Comercio libre o dirigido
En Ecuador, la frase “Yo estoy a favor del libre comercio solo que deberíamos fomentar las exportaciones y no las importaciones” podría venir tanto de un político de izquierda, como de uno de derecha o de un empresario.
Por ejemplo, cuando Mercosur redujo aranceles para varios productos ecuatorianos Carlos Palacios –vicepresidente de Comercio Exterior de la Cámara de Industrias de Guayaquil– reaccionó diciendo que “la medida es buena ya que no obliga a Ecuador a reducir también sus aranceles de la misma manera”. Es decir, para el señor Palacios la liberalización comercial solamente es buena cuando otros la practican. Pareciera que la gran mayoría de nuestros políticos y empresarios consideran al comercio internacional como un deporte competitivo entre países, y a la balanza comercial como el marcador.
El comercio dirigido no es algo deseable porque implica que aquellos que están en el poder saben gastar nuestro dinero mejor que nosotros mismos. En las últimas semanas el Gobierno ha venido cuestionando el destino de nuestros dólares. “No puede ser que estemos botando las remesas de los migrantes, los ingresos del petróleo, para importar hojas de choclo, caramelos colombianos, muñecas chinas”, dijo el presidente Rafael Correa.
Se empieza con los aranceles. Al cargar 940 productos con más aranceles de los que ya tenían, se dice que se aumentará lo recaudado por el fisco y que se protegerá y promoverá la industria nacional para la producción de determinado bien. Eso es algo bueno para el fisco (aunque los potenciales 85,5 millones de dólares en recaudación palidecen frente al déficit de 2.359 millones de dólares proyectado aun con un barril a 85 dólares cuando este ya va por menos de 40 dólares) y para aquel productor que no podría sobrevivir expuesto a la competencia internacional. ¿Y para el consumidor?
Este se verá castigado con un impuesto por querer consumir bienes que el Comexi considera peligrosos para la economía nacional. En algunos casos el arancel será lo suficientemente alto para que aquel producto desaparezca del mercado nacional, reduciéndose así las opciones disponibles para los consumidores ecuatorianos.
Uno trabaja para poder consumir. De igual manera, los países exportan para poder importar. Si uno puede trabajar menos y consumir más, eso es progreso. Aquellos líderes de la clase empresarial que promueven el libre comercio en términos de destrucción o creación de empleos se equivocan ya que se trata de aprovechar la división internacional del trabajo. Además, se olvidan de que no todos los ecuatorianos trabajan en el sector exportador pero que todos sí consumen o quisieran consumir más bienes a mejor precio, un resultado ineludible de la competencia con productos extranjeros.
Los países del G-20 y aquellos que conforman APEC (Cooperación Económica Asia Pacífico), que representan la mayor parte del comercio mundial, recientemente emitieron declaraciones claramente a favor de la apertura comercial y condenando al proteccionismo. Los primeros establecen en su declaración que “Nosotros recalcamos la importancia de rechazar el proteccionismo y de no cerrarse en tiempos de incertidumbre financiera”. Aquí vamos en dirección contraria.
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