peticiones” en respuesta a “un impacto que sea mucho más oneroso” de lo esperado. Y Lieberman dice que si una compañía extranjera que vende un producto en América “disfruta de un precio ventajoso sobre un competidor americano” porque la firma americana ha tenido que cumplir con el régimen de intercambio de emisiones, “impondremos un arancel” a la compañía extranjera “con el fin de igualar el precio.”
El proteccionismo disfrazado de ecologismo engrosará el desagradable entramado de la vida comercial y política.
McCain, que apoya la expansión sin precedentes del poder regulatorio del gobierno obra de Lieberman es el azote de todos los grupos de presión (menos de aquellos contratados por su campaña). Pero el sistema de intercambio supondrá un período de vacas gordas para la calle K, el hábitat natural de los grupos de presión, porque agudiza y expande colosalmente los aspectos ventajosos y minimiza los riesgos que para las empresas significan las elecciones del gobierno.
McCain, el higienista político, está impaciente por reducir la cifra de dinero en política. Pero el sistema de intercambio de emisiones, al incrementar enormemente la cantidad de política en la asignación del dinero, garantizará un incremento monumental del dinero en política.
Con respecto a los “hechos centrales” de McCain, la Organización Meteorológica Mundial de Naciones Unidas, que ayudó a establecer el Panel Intergubernamental de Cambio Climático – co-ganador, con Al Gore, del premio Nobel – afirma que las temperaturas globales no han ascendido en una década. De manera que el Congreso va a llegar tarde a la fiesta para salvar el planeta. ¿Mejor tarde que nunca? No. Cuando el gobierno, siempre impaciente por expandir su control sobre los súbditos y su riqueza, fabrica histeria como excusa para hacerlo, entonces: mejor nunca.
© 2008, The Washington Post Writers Group
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