Sobra autoritarismo y falta de autoridad
El kirchnerato brinda diariamente demostraciones del más puro y deplorable autoritarismo, pero al mismo tiempo expone su incapacidad para ejercer la autoridad. Incumple así con lo que la ley y la responsabilidad de gestión exigen de un gobierno constitucional.
La creación de obsecuencia y temor son rasgos característicos del autoritarismo. En esa dirección fueron las permanentes agresiones y alusiones burlonas presidenciales desde el atril. También lo fue el envío de grupos piqueteros para amedrentar empresas que no se alinearan con sus designios. Es autoritarismo la intimidación explícita o implícita a los jueces a través del Consejo de la Magistratura. Esto ha sido posible luego de la reforma que aseguró el control político de este órgano y su copamiento por personajes inescrupulosos alineados con el poder. Son también expresiones paradigmáticas de autoritarismo por delegación o encargo los señores Luis D´Elía y Guillermo Moreno, elementos de uso múltiple para la amenaza y el amedrentamiento. Podríamos exponer una larga lista de hechos en este mismo sentido: la obligación a empleados públicos de concurrir a actos políticos oficiales; el uso de fondos públicos para comprar adhesiones políticas o en campañas partidarias; la orientación discrecional y orientada de la publicidad oficial; el favoritismo hacia grupos económicos amigos; el falseamiento de índices y el despido de los técnicos del Indec que se opusieron a ello; los cientos de militares y miembros de las fuerzas de seguridad presos por la aplicación de leyes posteriores al hecho de la causa y por períodos que exceden holgadamente los legales sin que exista condena; el pase a retiro de militares por su apellido o por la opinión de sus familiares.
No podemos dejar de considerar como un hecho característico de un gobierno autoritario la confiscación de los fondos de pensión urdida por no más de tres personas. Su transformación en ley nos ha hecho revivir el triste espectáculo que creíamos superado de mayorías parlamentarias obedientes que hicieron parecer el Congreso a una escribanía del gobierno.
En contraste, nos enfrentamos a diario con la falta de autoridad donde corresponde ejercerla. Cualquiera que arme una pancarta puede cortar una calle o una ruta sin que siquiera se lo invite a correrse a un costado. El caso extremo es el de la interrupción de un paso de frontera durante más dos años por la mera decisión injustificada e ilegal de una asamblea vecinal.
El debilitamiento de la autoridad permea de arriba hacia abajo. Hemos observado así la incapacidad del rector de la Universidad de Buenos Aires de controlar a un grupo de estudiantes empeñados en impedir la reunión del Consejo Superior. También se han generalizado las ocupaciones de escuelas secundarias por grupos de adolescentes que dominan a profesores imposibilitados de imponerse. La erosión del principio de autoridad en las escuelas se ha hecho patético en estos últimos años. Basta preguntarle a cualquier maestro o profesor.
El deterioro de la seguridad, principal motivo de preocupación de nuestra sociedad, tiene mucho que ver con el trastrocamiento del principio de autoridad. La aversión ideológica al orden y a las jerarquías suele disfrazarse de garantismo y propende a explicar el delito como una consecuencia de la exclusión social. De allí deriva la inversión del principio de autoridad; las fuerzas del orden no deben actuar ni aún frente al flagrante delito y cuando un policía lo hace, asume más riesgo frente a la justicia que el propio delincuente. Lo mismo le pasa al profesor frente al alumno indisciplinado.
El autoritarismo esconde siempre debilidad moral y cobardía, mientras que el ejercicio correcto de la autoridad requiere del testimonio de la virtud. No puede ejercer autoridad quien no merece respeto. Esto lo hemos observado desde nuestra niñez frente a nuestros maestros y en nuestro trabajo frente a nuestros superiores. No puede hablar de justicia quien roba, ni obligarnos a respetar la ley quien la transgrede. Hemos recogido estos hechos producidos por el gobierno nacional en los últimos cinco años. El desprecio de Néstor Kirchner por el principio de autoridad comenzó con el revoleo juguetón del bastón presidencial cuando lo recibió. Su cónyuge y actual presidente, lo festejó.
- 23 de enero, 2009
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