Las fuentes de la riqueza
Por Manuel Hinds
El Salvador
Es muy común oír que la agricultura es la fuente de toda riqueza. Es también común oír que –como dijo Mauricio Funes– la vocación económica del país es agrícola y que todos nuestros males derivan de que nos hemos dedicado a hacer otras cosas en vez de concentrarnos en ella.
No es cierto que la agricultura sea la fuente de toda riqueza. No es cierto que nuestros males se deriven de que tenemos industria, bancos, restaurantes, universidades y otras fuentes de riqueza diferentes de la agricultura. No es cierto que vamos a progresar más si nos volcamos a convertir a El Salvador en un país predominantemente agrícola. De hecho, el mundo entero experimentó muy poco progreso durante las decenas de siglos en los que la agricultura era la fuente principal de riqueza. Las personas del Siglo XVIII vivían más o menos igual, a veces mucho más pobremente, que las que habían vivido en la época del imperio romano. Labraban la tierra con las mismas herramientas; recibían los mismos cuidados médicos; usaban los mismos medios de transporte; se tardaban lo mismo en llegar de, digamos, Roma a Londres; se comunicaban igual a la distancia; tenían los mismos conocimientos de ingeniería (a veces menos, ya que algunas tecnologías desarrolladas por los romanos se habían olvidado).
Fue sólo hasta que la Revolución Industrial comenzó en Inglaterra que el desarrollo económico se volvió exponencial, generando progreso en cada dimensión de la vida: nuevas herramientas para la agricultura misma, como los tractores que permitieron que una persona produjera lo mismo que cien antes de la invención de ellos; que se inventaron el barco de vapor, el ferrocarril y los aviones, que han acortado enormemente los tiempos necesarios para llegar de un lado a otro; que se inventaron el telégrafo, la radio y la televisión para comunicarse instantáneamente alrededor del planeta; que se descubrieron y se domesticaron los poderes de la electricidad, la biología, los químicos, etc., etc., etc. Todo esto fue posible por el enorme poder de generar valor agregado de la industria y los servicios, que es muchísimo más grande que el de la agricultura.
El papel que el desarrollo de la industria y los servicios tiene en el desarrollo puede verse no sólo en la historia de los países desarrollados, sino también en una comparación de la dependencia de la agricultura con la riqueza nacional en todos los países del mundo en este momento. Mire usted la gráfica adjunta, en la que se compara la riqueza de los países (medida por el ingreso por habitante) con la dependencia de la economía de la producción agrícola. Si fuera cierto que la agricultura fuera la fuente de toda riqueza, la curva iría para arriba, de tal manera que el ingreso sería más alto en los países que se dedican más a la agricultura. Es al revés. Los países más ricos son aquellos que dependen menos de la agricultura, es decir, los que han desarrollado otras actividades que generan más valor agregado que el que se le puede sacar a la agricultura. En realidad, la agricultura contribuye menos del 2 por ciento al Producto Interno Bruto (PIB) de los países desarrollados (Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Japón). El creer que estos países son ricos por su agricultura es como creer que Bill Gates (el dueño de Microsoft) es rico porque tiene un jardín grande en el que siembra tomates.
Es obvio que tenemos que aumentar la producción agrícola pero no debemos caer en el ridículo de creer que si el maíz está caro los médicos deben cerrar sus clínicas y los ingenieros deben de dejar sus obras y los industriales sus fábricas para irse a cultivarlo. Cada uno de ellos produce mil veces más para el país que lo que podrían hacer si se dedicaran a sembrar maíz.
El autor es Máster en Economía de la Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
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