Argentina: Lejos de dictar cátedra en economía
Por Roberto Cachanosky
La Nación
Pocos días atrás la presidenta Cristina Kirchner afirmó: «Estamos viendo cómo este primer mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debíamos llegar, se derrumba como una burbuja y aquí nosotros, modestos y humildes, los argentinos con nuestro proyecto nacional estamos en medio de la marejada, firmes». Si nuestra meta no es el nivel de vida del primer mundo, sería bueno saber cuál es la que busca el matrimonio presidencial, porque, como veremos enseguida, muy bien no nos ha ido aislándonos y viviendo con lo nuestro o mintiendo con las estadísticas.
La Presidenta hizo estas afirmaciones muy suelta de cuerpo como si nuestra economía no tuviera una de las inflaciones más altas del mundo; como si la pobreza no aumentara bajo el actual modelo de inclusión social que nos pretenden vender como «el modelo»; como si el superávit fiscal no estuviese basado en impuestos tan distorsivos como el impuesto al cheque y a las exportaciones; como si tuviésemos un tsunami de inversiones y como si la distorsión de precios relativos no fuese una bomba con una mecha cada vez más corta, al punto que ha obligado al Gobierno a subir algunas tarifas dado que los recursos ya no alcanzan para seguir incrementando los subsidios para mantenerlas artificialmente bajas. Y, finalmente, como si la amenaza de embargo sobre las reservas del BCRA no se hubiesen convertido en una estímulo para tratar de arreglar con los holdouts . En definitiva, es como si el muerto se asustara del degollado.
Otra afirmación que suele repetir Cristina Kirchner es que, por primera vez en 200 años de historia, bajo la presidencia de su marido y la de ella, la economía argentina creció cinco años seguidos al 8,8% anual. Sería bueno que alguien le acercara algunas estadísticas para que no siga diciendo eso, porque, por ejemplo, entre 1902 y 1913 (año anterior a la Gran Guerra) la economía argentina creció sistemáticamente, logrando una tasa promedio del 7% anual durante 11 años consecutivos. Digamos que al oficialismo todavía le faltan seis años más para igualar o mejorar la marca de aquel período en que estábamos integrados al mundo. El período en que fuimos el granero del mundo. Cuando vendíamos un «yuyito» llamado trigo y la industria ganadera crecía, en vez de ser destruida por los burócratas de turno.
Justamente, volviendo a los beneficios de incorporarse o no al mundo, veamos algunos datos. Para hacer las comparaciones voy a usar las estadísticas del economista e historiador Angus Madisson, quien ha calculado el PBI y el PBI per cápita en una larga serie histórica utilizando dólares constantes en base al dólar internacional 1990, Geary-Khamis, un método que permite comparar el poder de compra de los países de una determinada canasta de bienes, con relación al de Estados Unidos.
Tomando como punto de partida la década del 40, posterior a la crisis del 30 y cuando la Argentina decide aplicar el modelo de sustitución de importaciones y alejarse del mundo (el que mismo que se aplica hoy), nuestro ingreso por habitante era por ejemplo, más del doble que el de España. En 2006, el ingreso por habitante de España fue el doble que el nuestro. Como todos saben, luego de la muerte de Franco, España decidió incorporarse a ese primer mundo que, según nos dicen, se derrumba como una burbuja. El resultado es que hoy, en vez de venir los españoles a radicarse a nuestro país, los argentinos emigran hacia España.
También sabemos que a partir de 1987 Irlanda decidió incorporarse al mundo aplicando profundas reformas económicas. De esas que por estas tierras son despreciadas por capitalistas salvajes, antipopulares y regresivas. En la década del 40 nosotros teníamos un ingreso por habitante que era un 48% mayor que el de los irlandeses. En 2006 Irlanda tenía un ingreso per cápita casi tres veces superior al nuestro. Si nos comparamos con el «decadente» primer mundo, veremos que no nos fue nada bien contra Canadá, Australia y Estados Unidos. Entre la década del 40 y 2006, nuestro PBI por habitante aumentó el 106%, el de Canadá el 260%, el de Australia el 252% y el de Estados Unidos un 221%. El de Brasil subió el 318% y el de Chile el 271 por ciento.
¿A quién queremos convencer que aislándonos del mundo somos más fuertes y soberanos? ¿A quién queremos convencer que nuestras reglas de juego arbitrarias e imprevisibles son un mecanismo más eficaz para crecer que la competencia, la incorporación al comercio mundial y el respeto por los derechos de propiedad?
Es cierto que Estados Unidos en particular y el mundo en general pasan por una crisis financiera de envergadura, pero resultaría temerario afirmar que esa crisis los va a conducir a una caída del PBI por habitante hasta ponerlos a la par o por debajo de nosotros en unos pocos años más. También es verdad que, desde el punto de vista financiero, esta crisis nos afectó marginalmente.
Pero no es eso un mérito de la política económica vigente, sino consecuencia de estar fuera del mundo. Nadie nos presta un dólar y me animaría a decir que nos ignoran. Y, como dice un amigo mío, es preferible a que hablen de uno, bien o mal, pero que hablen, a que lo ignoren. A nosotros nos ignoran.
Caen los precios
Claro que si la «decadente» economía norteamericana entra en recesión, siendo casi un tercio del PBI mundial, afectará el resto de las economías y, probablemente, el precio de las commodities bajen. En ese caso, un modelo económico tan precio soja dependiente sufrirá los efectos de la burbuja del primer mundo. Bajo ese escenario, ya no se discutirá si se insiste con la resolución 125, sino que tendrán que pensar si pueden mantener las retenciones en los niveles actuales. Y siendo que los derechos de exportación representan el 13% de los ingresos tributarios y no son coparticipables, los números fiscales y el esquema de poder se diluirían.
Nuestro desempeño a lo largo de los últimos 65 años ha sido lamentable, y así como hoy, por ser ignorados por el mundo, sufrimos menos el impacto de la crisis, también nos hemos perdido décadas de crecimiento y mejora en la calidad de vida de nuestra población.
El actual modelo, caracterizado por un fuerte intervencionismo, estatismo, aislacionismo del mundo y ausencia de respeto por los derechos de propiedad reedita lo que se ha hecho en infinidad de oportunidades en nuestro pasado con los resultados expuestos, y no se visualiza ninguna razón para que ahora pueda dar resultados diferentes a los del pasado. Francamente, cuando uno analiza los números, es más que evidente que no estamos para dar cátedra a nadie sobre cómo se desarrolla un país. En todo caso, algunos podrán, dominados por la soberbia y una escasa preparación intelectual, disfrutar de las crisis del exterior y levantar el dedo acusador. Pero la realidad es que eso no es más que una especie de premio consuelo transitorio ante tanta incapacidad propia para construir un país en serio.
El autor es economista.
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