Y el Perú ¿por qué sueño baila?
Por Juan Paredes Castro
El Comercio, Lima
Medio país ha vivido durante la semana metido en el escándalo de si el final de «Bailando por un sueño» fue en vivo o grabado, o lo que es peor: que en el mismo final se haya pedido la votación del público por algo que ya estaba arreglado de antemano.
Medio país ha estado atrapado por el ráting de este escándalo. A medio país no le ha interesado otra cosa, como saber, por ejemplo, si la ministra Verónica Zavala, será capaz de poner fuera de circulación a tanto brevetado criminal. Y más cerca de la cárcel a tanto empresario formal e informal que hace mucho tiempo domina otro sistema de tráfico: el de sus poderosas influencias en los niveles de intermediación de la Dirección de Transporte Terrestre.
En medio del elevado ráting de los que bailan por esto o por aquello o por cualquier cosa, la interpelación a Zavala casi se frustra por falta de quórum, en un Congreso que se desgañitó pidiendo el sometimiento de la ministra a los fueros legislativos.
Esto solo podía pasar en un país que no baila por ningún sueño, ni como nación ni como Estado ni como proyecto nacional ni como contrato social suscrito en la Constitución, porque sencillamente todos bailan por su propio sueño, sin duda sano y legítimo, pero por su propio sueño.
Fueron días, estos últimos, de recordación del quinto año del informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, el mejor intento de memoria histórica que hemos emprendido alguna vez en el Perú.
Una vez más el viejo sueño de un país integrado y reconciliado consigo mismo volvió a disolverse y a revivir sus fantasmas de división y confrontación. Volvimos a perdernos en la polémica irracional de quién es más inocente que quién, quién más amnésico que quién y quién más culpable que quién. En tanto las raíces de la ancestral violencia que Sendero Luminoso y el MRTA encendieron con la mecha demencial de su marxismo retorcido y sus métodos criminales están ahí, arremolinadas en la estructura social y cultural, esperando el milagro de un Estado que aún no sabe descifrar los códigos de la pobreza, la inequidad y la segregación andina y amazónica.
No hay manera de que el Perú viva, baile o muera por un sueño. ¿Es que se lo arrebataron del todo que ya no puede rescatarlo? ¿Es que quienes vivimos, bailamos y morimos por nuestros propios sueños no queremos concederle el privilegio de poseer el suyo?
Por ahora el monopolio del sueño propio, ráting incluido, lo tiene la farándula, en contraste con un colectivo nacional aparentemente castrado de la posibilidad de soñar en un futuro diferente que también la historia se lo ha negado, pero que sin embargo estamos llamados a luchar para romper ese embrujo.
Esa es la utopía por la cual no debemos dejar de vivir los peruanos. La utopía de que el Perú, menos fracturado y más reconciliado, baile alguna vez por un sueño propio.
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