Los nacionalismos y el Euribor
Por Valentí Puig
ABC
El genio de la lámpara ha ido desdibujándose en el aire al trasbordar CiU del autonomismo «de facto» al soberanismo de intención. Sintieron la tentación de ser más nacionalistas que ERC y han desperdiciado centralidad. Sus votantes no están por el secesionismo, como dicen una y otra vez las encuestas.
Tal vez Pujol fue capaz de decir una cosa en Madrid y hacer otra en Barcelona, de lanzar mensajes que satisfacían la sentimentalidad del catalanismo, al votante más o menos de centro-derecha y a los empresarios, pero sus sucesores tienen dificultades patentes tanto de dicción como de semántica.
En plena crisis económica, los diputados de CiU van a verse votando los Presupuestos Generales del mismo Zapatero, que tan ahorrativo fue con la verdad en sus charlas monclovitas con Artur Mas sobre el nuevo Estatuto catalán. No está de más recordar que en los pactos del Majestic entre PP y CiU los pujolistas se comprometían a no pedir ni la reforma estatutaria. A cambio, no faltó un «quid pro quo», ni la adhesión catalanista al proceso de convergencia económica en el euro. Ahora es distinto: se trata de atarse al palo mayor con Zapatero para pasar el cabo de las tormentas recesionarias. Lo hicieron en los peores momentos del felipismo, también con Solbes. Pero en aquel momento tenían el poder en la Generalitat y consideraban a los de ERC poco menos que como los gamberros del pueblo que al pasarse de copas invocaban una Cataluña independiente. CiU amamantó a una ERC que se le fue al tripartito. Así abandonaron la vía autonomista, el mapa de ruta de Roca, y pidieron el derecho de autodeterminación.
Ahora CiU constata que ni un 30 por ciento de sus votantes está por la independencia de Cataluña. A este paso, el PSC-PSOE convoca elecciones anticipadas y gana, ya sea con Montilla o con Carmen Chacón. El autonomismo da nostalgia, como los pactos del Majestic o las tentativas de aproximación entre Maura y Cambó, pero el genio soberanista ya se salió de la lámpara. Fundamentalmente, lo que inquieta a la ciudadanía catalana es la economía y en eso, al menos aparentemente, hay poca consanguinidad con el zapaterismo. No es lo mismo un Solbes con Felipe González que un Solbes con Miguel Sebastián.
También para el PNV las hipotecas son cada vez más caras. Sólo un 22 por ciento de la sociedad vasca da su apoyo a una iniciativa de secesión. Mientras tanto, el PSOE avanza electoralmente y pudiera ser el partido con más escaños en las elecciones autonómicas. El plan Ibarretxe es un fiasco que, hoy por hoy, no podría rebañar aquellos votos que fecunda el victimismo nacionalista. Al apartarse, aunque tarde, de su estrategia de negociación con ETA, Zapatero sacó más beneficio político del que seguramente esperaba. No hubo castigo, sino recompensa. En cambio, un 51 por ciento del electorado vasco desea un cambio de lendakari. El autonomismo desapareció de los horizontes del PNV hace ya tiempo y no tan sólo como decorado de opereta con indianos nostálgicos. Dada la abrupta historia del PNV, poco destacaría un episodio como el del liderato confusionista de Ibarretxe si no fuera porque ha dividido al máximo la sociedad vasca y por la línea de puntos que marca fronteras entre el terreno todavía practicable y el camino sin retorno. Encuestas en mano, la incógnita esencial está en si Zapatero querrá pactar con el PNV o con el PP.
En el nacionalismo tanto vasco como catalán persiste la ambivalencia de referirse a los «lander» alemanes cuando conviene el autonomismo y a Québec cuando lo que toca es el soberanismo. Con los «lander» hemos topado. En realidad, el hecho federal en la Alemania Occidental no proviene de una voluntad soberana, sino de las condiciones que impuso Francia cuando los Estados Unidos y el Reino Unido decidieron que rehacer Alemania era imprescindible para atajar la amenaza soviética en los inicios de la guerra fría. La España de las autonomías es algo muy distinto y procede de un venturoso pacto constitucional. Cierto que ya entonces hubo quien asomó con gestualidad soberanista. Ahora también, pero por lo visto son gestos que de cada vez retraen más al elector.
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