El brasier y el Estado
El Colombiano, Medellín "No basta levantar al débil, hay que sostenerlo después”. William Shakespeare. Esta frase de Shakespeare podría ser el lema de los neopopulistas y estatistas que parecen estar plagando la escena política local y latinoamericana, que con el ánimo de llegar o mantenerse en el poder convierten al Estado en el responsable de todo lo que los ciudadanos quieren hacer, o incluso dejan de hacer, como usar el cerebro. |
La eterna discusión de la función y validez del Estado, entre los que plantean su absoluta y permanente presencia y los que quisieran prescindir de él o que se cayera abruptamente, se parece mucho al también polémico uso de una centenaria prenda femenina, el brasier. Por no conocer a muchos políticos y desconfiar de los teóricos de la política, prefiero citar textualmente una interesante colección de reflexiones de una inteligente y hermosa usuaria de esta prenda, que puede servir para continuar la controversia sobre el papel del Estado:
– Como cualquier ciudadano, al final del día se aspira llegar a su propio dominio en el cual la libertad individual espera gobernar el espacio privado y por lo tanto “la mejor parte del día es cuando llegas a la casa y te lo quitas de encima”.
– Como un instrumento opresor, “no gusta si tiene varillas, que bien puesto tienen el nombre porque se entierran en los costados” y la inflexibilidad lo hace incómodo, por lo que los usuarios prefieren aquellos que “pueden usarse a conveniencia y cruzarse, utilizando las correítas de las tiritas para alargarlo o acortarlo”.
– La discusión sobre si su presencia es la que ocasiona la pereza y por ende el debilitamiento del tejido “social o pectoral”, o por el uso es lo que evita el decaimiento del mismo, no tiene todavía una solución protuberante tipo 40D. Sin embargo no parece haber duda que el tiempo y “la gravedad va teniendo sus efectos, especialmente para las más montañosas”, por lo tanto “me gusta el sacrificio de llevarlo "a cuestas" si ha de insinuarse por fuera para que combine con lo demás”.
No quedan dudas tampoco que “son muy costosos para estar escondidos o por lo menos para las que solo se los dejarán ver del marido, pues estos nunca les paran bolas a los hermosos encajes y solo van directo al “seno” del asunto”.
Y aunque la apariencia exterior que provoca su presencia puede ser atractiva, hay que ser cautos y desconfiar de esos “que tienen falsos rellenos y que a la primera cercanía de un abrazo se nota que eso no es de uno”, como tampoco pensar que todo está resuelto con ellos, pues al “tal Wonderbra no sé dónde le ven la maravilla porque solo sirve para desinflar al que los desamarre y torturar a la que los sostenga”.
Tan deliciosa y refrescante sabiduría femenina, terminó confirmando mi posición sobre ambos temas: que ningún extremo es bueno y que usar la talla perfecta es vital. Un asfixiante y permanente utensilio opresor terminará obstruyendo la circulación natural en las vías linfáticas del organismo, ocasionando problemas de acumulación de toxinas en el largo plazo.
Un Estado o brasier muy pequeño hará que la realidad se desborde o se derrame de forma vulgar, y uno muy grande puede ser el signo de un desorden metabólico con el que nadie quiere convivir, como el caso venezolano, en el que los implantes bolivarianos no paran de acumularse de forma peligrosa, exigiendo cargaderas de alambre que terminarán sacando sangre a quien lo sostenga. Pero una ausencia permanente de él hace que cosas se salgan de madre en momentos inapropiados o que los brincos y la “gravedad” de los acontecimientos que conlleva un mundo cada vez más acelerado, provoque incontroladas oleadas de oscilación sinusoidal que, aunque estimulantes, no permiten la estabilidad que todo sistema requiere.
Y ni sueñen que voy a revelar quien es mi “fuente”, pues el artículo 11 de la Ley 51 de 1975 me lo permite.
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