Agresión a una “prima”
Por Rómulo López Sabando
El Expreso de Guayquil
Es que no fue una golpiza. Ni una pelea cuerpo a cuerpo. Tampoco un “tatequieta” ni una “paliza”. Fue una pateadura espectacular, que nadie sabe qué tiempo duró. Con alevosía. En pandilla. En despoblado. Por cada puntapié y puñetazos un coro perverso rugía, con aplausos y gritos de júbilo. Mátala, se oía al unísono. Caída, en el suelo, sin chance a defenderse, no pudo siquiera acurrucarse para proteger su cabeza y rostro.
Y toda esta masacre, propia de bestias salvajes, filmada y grabada por sus cómplices, en el paroxismo de su maldad, (o arrepentidas, avergonzadas o asustadas por su participación o hasta por temor a represalias o igual trato de parte de sus compinches), a escondidas la difundieron al mundo por Internet. Rompieron la “ley de la omertá”, la ley del silencio o el silencio cómplice.
Ahíta de sangre, sin piedad ni remordimiento, la criminal sólo se detuvo cuando la víctima perdió el conocimiento y su cuerpo quedó inmóvil. Sus brazos y manos, lesionados y caídos, en vano intento por detener la agresión, no impidieron que el pecho, estómago, piernas, cabeza y cara fueran cruelmente masacrados, cerca de Madrid. Qué razón o motivos tuvieron para tan brutal atropello, no cabe explicar. Se podría caer en el error de hasta justificar tan vil y canallesca conducta.
Que la delincuente agresora es menor de 18 años, no es eximente de responsabilidad penal ni atenuante moral. Igual que aquel otro sicópata delincuente que, a mansalva y en terrorífico abuso, agredió con saña a otra ecuatoriana en un tren. Cualquier expresión o acto previos de parte de las ofendidas, de ninguna manera justifican semejantes abusos ni tan brutales e inhumanos atropellos. Y la noticia devoró las redes mundiales. Los diarios, TV e Internet, en todos los idiomas, se hicieron eco de la denuncia de la prensa y TV española.
¿Qué pasa con “la justicia”? ¿Y los defensores de los “derechos humanos”, de aquí y allá? ¿Dónde están? Y, ¿aquellos que protestaron, a nivel internacional, con inusitado énfasis, cuando lo de Raúl Reyes, por qué se demoran en “protestar”? ¿O, tal vez, no sea motivo para hacerlo?
Al margen de esto que, parecería ocurre con frecuencia contra los inmigrantes ecuatorianos, se dice que no es pelea de “muchachos”. Es, quizás, una actitud general con múltiples vertientes. Tan horrible y malvado suceso trae a la memoria los atropellos de los ibéricos de hace 500 años y las perversas agresiones que, como castigo, violando los derechos humanos, realiza la “justicia indígena”.
Ahora ha sido contra otra “prima” quien, aunque cobriza su piel e indígena su ancestro, lleva en su sangre genes de hispanos. Es evidente que los cientos de miles de ecuatorianos que fugaron hacia España en busca del “buen vivir”, que aquí no encuentran, son gente de trabajo, honorable, competitiva que produce y consume, al extremo de ser parte del éxito económico de España y fuente de multimillonarias remesas hacia el Ecuador, que habilitan “sobrevivir” a sus parientes.
Pero tampoco se puede desconocer que son cientos los delincuentes, vagos, ladrones y desadaptados, pandilleros (Latin King, y otros por ejemplo) que emigran hacia España y el resto del mundo, para “sentar sus reales” y hacer “de las suyas” creando un ambiente adverso para los que, honorablemente, allá trabajan.
Hay de todo. Es parte del fenómeno migratorio. Recuerdo que, cuando estudiaba en Europa, allá por la década del 70 al 80, los españoles y los yugoeslavos eran los ilegales, inmigrantes y rechazados por las “sociedades europeas” que los “empleaban” en las tareas “bajas”, hasta que la revolución económica del Estado español impulsó la libertad, la inversión de riesgo y la producción en competencia.
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