Espejismo fatal
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Diario de América
Días pasados en una mesa redonda en un recinto universitario mi contrincante circunstancial manifestó que mi crítica a los subsidios era del todo injustificada puesto que debía entenderse que los subsidiados también ayudan a quienes proporcionan sus recursos vía fiscal cuando, por ejemplo, se financia a empresas que aportarán pensiones a terceros.
Le respondí que su afirmación me recordaba aquel comerciante que se dejaba robar con la condición que el ladrón comprara en su tienda. Dije que había que revisar la aritmética de sus conclusiones puesto que si el conjunto de la comunidad transfiere coactivamente 100 del fruto de su trabajo a empresas en problemas “para el propio bien de la comunidad”, naturalmente producirá un problema en las áreas de las que fueron detraídos esos recursos. Tal vez esto se ve con mayor claridad si se aplica al lector: supongamos que el gobierno le arranca 100 de su patrimonio para solventar una empresa al borde la de quiebra vinculada a su pensión. Pretende resucitar activos en mal estado a criterio del mercado (es decir del público consumidor) echando mano a factores de producción que estaban asignados en campos productivos y, evidentemente, el traspaso de lo eficiente a lo ineficiente le crea un problema al titular y al conjunto de la sociedad.
Lo que sucede en estos casos es que todos tienen la esperanza de dejar a salvo sus patrimonios y, simultáneamente, que terceros apoyen las empresas insolventes en las que han invertido. Esto constituye un espejismo fatal puesto que, aunque hayan algunos vivos que puedan sortear el maremoto, en definitiva, por las razones expuestas, el resultado neto sobre toda la sociedad es siempre negativo. Aún que los recursos provinieran de algún filántropo de Marte que sistemáticamente dona a los quebrados, el resultado mantendría rasgos negativos puesto que se crearían incentivos perversos en cuanto al estímulo a la irresponsabilidad. Pero los recursos no provienen de Marte sino de los bolsillos del resto que se ven compelidos a financiar actividades inviables.
A corto plazo eventualmente se podrán disimular resultados inconvenientes, pero en definitiva se estará agudizando el problema real que subyace. Independientemente de críticas justificadas a Schumpeter en otros campos de la economía, este autor alude a la “destrucción creadora” en el séptimo capítulo de su Capitalismo, socialismo y democracia para explicar la importancia de procesos en los que las innovaciones dan de baja procedimientos viejos al efecto de dar lugar a los nuevos. Más concretamente escribe el autor que “El impulso fundamental que pone y mantiene en movimiento a la máquina capitalista procede de los nuevos bienes de consumo, de los nuevos métodos de producción y transporte, de los nuevos mercados, de las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista”. Si además se pretenden mantener a flote a través de subsidios y ayudas varias a operaciones que son fruto de la irresponsabilidad o de la equivocación en el uso y administración de recursos, la situación se agrava en grado sumo.
Hernán L. Bonilla Blanco en su libro titulado ¿Cómo llegamos a este Estado? propone que las políticas estatistas que todo lo arruinan a su paso se denominen de “creación destructiva” en línea con la terminología schumpetereana aunque en un sentido contrario a lo propuesto para describir el proceso capitalista y, en cambio, extrapolar a un contexto de intervención estatal en temas en los que la gente debería resolver libre y voluntariamente en los procesos de mercado.
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