El calor del poder
Esta crisis financiera sobrevino como consecuencia de la, cada vez más, exacerbada forma de manipular los mercados que los grandes países aplicaron a sus economías, en un acto desesperado por sostener los niveles de actividad.
Cualquier economista mediocre podría proyectar que sucedería respecto de cada sector de la economía como consecuencia de este desajuste. Es que es demasiado evidente, simple de leer, sencillo de interpretar. Nadie debería tener dudas acerca de lo que sucederá. En todo caso, tendríamos que prepararnos para lo que se viene con más certezas que temores.
Sin embargo, la comunidad mundial está profundamente preocupada respecto de lo que va a pasar. Invade a todos la incertidumbre y cierta sensación de impotencia popular frente a los acontecimientos.
Sin embargo, esto no es lo que esta pasando. El «mareo» de los analistas, el desconcierto generalizado de la sociedad, proviene del INMENSO poder estatal. Es que los gobiernos están decidiendo que hacer, como y cuando hacerlo. En cada país, en cada lugar, los gobernantes de turno, según sus códigos e ideologías, impondrán sus políticas. Los individuos estaremos allí, «esperando» esas decisiones para saber que hacer. Papel pasivo el de los ciudadanos. Solo meros espectadores de esta puesta en escena.
A esta regla no escapa nadie. Todos los países, incluidos los del primer mundo, juegan el mismo partido. Lideres políticos de EEUU y de casi toda Europa han coincidido en la necesidad de provocar una intervención estatal proporcional a la que causo la crisis. El sentido de esa intromisión, los mercados a los que invadirán con normas, reglas y regulaciones, son la razón de la distorsión que los ciudadanos perciben con pánico.
Por eso la gente esta desorientada. Porque no sabe en que dirección actuarán los poderosos aparatos estatales que nuestras sociedades supieron engendrar.
Este frente al escenario soñado por las corporaciones. El poder está en manos del Estado. Se encuentra concentrado, en pocas manos y delegado por un pueblo que le ha cedido casi totalmente la iniciativa y que se entrega atado de pies y manos a los designios de los políticos a quienes, paradójicamente, detesta.
Este es el presente de las contradicciones que la humanidad se plantea en estas últimas décadas y del que seguramente aprenderá alguna vez.
A la inmoralidad del origen de esta crisis, ahora le sumamos una mayor. Es que los que mejor sobrevivirán a este desastre son los que tengan más información, los que estén más cerca del poder, los que hayan podido influir en él, para que proteja a las actividades económicas que representan.
Pululan por todo el mundo los lobbistas. Son los profesionales mas cotizados del momento. Es que estar bajo las sombras del poder les garantiza, conocer con anticipación lo que va a ocurrir. Aspiran no solo a influir, sino también a saber con antelación cual será el siguiente paso del Estado. La idea es jugar a la lotería, sabiendo el número que va a salir. Pretenden plena garantía. Y la tendrán por su proximidad al poder. No se puede pedir más.
Los que no tienen precisiones, los que vivirán a la deriva todo este proceso, serán los más pobres, los que están lejos de las luces del poder, los que no tienen lobbistas, ni asesores informados que los orienten o aconsejen.
Más de lo mismo, la historia más perversa de este mundo que dice preocuparse por todos, que habla de equidad, de justicia y de valores, pero que teje en las sombras los negocios más retorcidos, que solo el descalabro puede permitir.
En tiempos como estos, no sobreviven solo los mas talentosos e inteligentes, sino también los que menos escrúpulos tienen.
La fórmula se ha renovado nuevamente. Estar cerca del poder parece suficiente. Así pueden recibir el calor de las decisiones gubernamentales y bajo el siempre vigente argumento del arraigado proteccionismo, muchas industrias recibirán subsidios y privilegios que los sectores más desorganizados de la sociedad no verán de modo alguno, y que encima terminarán pagando.
Se supone que vivimos en un mundo en el que nos llenamos la boca hablando de intentar recuperar los «principios», de transmitir a nuestros hijos y a las generaciones futuras cierta escala de valores que se debe defender a capa y espada.
Sin embargo, ese heroísmo se desvanece cuando se trata de sostener «el negocio». Alli, desaparece el discurso. Entonces terminamos presenciando el obsceno espectáculo que nos propone la dirigencia. Ayudar a los amigotes de siempre, disfrazando esas decisiones, tras de patrióticos rescates, apoyo a la producción, al empleo y a la estabilidad. Doblemente obsceno, por la acción primero y por el discurso después.
Esta crisis la provocó, la golosa actitud de mediocres dirigentes políticos que creyeron haber encontrado la fórmula para crecer indefinidamente. Intentaron desafiar a los ciclos naturales que posibilitan la evolución y el crecimiento. Esas etapas suponen altos y bajos. Ellos creyeron sortear ese recorrido, manipulando a los mercados con una intervención estatal a la medida de cada circunstancia. El más puro keynesianismo viene intentando gobernar el mundo desde hace tiempo. Las consecuencias ya están a la vista.
La historia de nunca acabar. Permanentes intervenciones estatales, siempre funcionales a los deseos de la gente de encontrar mágicas soluciones de la mano de los gurúes de turno. Detrás de cada Mesías, se consuman importantes negocios ineficientes, que resultarías inviables al mercado sin la participación de un Estado omnipresente. Una horda de intelectuales, fabrican complejas teorías, que se caen por su propio peso, pero que ayudan a justificar sus retorcidas explicaciones. Se suma una eficaz campaña publicitaria, donde abundan discursos de barricada entremezclados con académicos que desarrollan argumentos científicos partiendo de la conclusión para llegar a las premisas que desean. Ignoran las evidencias que les presenta la realidad, solo para construir este andamiaje intelectual que suena como un arrullo a los oídos de muchos.
Alguna vez nos despertaremos. Asistiremos entonces a la caída de esas teorías que fracasan consecutivamente, pero que son rescatadas por una nueva casta de intelectuales que se ocupa de despotricar contra las recetas anteriores, renovando las mismas herramientas para construir la nueva magia.
La economía es simple. Mucho más sencilla de lo que quieren vendernos esos discursos sensacionalistas, llenos de imprecisiones y falacias que la sociedad aun respeta.
Hasta tanto eso suceda, seguiremos asistiendo a esta triste fórmula. La que construyeron aprovechándose siempre de la acumulación de poder concentrado que le hemos otorgado como ciudadanos al, cada vez, mas imponente aparato estatal. Ellos, los que están siempre cerca del gobierno, saben que, en las crisis, es bueno estar bajo el calor del poder.
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