Las lecciones de la campaña presidencial estadounidense
Por Patricio Navia
Infolatam
Nueva York – Si bien el repunte de la candidatura presidencial del republicano John McCain ha tomado por sorpresa a muchos observadores internacionales que anticipaban una fácil victoria de Barack Obama en las presidenciales del 4 de noviembre, la competida contienda electoral que se avecina constituye una señal clara del buen estado de salud de la democracia estadounidense y una lección útil para las democracias latinoamericanas.
La competencia es parte esencial de la democracia. Un sistema político sin competencia inevitablemente deviene en políticas públicas de menor calidad, en líderes menos interesados en sus electores y más preocupados de satisfacer a grupos de intereses especiales y en una clase política que se siente demasiado segura en el poder y se olvida que están, después de todo, llamados a representar los mejores intereses de sus votantes.
En Estados Unidos, los procesos electorales son altamente competitivos. En las últimas dos contiendas en 2004 y 2000, la diferencia entre el ganador y el perdedor fue mínima. En 2000, George W. Bush se impuso en el Colegio Electoral pese a perder el voto popular. En 2004, Bush apenas superó al demócrata John Kerry por un 2,5% de la votación. Pese a las legendarias irregularidades y desórdenes observados en 2000, especialmente en Florida, las elecciones estadounidenses son bastante bien organizadas y el proceso electoral altamente transparente. El financiamiento a las campañas es público. Todos pueden saber quién paga las cuentas. Si bien han proliferado las campañas negativas y los comerciales en televisión se reducen a frases golpeadoras que a menudo tergiversan la verdad, los debates presidenciales abundan tanto en periodo de primarias como en la elección general. Todos los votantes interesados en conocer las posturas de sus candidatos—o las críticas que hacen sus rivales, opositores o medios de prensa—tienen la oportunidad de hacerlo. El acceso a la información sobre las fortalezas y debilidades de los candidatos es amplio.
En América latina, en cambio, los procesos electorales funcionan con menos dinamismo. En la mayoría de los países existe demasiada opacidad sobre quién financia las campañas. El uso de recursos públicos para apoyar candidatos oficiales ha sido ampliamente documentado. Los aspirantes que poseen fortunas personales—o que son financiados por intereses particulares—a menudo las utilizan sin que los electores sepan los orígenes de los regalos que reciben como incentivos para votar. Se sabe poco sobre cuánto se gasta en cada campaña y sobre quién termina pagando la cuenta.
Las campañas resultan insuficientemente informativas. Ya sea por el exceso en el número de candidatos presidenciales o porque los que van liderando las encuestas simplemente se niegan a participar, los debates presidenciales son escasos y poco informativos. Los candidatos más populares se resisten a realizar entrevistas y prefieren potenciar su imagen en apariciones donde hay poca deliberación, muchas promesas fáciles y pocas oportunidades para que la gente y la prensa exijan respuestas detalladas sobre cómo los candidatos piensan abordar los desafíos e implementar políticas para cumplir sus promesas.
La democracia estadounidense está lejos de ser perfecta, pero la intensidad con que se vive la campaña y la incertidumbre asociada a los resultados demuestra que al final del día la decisión final está enteramente en las manos de los votantes. Nadie tiene asegurada la victoria. Aquel candidato que demuestre entender mejor las demandas y necesidades de la gente y logre transformarse en un articulador de un proyecto de futuro atractivo y convincente se convertirá en el próximo presidente de Estados Unidos. En los dos meses que restan de campaña, veremos a McCain y Obama trabajando arduamente para convencer al indeciso electorado estadounidense. La incertidumbre que hoy reina en Estados Unidos sobre quién se terminará imponiendo refleja el saludable estado de la democracia en ese país. América latina debiera aprender lecciones de la experiencia estadounidense. Mientras más competidas sean las elecciones y más disputadas las campañas, más información tendrán los votantes sobre el contenido de las promesas de los candidatos y sobre sus fortalezas y debilidades. Así, la decisión soberana del voto puede ser tomada con acceso a mejor información y más conocimiento.
La soberanía popular se fortalece cuando las elecciones son altamente disputadas y nadie se siente presidente antes de que se hayan contado los votos.
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