El fetiche de la construcción de China
NEW HAVEN – Mientras digerimos las implicancias del plan de estímulo de 586 mil millones de dólares de China, no deja de resultar curioso por qué escoge la infraestructura, los edificios y los grandes proyectos cada vez que necesita impulsar el crecimiento. ¿Debe, o puede, lograr el crecimiento de largo plazo sólo añadiendo estructuras físicas? Si llega el momento de hacer una pausa o cambiar de rumbo, ¿se adaptarán a una transformación así las actuales instituciones político-económicas chinas?
Durante un reciente viaje a Brasil, mi taxista se quejó de los baches de las calles y carreteras de Sao Paulo. Respondí: “Pensé que los altos precios del hierro y el petróleo habían generado un auge en Brasil… ¿por qué no ha destinado más recursos a su infraestructura?”
Respondió: “La economía brasileña ha andado bien, pero cada vez que el gobierno tiene dinero extra, el Presidente Lula gusta de dar devoluciones de impuestos y subsidios a la gente, en lugar de usarlo en los caminos. ¿Por qué?”
“Bueno”, dije, “Brasil es una democracia. Imagínese que usted es Lula y tiene 18 mil millones de dólares a su disposición. ¿Los gastaría en carreteras, o bien le daría 100 dólares a cada brasileño?”
“Sí, déselos a la gente, así gana votos.”
“En China el gobierno no llega al poder a través de elecciones populares, por lo que ganar más votos no es parte del cálculo, y devolver dinero a la gente nunca es la opción que decide. El gobierno no sólo lo gasta, sino que parece favorecer siempre cosas tangibles, como rascacielos, carreteras y grandes proyectos industriales.”
Esto explica en parte no sólo por qué democracias como la India y Brasil están por detrás de China en cuanto a infraestructura, sino también el motivo por que China centre su nuevo paquete de estímulo en sistemas de transporte (tan solo los proyectos de ferrocarriles recibirán la mitad de los 586 mil millones de dólares). En un país sin democracia, los funcionarios deben responder a sus superiores, no a los votantes. Y, para los superiores de uno, los proyectos tangibles son lo más fácil de reconocer.
De hecho, si bien el nuevo plan de estímulo de China se centra abrumadoramente en la infraestructura, presta poca atención a los programas sociales, como salud o educación, a pesar de que pueden reducir la presión sobre los hogares y aumentar el consumo privado.
Este tipo de estructura de gasto no es nada nuevo en China. En 2007, el gasto del gobierno en salud, seguridad social y programas de seguros de desempleo llegó a cerca de 88 mil millones de dólares, o un 15% del presupuesto fiscal y un 2,4% del PGB (muy por debajo del porcentaje típico en las democracias del mundo desarrollado y en desarrollo). El gobierno de Brasil dedica un 4,7% del PGB sólo a salud. El gasto de China en educación es aproximadamente un 3% del PGB.
Debido a la falta de supervisión pública de las decisiones presupuestarias del gobierno, el sistema político de China tiende especialmente a favorecer grandes proyectos físicos. Mediante los impuestos y la propiedad del estado, el gobierno mantiene un control casi completo de gran parte del ingreso y la riqueza nacionales, aumentando el efecto de este sesgo. Los maravillosos espacios de los Juegos Olímpicos de Beijing no fueron casuales, sino más bien un resultado del sistema.
El poder de tributación apenas es controlado por del Congreso Nacional del Pueblo o los medios de comunicación. Como resultado, de 1995 a 2007 los ingresos fiscales del gobierno ajustados a la inflación crecieron 5,7 veces. En comparación, en el mismo periodo, el aumento acumulativo fue 1,6 veces para el ingreso disponible per capita de los habitantes urbanos y 1,2 para el de los campesinos. De modo que el “socialismo con características chinas” de China es una economía donde una parte cada vez mayor del ingreso nacional va al estado.
A pesar de las privatizaciones, en la actualidad existen cerca de 119.000 empresas estatales, con un valor contable de cerca de 4 billones de dólares. Las tierras que son propiedad del estado se pueden valorar en más de 7 billones de dólares. Combinados, estos recursos estatales representan cerca de tres cuartos de la riqueza productiva nacional de China.
Con un estado que posee tanto, la mayoría de las ganancias en los valores a lo largo de los últimos 30 años han ido a parar a las arcas del gobierno. Puesto que la mayoría de los hogares no poseen recursos productivos, no pueden beneficiarse de la apreciación de los recursos ni de los ingresos por propiedades. Para la mayor parte de los ciudadanos, los salarios son la única fuente de recursos, pero han crecido a un rimo mucho más lento que el PGB. No es de sorprender que el consumo interno no pueda crecer de un modo acorde con el PGB.
Transformar China desde una economía orientada a las exportaciones a una que depende del consumo interno requiere de dos reformas fundamentales. En primer lugar, derechos de propiedad equitativos para los 1,3 mil millones de ciudadanos chinos, lo que puede hacerse poniendo estos recursos en fondos soberanos y distribuyendo sus acciones entre los ciudadanos de maneras gratuita.
En segundo lugar, el proceso de determinación del presupuesto del gobierno se debe abrir a través de audiencias públicas en la legislatura nacional y participación pública a través de los medios de comunicación. Esta mayor rendición de cuentas cambiará el énfasis del gasto del gobierno hacia programas relacionados con las necesidades de la gente, y no tanto las estructuras físicas.
Sin estas reformas estructurales ni devolver los superávits fiscales a las familias a través de rebajas y devoluciones de impuestos, las iniciativas de estímulo basadas en inversiones del gobierno pueden generar, en el mejor de los casos, un impulso de corto plazo, no transformar el sistema económico y político de China orientado a las exportaciones y las inversiones. De hecho, incluso tras el nuevo paquete de estímulo, China seguirá dependiendo de la inversión y las exportaciones para su desarrollo.
A lo largo de 30 años, concentrar los recursos en las manos del gobierno a través de la propiedad estatal y los impuestos ha sido eficaz para China, ya que constituye la base de la política china de fortalecimiento de la nación de “Concentrar recursos y hacer grandes cosas”.
Sin embargo, hoy China tiene una infraestructura decente, notables edificios y una excelente base industrial. Lo que falta es suficiente consumo privado para potenciar el crecimiento interno. Para corregir esto, China necesita mejorar la sensación de seguridad financiera a futuro de su pueblo y generar un aumento del ingreso privado acorde con el del PGB. Crear una nación exige más que acero y concreto.
Zhiwu Chen es Profesor de Finanzas de la Escuela de Gestión de Yale.Copyright: Project Syndicate, 2008. www.project-syndicate.orgTraducido del inglés por David Meléndez Tormen
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