El mercado de valores de… Washington DC
En los viejos tiempos — desde los días de la República Veneciana hasta, oh, el rescate de Bear Stearns — si usted quería ser rico, lo hacía al estilo Warren Buffett: aprendía a interpretar balances de cuentas. Hoy se aprende a leer las señales políticas. No se anticipan los beneficios trimestrales de Intel; en su lugar, se pronostica con qué pie se levantará Henry Paulson de la cama mañana.
La extrema volatilidad bursátil de hoy no es solamente un síntoma de miedo — el miedo no explica los días de dramáticos bandazos al alza del mercado — sino que es la reacción a sucesos más allá de la economía: decisiones políticas que tienen un colosal impacto económico.
Como argumenta el economista Irwin Stelzer, hemos pasado de una economía de mercado a una economía política. Considere siete días de noviembre. El martes 18 de noviembre, Paulson insinuaba generosamente que sólo va a utilizar la mitad de los 700.000 millones de dólares de fondos del rescate. Habiendo gastado ya la mayoría de sus 350.000 millones de dólares, va a tener que dejar el resto a su sucesor. Mensaje recibido en Wall Street — he terminado, recojo y me marcho.
Enfrentándose a la perspectiva de dos meses de limbo político, el mercado se desfonda. Con los bancos a la cabeza (cuya solvencia no cambió del martes al miércoles), el mercado es testigo del mayor descenso del S&P entre dos sesiones desde 1933, un año no muy bueno.
Al día siguiente (viernes) a las 3 de la tarde, se filtra la noticia del inminente nombramiento de Timothy Geithner como Secretario del Tesoro. La simple insinuación de continuidad — y continua intervención autoritaria hasta el nombramiento, por parte del tipo que ha estado trabajando con Paulson codo con codo desde el principio — dispara el Dow 500 puntos en una hora.
El lunes es testigo de otro incremento de 400 puntos, el mayor entre sesiones (porcentual) desde 1987. ¿Por qué? Tres acontecimientos políticos: el rescate de Citigroup durante el fin de semana por parte de Paulson; la puesta de largo oficial del equipo económico de Obama, Geithner y Larry Summers; y Paulson pensando mejor discretamente su anterior renuncia oficiosa, indicando que estaría dispuesto a utilizar los 350.000 millones de dólares restantes (con valoración del Equipo Obama) durante los dos próximos meses.
Eso corrigió el desmayo del mercado — y demostró de manera dramática lo políticamente conducida que ha llegado a estar la economía.
Un día podríamos volver a la economía de mercado. Mientras tanto, tenemos que hacernos a la idea de las dos implicaciones más importantes de nuestra novedosamente politizada economía: la importancia creciente de los grupos de presión, y los desfases masivos en el mercado que los dictámenes políticos introducirán.
La presión política solía estar relacionada con privilegios dentro de un margen — una excepción regulatoria por aquí, un subsidio por allá. El lobby es ahora la diferencia entre la vida y la muerte. Su institución de préstamo o su sector industrial recibe un rescate — o fenece.
Antes había que ir a Nueva York en busca de capital. Ahora Wall Street, sin un centavo, viene a Washington. Con sumas inimaginablemente elevadas de dinero entregadas a fondo perdido por Washington, la administración Obama, no siendo culpa suya, va a ser objeto de la presión política de colectivos más intensa y frenética de la historia estadounidense.
Eso va a introducir un tipo de distorsión económica. El otro tipo vendrá de las imposiciones políticas decretadas por los políticos investidos con funciones nuevas.
En primer lugar, los gerentes de los bancos son seriamente advertidos por un senador tras otro en contra de "retener" el dinero del rescate. Pero retener es otro sinónimo de recapitalizar para sanear cuentas con el fin de garantizar la solvencia. ¿No es ésa la responsabilidad fiduciaria de los gerentes de los bancos? ¿Y no es desparramar a manos llenas teniendo el dinero contado la laxitud de los préstamos que desató esta crisis al principio? No importa. Los bancos reconocerán la derrota frente a los emisarios del Congreso. Ellos controlarán el dinero. La prudencia cede paso al politiqueo.
Aún más notorias serán las órdenes destinadas a un sector del automóvil nacionalizado. El Senador Charles Schumer, conocido ingeniero automotriz, declaraba "inaceptable" la pasada semana "un modelo empresarial basado en la gasolina”. En su lugar, "Necesitamos un modelo empresarial basado en los coches del futuro, y ya sabemos cuál es ese futuro: el utilitario eléctrico recargable”.
¿Como el Chevrolet Volt, por ejemplo? Tiene colosales obstáculos tecnológicos pendientes de resolución, recorre 64 kilómetros por recarga, y se venderá a 40.000 dólares, necesitando un subsidio público irrenunciable de 7.500 dólares por unidad. ¿Quién, aparte de los ricos y los políticamente correctos, va a elegir eso en lugar de un Hyundai de 12.000 dólares con gasolina? El nuevo sector del automóvil estadounidense fabricando Schumer-móviles a gran escala hará que los hornos del acero de la Unión Soviética parezcan modelos de eficiencia.
Los Demócratas en el poder tienen una elección que hacer: rescatar esta economía para devolverla al control del mercado. O utilizar esta crisis para hacerse con el control de la cúpula de la economía en aras del bien social general. Nota: lo segundo se ha intentado ya. Los resultados están archivados en “Historia, basurero de la”.
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